sábado, 27 de marzo de 2010

Terezin.




Después de tanto silencio hablemos de Terezin. Quiso la casualidad llevarnos a este lugar de memoria y silencio en La República Checa. Y volvimos callados y distintos, porque solo así se puede regresar de un lugar donde todo son voces de horror, sufrimiento, muerte y dolor. Fue Terezín una fortaleza aprovechada por los nazis para crear una prisión y gueto donde encerrar a presos políticos y judíos, a la espera de mandarlos a un destino aún más horrible: los campos de trabajo y exterminio polacos y alemanes. Por esta antesala de muerte pasaron más de 150.000 judíos, de los que murieron unos 33.000, mientras que 88.000 eran enviados a los campos de exterminio. Sobrevivieron finalmente apenas 17.000, en un absurdo de muerte y cifras que dan pasmo y angustia. LLegas allí y cruzas sus puertas y te imaginas a hombres, mujeres y niños entre el barro y el frío, luchando por sobrevivir entre el desconcierto y el miedo a un futuro que viene anunciado en forma de humo: el que sale del crematorio incansablemente. Y ves las camillas metálicas donde los verdugos les hurgaban antes de ser quemados en busca de cualquier objeto de valor, convertidos en material, en meros objetos al fuego y al olvido destinados. Y no te lo explicas, te callas buscando una pequeña razón o trozo de pensamiento que te ayude a comprender, pero solo encuentras el sonido del dolor que grita cada metro cuadrado de ese pequeño epacio del horror.

Brillaba el sol sobre el campo de Terezin, el día era espléndido y se podía oír cómo piaban los pájaros. Algún turista estúpido nos recordaba que el hombre es un animal ridículo capaz de hacerse fotos sonriente, con gorra y gafas de sol, frente a una celda en la que fueron encerrados hasta 80 seres humanos al tiempo. Íbamos tranquilos y confiados pensando en la visita como una más de las que habíamos ido haciendo durante los últimos días: datos históricos, narración de anécdotas, explicaciones sobre la arquitectura de un nuevo monumento... pero pronto comprendimos nuestra equivocación, estábamos en un lugar que nos señalaba con el dedo, nos golpeaba las conciencias, nos advertía de que los peligros del pasado pueden siempre volver si perdemos la memoria y nos olvidamos de la responsabilidad de conservar lo conseguido y seguir mejorándolo cada día. Y nada más cruzar el umbral de esa puerta que cínicamente nos habla de libertad y trabajo nos dimos cuenta de que después de aquello seríamos por fin un poco menos ciegos e ignorantes.


Leech.