El año pasado conocí a un tipo que con el paso de los días y de las estaciones se fue convirtiendo en especial. Creo que no solo yo pienso así, sino que toda la gente que le rodeaba y tenía la suerte de compartir con él las mañanas y alguna tarde y alguna noche también de farra y jarana, todos ellos sin excepción lo miraban como a un ser especial, de esos a los que conoces una sola vez en la vida. Fue un gusto ver su despliegue de energía desde la primera hora de la primera mañana, sus galopadas por los pasillos, siempre rodeado de niños desgastando su nombre, siempre buscando los caminos nuevos, impensados, inexplorados. De todas las miles de anécdotas y los millones de gestos y espisodios sorprendentes yo me quedo con la imagen de un dedo pulgar hacia arriba, como hacían los emperadores romanos cuando tenían clemencia del perdedor en la arena. Ese dedo, siempre hacia arriba, nos fue contagiando a unos cuantos sin que fuéramos conscientes del milagro y he aquí que el otro día sorprendí a otro de esos seres excepcionales que me ha regalado el 2008 haciendo ese gesto sin pensar, instintivamente. Y he aquí que soy yo mismo quien sin querer voy levantando el pulgar allá por donde el destino me va llevando desde entonces. Ese gesto tan simple, tan aparentemente nimio, transmite sin embargo una llamarada de fuerza y de energía positiva, de vida desplegada sin ataduras ni corsés. Levantas el dedo según vas por los pasillos y te das cuenta de que la gente sonríe, bendito milagro de la sonrisa que en cantidades tan grandes nos regaló este ser tan especial.
Hoy contemplo con satisfacción cómo su energía y su entusiasmo siguen vivos y como su aura ampara y protege a los que con él quedaron. A mí me cuesta en las frías madrugadas de la sierra ponerme en marcha sin su inestimable ayuda, pero aprendí a hacerlo, aprendí de él a ser más feliz cada día, y sobre todo, a transmitir esa felicidad a los demás. Qué hermoso don, levantar el dedo y ver que el dormido despierta, el triste se alegra y el antipático queda hecho un mar de dudas y confusiones. Qué hermoso don nos diste, compañero, qué bueno que te conocimos.
Al chiquiteo, por todo.
lunes, 29 de diciembre de 2008
domingo, 7 de diciembre de 2008
La lluvia y los pensamientos.
LLueve sin descanso desde hace unas horas. Ha ido oscureciendo paulatinamente sobre los tejados de la ciudad, que vive unos días raros: se ha ido la gente que comúnmente cabalga por sus aceras y han venido los turistas a pasear, a acariciar el terreno con su falta de prisa y su extraña mezcla de admiración y temor por las cosas que aquí ocurren. Me gustan estos puentes en los que me quedo en casa disfrutando del tiempo, estos puentes en los que la carretera atestada la ves por la tele y las calles se relajan, cobran un aire más humano y amable. Son días estos de parón, de tregua, en los que abandonas tu maleta de trabajo en el mueble del pasillo, te pones ropa cómoda y te preparas para el encuentro contigo mismo, con todos los pensamientos que vas apartando porque no tienes tiempo para escucharlos ni para prestarles la atención que requieren.
Se levantó el día con lluvia fina y fue creciendo hasta el aguacero sotenido de la noche. Me he puesto mi abrigo y un gorro y he salido a dar un largo paseo, para ver cómo el agua iba anegando aceras y calzadas e iba vaciando las calles. Es lo mejor que le puede ocurrir a esta ciudad salvaje, querido amigo, agua en abundancia, néctar y ambrosía que vacía las calles y purifica el aire y los corazones de quienes amamos pasear por Madrid, entrar en los cafés ahora en invierno y ver cómo se empañan las gafas y cómo huele a café y a churros. El agua que baña Madrid y deja encerrados en casa a todos aquellos que pretenden convertirla en una gigante discoteca al aire libre y en un mercado ambulante de las más absurdas mercancías. Se quedan en casa y por un día nos dejan pasear tranquilos. Ves el Retiro escurriendo por todos sus costados, Preciados brillante como si fuese una pista de hielo, la Gran vía en huelga parándose a respirar, Chueca en calma, llorando su identidad perdida, El Prado alzándose orgulloso mirando hacia Atocha, desde donde ha salido bien temprano un tren en el que viaja quien te acompaña todos los días y va viendo cómo cambian tus perfiles. Se ha ido a su pequeño refugio familiar, así que estás solo este puente de agua purificadora y paseas por la calle Cervantes en busca de una fábrica de churros que hace las mejores patatas fritas del mundo. El señor es un caballero de los de verdad, de los que no usan traje ni sombrero, de los de bata azul y lapicero con el que sumar las cuentas, un caballero cortés que fríe lentamente sus patatas fritas y te da la bienvenida a su pequeña fábrica de delicias. Compras una bolsa de patatas, hablas de las bondades de esta lluvia generosa que te cala la piel y penetra en tu alma para decirte que escuches, que hoy que estás solo y nadie te requiere debes pararte a escuchar aprovechando la calma extraña de la ciudad, a escuchar lo que te dicen tus pensamientos. Respira en la plaza de Santa Ana el aire húmedo y atraviesa la plaza por fin sin terrazas mientras recuerdas despacio otros días de lluvia, en otras ciudades, cuando aún eras un niño y ya gustabas de pasear bajo el agua, entonces con un balón eterno al que ibas dando toquecitos que esquivaban los charcos de la plaza. También con lluvia paseaste con la primera chica que te hizo dividir en dos tu tiempo y tu pensamiento.
