viernes, 26 de noviembre de 2010

Me lo estoy perdiendo.

Ahora que se está celebrando -qué traviesas las palabras- la campaña política en Cataluña, me doy cuenta de que yo nunca he experimentado el amor a la tierra en que uno vive que sienten con intensidad la mayoría de los catalanes. Se sienten identificados con la porción de tierra en la que el puro azar los situó. Yo nunca me he sentido así, querido Leech.

Este verano, cómo no saberlo, la selección de fútbol de España ganó el Mundial. Nada. Ninguna emoción recorrió mi cuerpo, no se me vino el llanto, no sentí ese orgullo que dicen que te invade y recorre los secretos callejones del espíritu. Me gusta mucho el fútbol y soy del Real Madrid. Cuando me han preguntado el por qué, siempre he contestado lo mismo: mi padre siempre ha sido del Madrid. Así que puedo concluir que la patria verdadera en este caso es mi padre, su influencia sí ha sido decisiva y no la del nacimiento en este o en el otro lugar. Cuando veía a la gente narrar lo que sintió aquel día, con aquel gol, personas que detestan el fútbol, pero que se pintaron la bandera de España en la cara y gritaron su orgullo en los bares y en las calles, sentí que algo me estaba perdiendo. Ni el hecho de estar fuera, en Berlín, me hizo acercarme más a la dicha de ser español. No siento amor por España, nada me estremece su bandera, ni su himno, ni su equipo, ni sus tradiciones. Sí amo, sin embargo, su lengua, pero también por azar, hubiese amado el húngaro de haber nacido en hungría.

No acaba aquí la desdicha, pues tampoco me siento dichoso cuando viajo a la ciudad donde nací. Dice mucha gente que allí conozco que lo tienen todo, que es la ciudad ideal, que no la cambiarían por nada del mundo. ¡Qué envidia! Yo no puedo conformarme con ningún lugar porque ninguno amo ni siento mío. Sin embargo sí que amo a los amigos que allí me quedan. Lo mismo me ocurre con el pueblo de mis padres. Sus gentes se hinchan y emocionan rezando a su virgen, viviendo sus fiestas y entienden sus vidas en la ciudad como un doloroso exilio, pues les priva de ese Edén o Arcadia, donde todo lo que un hombre puede desear existe. Su nombre no me hace temblar, detesto sus nobles tradiciones taurinas y el alarde que sus gentes muestran de ciertas formas de brutalidad y grosería. Sin embargo atesoro hermosos recuerdos de mi infancia allí con mis primos y mi tío, de las salidas con ellos al campo a coger leña, bellotas, moras... Así que mi patria son también los amigos y los recuerdos de la infancia.

Me lo estoy perdiendo, Leech. La gente lo grita, lo defiende, lo exige, lo ama, es el sentimiento de pertenencia que conforma un "nosotros" único y distinto al "ellos", un "nosotros" bendecido con todas las virtudes y sin defecto posible. Ni español, ni catalán, ni castellano, ni vallisoletano, ni tiedrano, ni nada... algo me estoy perdiendo.

Grice.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Delirios.

"Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo...
y por los mismos motivos."

Me ha enviado esta frase en un correo, querido Leech, un delegado o lumbrera sindical. Qué delirio, ¿no te parece? Aquellos estómagos llenos hasta la arcada hace bien poco, se muestran ahora extremadamente desagradecidos, pidiendo la cabeza de aquel que los alimentó hasta dejarlos ahítos y al que jalearon sin pudor mientras iban perdiendo la sonrisa aquellos miles y millones que eran despedidos, o mientras los bancos se llenaban los bolsillos, no para salvarse, no, sino para aumentar beneficios y blindar la retirada de sus directivos. Se iba rompiendo todo y ellos hablaban de responsabilidad, de paz social, de confianza... y ahora de pronto vuelven a saturar mi correo con estupideces sin fin, como esta frase en la que muestran con síntesis y condensadamente la calaña de la que están hechos. Siempre con el viento que mejor sopla, intuyen que ahora toca comer de otras manos y empiezan su campaña. Hay motivos para parar, yo siempre he parado, quien me conoce, como tú, Leech, lo sabe, pero fíjate que ya ni me apetece, pues no quiero egordar las listas de estos parásitos. Nadie se olvide de algo importante, volverán a sentarse cunado de nuevo se les ofrezca el pienso, volverán a comer de la mano de unos y de otros, volverán a dejar tirados a aquellos a los que dicen defender. "Tírame pan y llámame perro". Los individualistas y los insolidarios son ellos y a todo le unen la estupidez y ñoñería, ¿o no son estúpidas propuestas como pedir a los abuelos que desatiendan a sus nietos; o no serán ñoñas las cadenas humanas, globos y timbales que se verán mañana? Con la que está cayendo y nosotros aquí, en manos de estos lacayos y de sus piquetes, verdugos de la libertad, déspotas sarnosos, voceros sin juicio. Mañana es fiesta donde trabajo, hace un tiempo hubiera pedido figurar el primero.

