viernes, 3 de octubre de 2008

Ausentes.

Un día 26 de septiembre de hace ya muchos años nació el que era mi hermano y dejó de serlo. Me he dado cuenta de ello el otro día, sin querer, cuando estaba tumbado en el sofá de mi casa dejando pasar el tiempo, en un día de derrota -"hazme un sitio en tu montura"- y me he percatado de la fecha. Nació un 26 de septiembre, cuando yo aún no tenía consciencia. Lo hizo con el pie izquierdo, lleno de mala suerte el pobre, tanta que se fue a los tres años, cuando ya la consciencia abría huecos en mi memoria. Tengo recuerdos de un día triste, en casa de una tía, escuchando las milongas que se nos dicen de niños: "se ha ido al cielo", "se lo ha llevado un ángel". De dolores y penas yo no entendía, no conocía el significado tan vasto de ese tipo de ausencias. Se fue el día de reyes y dejó un hueco que yo he ido descubriendo y rellenando con el tiempo, despacito, como el que cultiva un huerto de delicados frutos. Se paró el tiempo para el que era mi hermano, su nombre ya no fue más que un recuerdo. Desde entonces he ido reconstruyendo con frecuencia la amistad que no pude ganarme, los paseos que nunca dimos, las palabras que no cruzamos, los latidos que aquella noche de reyes dejaron de alimentarme. Estamos hechos también de ausencias, como de renuncias, lo que pudimos ser y no fuimos ha contribuido a forjar nuestra arquitectura como los que pudieron acompañarnos y nos dejaron, sin embargo, para siempre abandonados. Qué consuelo tan pobre.

Así es, Grice, qué pena pensar en ellos.

Y qué pena que no viera nada, que no probase el sabor de la infancia, que no sufriese la adolescencia, que no luchase su juventud divina, lamentase los fracasos y celebrase los éxitos. Qué pena que se fuese de esta vida sin conocerla, sin exprimirla, y que hayamos tenido que prestarle nuestra imaginación para que se pasease cada día con nosotros de la mano por este tinglado que decimos vida. Ausentes ya para siempre, dejaremos de sentir que son herida, pero no de recordarlos ni de esperar su inmediato regreso.

Para mi amigo Samuel, que también cultiva el recuerdo de su hermano.

2 comentarios:

Luis Quiñones Cervantes dijo...

Está claro que no todos los recuerdos reconfortan. Quizás las palabras, tampoco. Pero la vida a veces tiene, inexplicables, sus razones, sus propios sinsentidos que habrá que aprovechar para aprender también de las despedidas.

Gracias por compartir sobre el frío mármol de esta mesa asunto tan personal, que nos vuelve a hablar de ti. No quiero ponerme pesado, pero en Sirácida (2,2 y 3) se nos recuerda eso de "Endereza tu corazón y manténte firme, en el tiempo de infortunio no te inquietes [...]. Todo cuanto te sobrevenga acéptalo y en los reveses de la prueba sé paciente, porque en el fuego se prueba el oro...". Un abrazo enorme.

MGS dijo...

Realmente es un artículo maravilloso. Es como si no te correspondiera. Me recuerda a Mar Adentro de Amenábar. Completamente diferente al resto de sus películas. Maravillosa, sobre todo por venir del mismo director de Tesis o Abre los ojos. Así que para mí este artículo es una pequeña joya porque viene de ti.