El otro día, querido Grice, en una conversación de sobremesa, escuchando a una compañera, caí en la cuenta de que estamos totalmente derrotados, de que hemos pasado de ser ciudadanos libres a ser súbditos. Sostenía esta compañera que le parecía bien tener que pagar por aparcar, que era normal y necesario para castigarnos el vicio de usar el coche. No sé si tenía razón (parte al menos) o no, pero mi pensamiento voló mucho más lejos, no se detuvo en la anécdota. Lo que me desazonó terriblemente fue su aceptación, tan sumisa y carente de protesta, de enfado, de indignación. Es como si nos hubieran vacunado y ahora acatásemos las cosas más abusivas como normales y lógicas, como si los políticos hubiesen planificado una campaña secreta y les hubiese salido perfecta. De tal manera que vemos como normal que haya que pagar por un acto tan simple como dejar nuestro coche en la calle, culpa nuestra por no usar un transporte público que, recordémoslo, también pagamos, cada año más caro, por cierto.
Pero no sólo eso, hoy aceptamos casi cualquier abuso sin ningún asomo de crítica. Un policía se puede sobrepasar, porque es necesario para mantener el orden; un conductor de autobús decidirá si para o no en la parada donde le espero; un guardia de seguridad me zarandeará sin problemas; un empleado puede ser grosero y antipático, incluso negarse a atenderme, cuando soy yo el que le paga; un taxista puede decidir si me lleva o no al aereopuerto; el portero de un bar puede impedirme el paso porque no le gustan mis zapatillas; un guardia puede exigirme lo que se le antoje sin ninguna impunidad; un miembro de selección de personal de una empresa me hará preguntas personales, querrá saber mi tendencia sexual, estado civil, aficiones, etc., y yo aceptaré responderle, encantado de la oportunidad que me brinda de trabajar en su empresa; alguien decidirá que debo quedarme a trabajar unas horas más, sin cobrarlas, pero bueno, es así en todos los sitios, no hay motivo para quejarse, peor podría estar...; el alcalde de mi ciudad decidirá construir un túnel muy grande que pase por debajo de la casa que me he comprado y tendré que soportar cuatro años de ruidos, polvo, humo... pero es normal, para poder usar el coche en buenas condiciones y rodar tranquilo, claro que por rodar también pagaré, como por aparcar... Son miles los ejemplos, querido Grice, seguro que se te ocurren miles. Pero ¿sucede algo? ¿La gente estalla y se rebela? ¿Decide protestar, asociarse y unirse ante la infamia, el abuso, el choteo? No. Aceptamos cuanto nos viene como un peaje diario y eterno que tenemos que pagar para poder sobrevivir. Lo que no sabemos es que con cada nuevo inclinarse de hinojos damos fuerza y brío a los que se benefician de todo ello y menoscabamos un poco más nuestra condición de ciudadanos libres.
Un día vino a mi trabajo una emisaria de las jerarquías municipales que desgobiernan este trocito de tierra en el que nos permiten vivir. La emisaria tenía el encargo de hablar a un grupo de adolescentes (algún día te hablaré de los adolescentes, Grice, no te impacientes) sobre la contaminación acústica. Al final de la exposición la emisaria llegó a la conclusión de que el impuesto por aparcar en las calles tiene el noble objetivo de proteger nuestros oídos del ruido de los motores. Si se cobra, la gente deja de conducir y los peatones no sufren la contaminación acústica. "¿Estáis de acuerdo?", preguntó la emisaria. "Sí", respondieron los infelices reos (ya te hablaré, ya) en una afirmación conjunta que refleja la modorra en la que hemos entrado desde hace tiempo.
Leech.
domingo, 17 de febrero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Hemos perdios, amigos luingüistas, la percepción de la diferencia entre acatamiento y sumisión, entre uso y abuso. ¿Solución? La mía es la rebeldía íntima, que algún día os explicaré detalladamente. Por lo demás, y a corto plazo, lo mejor sería no volver a comer con esta señorita decimonónica, aburguesadamente honesta y cumplidora.
Estamos viviendo una regresión ciudadana y cultural bastante seria. Cualquier día no coincidiremos en un pasillo del instituto, o de la facultad, y tomaremos café sobre una rama. La misma de la que nos bajamos hace miles de años. Regresión, al fin y al cabo, que bien interesa a los interesados. ¿Los conoces, Leech? Un abrazo.
Publicar un comentario