lunes, 5 de enero de 2009

Eutanasia.

Un hombre que siempre ha sido fuerte y lleno de vigor y energía de pronto se vio atrapado por la enfermedad. Pero él siguió manteniendo su valor y coraje intactos y le plantó cara sin ningún titubeo. Es posible que por las noches tiemblase y llorase y se mueriese de miedo, pero era salir el sol y levantarse alegre y confiado, dispuesto a sobrellevar otro día de pruebas y sesiones interminables en el hospital, sin una sola queja ni una mueca extraña en el gesto. Erguido siempre ante la adversidad. Nada ni nadie había podido mermar ni limar siquiera un poquito su dignidad humana, su entereza. Pero he aquí que ahora lo he visto hundido, desmoralizado, pues le tienen que poner pañales y babero, llevarlo al baño, lavarlo, peinarlo, afeitarlo, meterlo y sacarlo de la cama. Ya no trabaja, no conduce, no va al bar -nunca dejó de hacer tales cosas a pesar de la enfermedad-, no puede ni con el peso de una maldita revista. Y lo peor de todo es que nadie le asegura que vaya a ser breve el tiempo que le queda en lo que él mismo llama "los desechos de mi vida".

Querido Leech, se impone un cambio en nuestras mentalidades y en nuestras leyes con urgencia. Va siendo hora ya de que nos demos cuenta de nuestra condición de seres humanos libres y de la verdadera amplitud de las fronteras de esa libertad que nos ha sido otorgada. ¿Por qué no nos dejan morir libremente en el momento que lo decidamos?

Hay un gato que conservan unos conocidos míos atado permanentemente a una correa en el porche de su casa. Hace muchos años el gato era libre y correteaba a sus anchas por los terrenos que rodean la casa en busca de gatas y de aventuras, dos cosas estas que creo son la sustancia y la naturaleza que mueven al gato y dan sentido a su existir. El problema surgió cuando un vecino, celoso de sus posesiones -pobre, no sabe que todo será nada- no podía sufrir el ver entrar en su inmenso jardín al desventurado felino. Entonces le puso veneno y el gato estuvo a punto de morir. Ante la amenaza de nuevos intentos de homicidio los dueños decidieron atar al gato, ignorando que con ello no le prolongaban la vida, sino que daban lugar a una lenta y larga agonía. Se convirtió en un gato sin gatas ni aventuras, muriendo lentamente en un bostezo que ya dura unos cuantos años. Siempre que veo al gato tumbado en una silla, dormido, pienso que más le hubiera valido morir envenenado, pero libre y siguiendo los instintos de su naturaleza. Esa hubiese sido su voluntad, de haberla tenido algún día.

Igualmente, creo no confundirme cuando digo que este hombre habría firmado su adiós hace tiempo en un último sueño sin dolor, alejándose triunfante después de haberse despedido aún digno y con la satisfacción de dejar como recuerdo al Hércules que siempre fue. ¿De qué vale sufrir otro año los inconsolables dolores del cuerpo y del alma, que te vayan drogando para no sentir, desposeído del control de tu cuerpo y tu voluntad, asistiendo al drama que tus seres queridos van masticando día a día sin poderlo digerir? Sufra Cristo todos los años en la lectura de los evangelios si así es el deseo de quienes se ufanan y complacen asistiendo al sufrimiento de los demás, pero déjennos al resto ser libres de decidir cuándo queremos irnos y cómo queremos ser recordados. Siempre vivirá en mi cabeza la imagen de este hombre cavando la tierra, con la azada bien agarrada, parándose a beber un buen trago de agua o de vino, dueño de sí mismo en medio de la naturaleza.

Grice.

1 comentario:

Mastropiero dijo...

Tiene mucha razón,si sabiendo que tarde o temprano moriremos en un lento suplicio,más nos vale morir,atendidos de nuestros seres queridos.