lunes, 8 de septiembre de 2008

Más ruidos.

Estimado Leech, vuelvo a escribir después de mucho tiempo, ya habrá ocasión de explicar y justificar mi prolongada ausencia. ¡Vaya con el ruido! ¡Qué gran incordio! Sin embargo, amigo mío, solo hablas del ruido que no te deja dormir, de ese machacón zumbido diario que te saca de los nervios, porque la gente es muy molesta en este país y gusta de hacerse oir: piensa un español que todos los que le rodean han de enterarse de su conversación, de si disfruta o se enfada, de si aquel futbolista es una nena o Zapatero un cabrón, de que Asturias es la patria de mis amores y yo soy español, español, español, oé. Muchos piensan que has de oirles hacer el amor en sus casas, enterarte por sus llamadas de lo que han de hacer el fin de semana, admirar su gusto musical y cinematográfico. Al fin y al cabo, piensan todos, el triste eres tú, que haces las cosas en silencio y pasas desapercibido, tío raro te dirán, mira que hablar en susurros; tío peligroso pensarán, no grita lo que piensa, ni proclama sus gustos, esconde sus emociones. De acuerdo Leech, aunque pienso que exageras no te quito bastante razón en tu último escrito, pero a mí me afecta más otro tipo de ruido que ese... digamos mundano del que tú hablas.

Porque, ¿no es peor y más nocivo y venenoso el ruido que hacen los políticos todos los días? Crisis, nación, democracia, ciudadanos, eso sí que es un ruido que daña nuestro buen gusto y nuestro buen sentido, todas las promesas y los ataques y los insultos de esta jauría de canes de razas cruzadas (son pitbul y caniche).
¿Y qué me dices de todos los futuros modelos, cantantes y estrellas que se estrellan contra la pantalla de la televisión cada día? ¿No te molestan los programas de televisión en los que se comercia con los sueños y las ilusiones de una juventud cada vez más aturdida y confundida? ¿No es ese un ruido infernal? Después de cenar te sientas en el sofá exhausto por la jornada y para llamar al sueño enciendes la televisión y entonces comienza el ruido de tertulias, concursos, realitis, series ñoñas, juventud, divino tesoro convertido en mierda manipulada por los publicistas y los estrategas que duermen las voluntades con promesas de un mundo mejor, lleno de éxito y dinero, sin esfuerzo ni trabajo. Y tragamos, porque es un ruido irresistible y no estamos hechos de la pasta de Ulises.
¿Has escuchado alguna vez, querido Leech, el ruido de los ególatras? Ese ruido que encoge la vergüenza ajena y es emitido como verdad absoluta. ¿Y el de los hipócritas? No hacen lesión en el oído, sino en el alma del que escucha. Uno se dice legal y sincero cuando no hace otra cosa que mentir y traicionar...otro se ensalza a sí mismo y vitupera todo lo que se escapa de la esfera de su soberbia. Este ruido, querido Leech, martiriza. Como el ruido de los obispos, de los alcaldes y concejales corruptos, de los ladrones de toda laya, de los que pegan a sus mujeres, o a sus hijos y de los jueces que les perdonan. El ruido de los que medran a costa de los demás, de los que ponen bombas y los que deciden contestar con más bombas, los que violan, personas o derechos de las personas, los que callan, miran, saben pero callan, los que deciden que para ser inmensamente ricos debe haber grandes masas de pobreza y los que se lo consentimos, porque estamos hechizados con tanto ruido que hay en nuestras vidas y que no viene de la calle.

Grice.

2 comentarios:

Luis Quiñones Cervantes dijo...

Haya paz, amigos. Que todo es ruido, pero los ruidos ruidos son. Hay ruidos que, efectivamente, perturban el sosiego, los oídos, la paz... Hay otros, como los que tú mencionas, que son ruidos morales, defectos de percusión en la gran orquesta del mundo. No son pequeños defectos, claro: de hecho ni siquieran son una mala melodía.

Pero... ¿hasta qué punto el ruido del "no me importa el otro", no es el mismo ruido del desprecio, la miseria y la corrupción? No son, acaso, dos cosas que son a un mismo tiempo la misma?

Siempre es peor el ruido de las bombas que el de los merodeadores maleducados de las ciudades en sábado. Cierto, pero voy más allá: ¿no es peor ese ruido de la indiferencia que el ruido de las guerras? Es verdad que la hipocresía es un ruido dañino no solo para el oído, sino también para el alma... Pero no creo que cualquier algarabía sin razón sea menos hipócrita aún.

Estoy convencido de que quien detesta al voceador, siente el mismo desprecio por quien vocea patrias y demás zarandajas: todo lo mismo, voceadores de lo absurdo.

Por lo demás, el remedio que se me ocurre para dormir es apagar el electrodoméstico maldito (no apagas lo que hay detrás de él, pero reina el silencio). Para el que nos llega desde el barrio, ojalá bastasen las ventanas.

Prudencio Salces dijo...

Filosófico se nos ha vuelto el señorito Luis, carajo.

Fue justamente un poeta heterodoxo llamado nada menos que León Felipe el que se atrevió a preguntar con melancolía: ¿Por qué habla tan alto el español? Con descaro y amargura León Felipe nos dio tres respuestas a su propia pregunta, que es la que nos hacemos los demás españoles.

Cito de memoria. El español habla tan alto por las desgarraduras de su historia, por su afán de cometer locuras terribles. Una: cuando el tal de Triana (que no recuerdo el nombre) gritó !TIERRA! después de 40 días navegando en los piélagos de un océano, al parecer, desconocido para él y para su capitán. Dos: cuando don Quijote enfiló a los molinos gritándoles: "Non fuyais, gente mal nacida", o algo así. Tres: cuando un madrileño se subió a un monte el 18 de julio del 36 alertando al personal: "!Que viene el lobo!"

En fin, si en algo amamos a León Felipe debemos concederle parte de razón, aprender la lección y no meternos en empresas que nos vacíen las meninges.

Salud. (Ah. Gracias por los piropos anteriores)