Sin querer has llegado a la Plaza Mayor, donde se escuchan ecos y el agua cae a chorros gordos de los tejados, hermosos tejados de esta ciudad que jamás quiso crecer hacia arriba, pero que tuvo tan malos gobernantes que nunca quisieron pararse a escucharla. Escuchar, ese verbo maldito que no practican quienes lo temen. Tú hoy no tienes miedo a escucharte a ti mismo, a estar contigo a solas, repasar los últimos meses, analizar tus actos y tus actitudes, pensar en lo que eres y en lo que te vas convirtiendo, lo que vas ganando y lo que vas perdiendo. El agua ya te empapa y pega las ropas a tu cuerpo cuando llegas a casa. Se nos van pegando al cuerpo las ropas y los días y con su peso vamos notando lo que cambia y lo que permanece. Hablar contigo a solas es gratificante y no te temes, no rehuyes la posibilidad de al menos por un día pararte a pensar y a hacer balance.
Sigue lloviendo cuando ya te vas a la cama. Escribes esto para prolongar aún unos instantes más esta deliciosa conversación contigo mismo. Ya vendrá en breve el sueño a callarnos a todos.
Leech.
Se levantó el día con lluvia fina y fue creciendo hasta el aguacero sotenido de la noche. Me he puesto mi abrigo y un gorro y he salido a dar un largo paseo, para ver cómo el agua iba anegando aceras y calzadas e iba vaciando las calles. Es lo mejor que le puede ocurrir a esta ciudad salvaje, querido amigo, agua en abundancia, néctar y ambrosía que vacía las calles y purifica el aire y los corazones de quienes amamos pasear por Madrid, entrar en los cafés ahora en invierno y ver cómo se empañan las gafas y cómo huele a café y a churros. El agua que baña Madrid y deja encerrados en casa a todos aquellos que pretenden convertirla en una gigante discoteca al aire libre y en un mercado ambulante de las más absurdas mercancías. Se quedan en casa y por un día nos dejan pasear tranquilos. Ves el Retiro escurriendo por todos sus costados, Preciados brillante como si fuese una pista de hielo, la Gran vía en huelga parándose a respirar, Chueca en calma, llorando su identidad perdida, El Prado alzándose orgulloso mirando hacia Atocha, desde donde ha salido bien temprano un tren en el que viaja quien te acompaña todos los días y va viendo cómo cambian tus perfiles. Se ha ido a su pequeño refugio familiar, así que estás solo este puente de agua purificadora y paseas por la calle Cervantes en busca de una fábrica de churros que hace las mejores patatas fritas del mundo. El señor es un caballero de los de verdad, de los que no usan traje ni sombrero, de los de bata azul y lapicero con el que sumar las cuentas, un caballero cortés que fríe lentamente sus patatas fritas y te da la bienvenida a su pequeña fábrica de delicias. Compras una bolsa de patatas, hablas de las bondades de esta lluvia generosa que te cala la piel y penetra en tu alma para decirte que escuches, que hoy que estás solo y nadie te requiere debes pararte a escuchar aprovechando la calma extraña de la ciudad, a escuchar lo que te dicen tus pensamientos. Respira en la plaza de Santa Ana el aire húmedo y atraviesa la plaza por fin sin terrazas mientras recuerdas despacio otros días de lluvia, en otras ciudades, cuando aún eras un niño y ya gustabas de pasear bajo el agua, entonces con un balón eterno al que ibas dando toquecitos que esquivaban los charcos de la plaza. También con lluvia paseaste con la primera chica que te hizo dividir en dos tu tiempo y tu pensamiento.
