lunes, 11 de mayo de 2009

Los adioses.

Mi querido amigo, nobles quehaceres me van apartando de estas conversaciones tranquilas, comprenderé sin pesar tu enfado por la tardanza de mis respuestas, pero también te pido un voto de confianza, debes creerme cuando te digo que las circunstancias mandan y me alejan del sosiego y la calma que se necesitan para la charla tranquila.

Te has dado cuenta, amigo Leech, que nuestra vida está llena de adioses. Lo pienso porque en el próximo mes tendré que despedirme de varias personas y varias cosas con las que he pasado tanto tiempo durante el último año, que han sido como fieles centinelas que me han ido acompañando en una nueva etapa de esta carrera de final seguro, pero desconocido, tú ya me entiendes.

Digo "cosas" y digo bien, porque los objetos y la realidad inerte e inanimada a veces parecen cobrar vida, respirar, observarnos en abnegado silencio y atención permanentes. Convivimos con un número elevado de objetos a los que sin querer asignamos cualidades de seres vivos, y es por eso que este reloj que llevo en la muñeca desde el día de mi primera comunión respira conmigo y siente conmigo y además no necesita nunca ser reemplazado, sería una traición substituirlo por otro; se traiciona a los objetos como a las personas y sufren en silencio apilados en los vertederos y almacenes del olvido y la desmemoria. Algunos viajan a otras manos y otros hogares que les den el cariño que dejó de tenerlos su anterior dueño, me gusta pensar que cuando compro algo de segunda mano estoy dando una segunda oportunidad, ya ves que sensiblerías más tontas me dan. ¿Quién no ha sentido unas inmensas ganas de llorar cuando hubo de desprenderse de ese coche que tan buenos servicios le dio, o de ese abrigo que tan bien nos resguardó del frío? ¿Y ese compás que nos vio trazar circunferencias en nuestra más tierna adolescencia, o la mochila firmada por los amigos de la infancia, que son los que siempre perdurarán en el secreto mundo de nuestros sueños?

Me toca cambiar de casa en breve, amigo mío, y ya voy anticipando un escalofrío que me morderá cuando tenga que cerrar por última vez la puerta que cientos de veces abrí en el último año. Parece que nos acostumbramos a las casas y ellas a nosotros y por eso nos da pena separarnos, marchar traicioneramente en busca de más metros o menos renta o vete a saber qué, nunca podremos los seres humanos dar explicaciones muy exactas de nuestras motivaciones. Aunque en este caso quizás sí, me voy obligado por la incomprensión y la falta de educación de mis vecinos. Me echan su manía de tener las ventanas abiertas las veinticuatro horas del día; su obsesión por hacer de sus miserias algo público, conocido y compartido; sus músicas a cualquier hora y en cualquier volumen; sus peleas; sus guisos, sus ollas y sus lavadoras a las dos de la madrugada; su fidelidad, en definitiva, a la nueva moda: compórtate como un adolescente gritón a los treinta, sé tú mismo en potencia, libérate, rompe como si fuesen papel sucio los principios de cortesía y no te guardes de exhibirte porque eres el hombre o la mujer nueva que los tiempos reclaman. Tú sabes bien de qué hablo, querido Leech, pues tú aún crees en la validez de las formas y de las maneras.

Es el tiempo de los adioses a los objetos y a las personas. En tu profesión el calendario manda ir diciendo adiós en mayo y junio, es el final de un nuevo año académico y sujeto como estás a los misteriosos caminos del papeleo oficial -tan caprichoso siempre como el mismo azar que nos castiga o nos bendice cada día- ya te vas mentalizando de la despedida. Quedan unas decenas de vidas con las que has compartido el tiempo -la lluvia, la niebla y el sol- y a las que posiblemente ya no vuelvas a ver, sino a unas pocas con las que ese misterioso azar te cruce, y aún así quién sabe si las reconocerás llegado el momento, pues el polvo que se acumula con el pasar del tiempo a todos nos hace irreconocibles. Es un adiós que tienes manía de anticipar y por eso te preguntan que cómo estás, que si te pasa algo, que te ven muy serio; no saben, querido Leech, que te estás despidiendo, que ya llegó para ti el tiempo de los adioses.

Grice.