Por cierto, la frase, explica la lumbrera sindical, es de Bernard Shaw. Y el título del correo era "frase lapidaria". Leámoslo en sentido literal.

Grice.

sábado, 14 de agosto de 2010

Despedida.

Nos ha tocado decirte adiós cuando no lo queríamos. Está el mundo huérfano ahora de tu presencia y tu ejemplo, pasan los días y tu recuerdo se va confundiendo, ya no está tan persistentemente golpeando las recónditas zonas de la memoria, pero aún se aparece en los momentos de silencio nocturno, a esta hora en la que el mundo duerme y recordar es una tarea grata y dolorosa al mismo tiempo. El dolor, sí, se desató en fiero torbellino cuando el viento me trajo la noticia hasta el bosque de hayas en que me encontraba buscando un refigio, una guarida, un consuelo a todo el sinsentido de la vida diaria. Y tú viniste a revolverlo otra vez todo, a confirmar que el enigma es inmenso y no se puede ni de lejos entrever un poco de luz que lo aclare. Cómo puede ser tener que decir adiós para siempre a tus ojos que clavaban la mirada, a tus sonrisas que animaban tanto, a tu voz que preguntaba, a todas tus virtudes que nos iban asombrando cada día. Hemos perdido, esto pasa, no debemos olvidar nunca que la derrota está ahí presente, entre cada una de nuestras respiraciones. Pero esta derrota duele más si cabe que el resto por la manera en que has encarado el infortunio, cómo te has batido frente a cada mala noticia, frente a cada revés de la caprichosa fortuna. Hasta el final de pie, en un ejemplo de humanidad y fortaleza inolvidables, que es tarea nuestra ahora recordar y contar para que no se borre, no se pierdan ni se apaguen tu imagen y tu ejemplo, para que siempre estés en nuestros corazones, a pesar del tiempo. Adiós antes de tiempo, cuando debías empezar a exprimir la juventud que te llegaba, cuando por fin te ibas librando de las angustias de la adolescencia, cuando te sentías después de dos años de pelea preparada para asaltar la fortaleza del dolor y los días amargos, llenos de incertidumbre. Me encuentro con tu correo eléctronico y me da miedo borrarlo, los actos más triviales son en el drama los más complejos, veo esa dirección con tu nombre y tus últimas palabras y un escalofrío me atraviesa hasta la sombra.
Me queda el egoísta consuelo de saber que me ayudarás en los días de niebla a encontrar de nuevo el camino más justo y más recto; que serás el pañuelo de agua fresca sobre mi frente en las noches de fiebre; que me irás recordando el milagroso don que es la vida cuando el dolor sea agudo y los horizontes borrosos. A cambio tendrás mis ojos para ver cada nueva puesta de sol; mis oídos para la música y el canto de los pájaros en verano; mi tacto y mi piel para cada sensación nueva y desconocida. Adiós, Fabiola.

Leech. (Hoy necesitaba hablar conmigo mismo, pero sé que me escuchas, querido Grice.)

jueves, 15 de julio de 2010

Decisión.

Muchas veces tenemos que enfrentarnos en nuestras vidas a situaciones en las que se nos impone elegir una opción de dos posibles. Eliges un camino y supone irremediablemente abandonar para siempre el otro. Cómo pudo haber sido nuestra vida de haber escogido la otra opción, hubiésemos sido mucho más felices o quizás más desgraciados, quién sabe, ya para siempre se queda todo lo no vivido en el terreno de la imaginación y la entelequia. Nos quita el sueño la decisión que hemos de tomar forzosamente e intentamos anticipar las dos posibilidades, construir los dos mundos posibles que se nos ofrecen, en noches largas de lámparas que no paran de encenderse y de apagarse, de paseos ansiosos al sagrado altar de la nevera. Es todo inevitable, la duda, el vértigo, el miedo incluso, pero ha de acabar: cumplido el plazo deberemos tomar la decisión, mirar al frente y siguir viviendo cada día sin pensar en la opción descartada, hayamos o no acertado. Alguna noche traicionera nos desvelará con el pensamiento de lo que pudo ser y no fue, pero vivir es ir tomando decisiones que traen consigo la cara dulce del éxito y el amargo revés del error y el fracaso. Todo nos haga más libres y plenos.

A María y Pato, para que duerman tranquilos.

Leech.

lunes, 10 de mayo de 2010

Palabra y pensamiento.

Qué difícil es encontrar espacios para la conversación tranquila y la reflexión profunda, querido Grice. ¿Te has fijado? Cada día es más complicado el uso de la palabra en libertad con otros y cada día menos común que alguien escuche con atención a otro y enriquezca su mundo con lo que le va aportando esa sabia escucha. Mundo de monólogos vacíos y ruidosos. Donde escuchar es perder el tiempo y donde se considera que la palabra solo sirve si es para arrojar, atacar, herir, defenderse uno mismo preventivamente de los ataques de los demás. Lo vemos todos los días. ¿Quién no se ha sentido desamparado al comprobar que no le están escuchando cuando habla y que si lo están haciendo no están sino malinterpretando sus palabras, preparando una respuesta que no guarada relación con lo que dijo y además de incoherente y no pertinente es agresiva y cargada de veneno? Ya no se comprenden los significados de las palabras porque ya no se escucha, faltan las ganas y los espacios para ello: uno no puede sentir ganas de escuchar entre tanto ruido y alboroto. Guárdate, querido Leech, de ser irónico, pues en sentido recto tomarán tus palabras; haz que el humor desaparezca de tus intervenciones; siempre sé directo y rotundo, las indirectas y alusiones ya no son comprendidas; despoja a tu lenguaje de la metáfora y el símbolo, si no quieres ser considerado un loco, no vaya a ser que si dices no encontrar el camino te indiquen su dirección exacta.

Mira Leech a esos políticos reproduciendo siempre las mismas palabras, sin libertad para decir lo que de verdad piensan, atados (no con cuerdas, he de explicarme bien) a lo que diseñan los ideólogos de sus partidos; escuchan una pregunta y responden cosas que nada tienen que ver con lo preguntado, dónde pues la norma tácita de ser coherente con el discurso y relevante con las respuestas, dónde. ¡Ay de este mundo si un día decidiéramos escuchar a los políticos! Aquel lema hermoso se reinterpretaría: "imagina que hay unas elecciones y no vamos ninguno". Dirían que ha habido "una pequeña caída en la asistencia de votantes, sin importancia". Fíjate Leech como intenta la canalla derecha prohibir el verbo libre, cómo gustan de censurar e inventar infiernos donde va aquel que se atreve a proclamar las palabras que den expresión a su pensamiento, "antidemócrtas" dicen, con ese gusto por los prefijos que niegan, oponen y enfrentan. Mira su vocabulario: "ataque", "ruptura", "ruina". Profetas del miedo que manipulan el lenguaje y llenan de ruido los espacios para que no podamos pensar. Fíjate los loros de la izquierda repitiendo los mismos vicios, disfrazando su falta de talento e ideas con retórica vana, "progreso" dicen, "libertad" proclaman, "derechos" gritan, pero nunca se atreven a ahondar en esos vocablos, llegar sin miedo ni medias tintas a su verdadero significado, ni a explicárnoslos. Son para ellos pancartas muy bien enrolladas y guardadas en un viejo almacén de donde las sacan algunas tardes primaverales y las pasean en las manifestaciones para que les de el sol que deslumbre y ciegue. Pero apenas cae la noche ya las están de nuevo enrollando, no vaya a ser que la gente empiece a hacer preguntas y a crear espacios donde discutir sobre sus múltiples acepciones. Porque la crisis, Leech, es también de palabras y significados. Los profetas de nuestro tiempo dicen cosas llenas de sentido: "Hasta que no seamos matemáticamente campeones no habremos ganado nada" dice el genio y la gente lo proclama, qué bien habla el buen Guardiola, qué sentido sus palabras; "La corrupción es consustancial a las instituciones" aclara la iluminada y la dejamos engordar en la poltrona de esas mismas instituciones.

Podríamos aprender unos de otros muchísimo si nos sentáramos a conversar más a menudo. "No tengo nada que decir" se escucha tan a menudo cuando intentas resolver un problema o aclarar un malentendido. "Tú dices mucho, pero haces poco" te increpan, sin pararse a pensar que decir es la mejor manera de empezar a hacer. Han faltado palabras, dichas y escuchadas, entre los profesores, los padres y la niña del velo. Les faltan palabras de todo tipo siempre a los violentos. No dejar que hablen los miserables, los pobres, los marginados, siempre es la estrategia de los que no están dispuestos a compartir sus fortunas ni a abrir sus fronteras. No escuchar al desconocido porque es más cómoda la sospecha como excusa para no prestarle atención. Si pudiéramos sentarnos a hablar sin prejuicios, sin miedo ni censuras, participando en todos los sentidos y con todos ellos... tranquilamente hablando, estimado amigo.

Grice.

martes, 13 de abril de 2010

Nos echan.






Nos quieren echar. No debemos de interesar, vecinos locos que quieren una panadería donde comprar huevos, leche y pan en vez de un Iphone nuevo cada dos meses o unas botas cada tres, de 300 euros, por supuesto. Vecinos locos que quieren una biblioteca en la que pasar alguna que otra tarde entre las páginas de un buen libro, tebeo, periódico o revista; que piden un centro cultural para llevar a sus hijos a aprender jugando con plastilinas de colores y papeles o un colegio donde matricularles en septiembre sin tener que buscarse uno de pago en otro barrio; que quieren un parque limpio y cuidado donde poder engañar a los sentidos abrasados en verano; que les gusta pasear sin riesgo de ser atropellados o de golpearse con postes de hierro u hormigón; tipos raros que no soportan coches con la música a todo volumen en sus puertas, ni la divina fiesta moderna de los jóvenes y los no tan jóvenes que beben en sus calles porque los bares son muy caros, pobres chavales y no tan chavales que por culpa de estos locos no pueden gozar del presente y mear y vomitar y llenar con su "arte" los feos muros y las horribles puertas de sus fachadas. Estos locos vecinos que quieren un barrio en vez de un MADRID.ES moderno, vanguardista, comercial, alegre, vivo, joven, dinámico... lleno de mierda, bien lleno de mierda.

Curioso y muy representativo, la foto es de la fachada del instituto de mi barrio. Y así es, efectivamente, como están dejando la educación en este Madrid del siglo XXI, capital del dolor. Así es como gobierna "el faraón", he aquí su gran obra, esta foto de la infamia tomada a las 12 del mediodía del sábado pasado, mundimadrid.com, malos súbditos y peor señor, que se vayan estos vecinos que quieren leer, educar a sus hijos, pasear, jugar, vivir... que se vayan a la mierda y dejen tranquilos a los juerguistas y a los turistas.
LEECH.

sábado, 27 de marzo de 2010

Terezin.




Después de tanto silencio hablemos de Terezin. Quiso la casualidad llevarnos a este lugar de memoria y silencio en La República Checa. Y volvimos callados y distintos, porque solo así se puede regresar de un lugar donde todo son voces de horror, sufrimiento, muerte y dolor. Fue Terezín una fortaleza aprovechada por los nazis para crear una prisión y gueto donde encerrar a presos políticos y judíos, a la espera de mandarlos a un destino aún más horrible: los campos de trabajo y exterminio polacos y alemanes. Por esta antesala de muerte pasaron más de 150.000 judíos, de los que murieron unos 33.000, mientras que 88.000 eran enviados a los campos de exterminio. Sobrevivieron finalmente apenas 17.000, en un absurdo de muerte y cifras que dan pasmo y angustia. LLegas allí y cruzas sus puertas y te imaginas a hombres, mujeres y niños entre el barro y el frío, luchando por sobrevivir entre el desconcierto y el miedo a un futuro que viene anunciado en forma de humo: el que sale del crematorio incansablemente. Y ves las camillas metálicas donde los verdugos les hurgaban antes de ser quemados en busca de cualquier objeto de valor, convertidos en material, en meros objetos al fuego y al olvido destinados. Y no te lo explicas, te callas buscando una pequeña razón o trozo de pensamiento que te ayude a comprender, pero solo encuentras el sonido del dolor que grita cada metro cuadrado de ese pequeño epacio del horror.

Brillaba el sol sobre el campo de Terezin, el día era espléndido y se podía oír cómo piaban los pájaros. Algún turista estúpido nos recordaba que el hombre es un animal ridículo capaz de hacerse fotos sonriente, con gorra y gafas de sol, frente a una celda en la que fueron encerrados hasta 80 seres humanos al tiempo. Íbamos tranquilos y confiados pensando en la visita como una más de las que habíamos ido haciendo durante los últimos días: datos históricos, narración de anécdotas, explicaciones sobre la arquitectura de un nuevo monumento... pero pronto comprendimos nuestra equivocación, estábamos en un lugar que nos señalaba con el dedo, nos golpeaba las conciencias, nos advertía de que los peligros del pasado pueden siempre volver si perdemos la memoria y nos olvidamos de la responsabilidad de conservar lo conseguido y seguir mejorándolo cada día. Y nada más cruzar el umbral de esa puerta que cínicamente nos habla de libertad y trabajo nos dimos cuenta de que después de aquello seríamos por fin un poco menos ciegos e ignorantes.


Leech.