Sin querer has llegado a la Plaza Mayor, donde se escuchan ecos y el agua cae a chorros gordos de los tejados, hermosos tejados de esta ciudad que jamás quiso crecer hacia arriba, pero que tuvo tan malos gobernantes que nunca quisieron pararse a escucharla. Escuchar, ese verbo maldito que no practican quienes lo temen. Tú hoy no tienes miedo a escucharte a ti mismo, a estar contigo a solas, repasar los últimos meses, analizar tus actos y tus actitudes, pensar en lo que eres y en lo que te vas convirtiendo, lo que vas ganando y lo que vas perdiendo. El agua ya te empapa y pega las ropas a tu cuerpo cuando llegas a casa. Se nos van pegando al cuerpo las ropas y los días y con su peso vamos notando lo que cambia y lo que permanece. Hablar contigo a solas es gratificante y no te temes, no rehuyes la posibilidad de al menos por un día pararte a pensar y a hacer balance.
Sigue lloviendo cuando ya te vas a la cama. Escribes esto para prolongar aún unos instantes más esta deliciosa conversación contigo mismo. Ya vendrá en breve el sueño a callarnos a todos.
Leech.
jueves, 27 de noviembre de 2008
Cuentos.
Somos una maldita generación del papel higiénico de oro y brillantes. Hemos costado una fortuna a nuestros padres, hemos empleado tiempo sin fin a formarnos, a aprender idiomas, informática, a ir cincelando los currícula más brillantes de la historia de este maldito país. ¿Y todo para qué? Para que nos contraten seis meses de prácticas a cambio de tres miserables pesetas y de pronto nos despidan sin más, tan fácil como darnos un papel y decirnos: "no vuelvas mañana, he aquí tu liquidación, dame tu papel de oro y brillantes, tu máster y tus idiomas, tus cursos y tu carrera, para que yo, que ni el graduado hice y peso cien kilos y me huele mucho el aliento, me limpie el seboso trasero."
Y es que con esto de la crisis, querido Leech, estoy asistiendo a la caída sin paracaídas de alguno de mis allegados. No tienen mecanismos de freno porque les dijeron que con su amplia formación y su predisposición al trabajo no iban a tener ningún problema. Les fueron embaucando con cuentos, les vendieron el paraíso, les invitaron a un solomillo por navidad y a unas copas de ron en verano y con estos agasajos les fueron convenciendo y les fueron llevando al huerto. Pero mira por dónde llegó la crisis y al primer síntoma de debilidad les pusieron de patitas en la calle.
Seremos recordados como los payasos que vendieron su trabajo a cambio de nada. Ahora viene Bolonia para hacer oficial el gran timo. Y hoy es necesario quitarle el ropaje al lenguaje para llamar hijos de puta a todos estos empresarios que están ninguneando a jóvenes talentosos y valiosos. El problema mayor es que esta amplia y rica formación ha dejado de lado otras cosas no menos importantes, siendo la más importante de todas la formación de un espíritu crítico y exigente, capaz de ir reflexionando y cuestionando la realidad que nos rodea. Desde los ámbitos de poder e influencia se ha ido lanzando el mensaje de la competitividad y el consumo como nuevos dioses a los que dedicar todos nuestros empeños. Todo lo que se desvíe de estas líneas maestras y transite por los bordes de esta senda diseñada en las mejores escuelas del engaño y la falacia es una pérdida de tiempo. Dejamos de leer, de discutir, de creer, y entonces justificamos el trabajo gratis como algo necesario por lo que otros pasaron antes para estar donde están. Y entonces alargamos nuestra jornada laboral hasta la noche porque es el primer paso para poder ganar algún día las mismas fortunas que los que nos mandan. Y entonces el que se queja y desconfía se convierte en un charlatán y un iluso, un cantamañanas.
Lástima en lo que se están convirtiendo las vidas de parte de mis allegados, cómo los explotan y los queman. Pronto serán rescoldos, cubierto por la ceniza de la desilusión. No habrán necesitado trabajar media vida para llegar al desengaño. Lástima Leech, lástima, que "la cuna del hombre la mecen con cuentos".
Y es que con esto de la crisis, querido Leech, estoy asistiendo a la caída sin paracaídas de alguno de mis allegados. No tienen mecanismos de freno porque les dijeron que con su amplia formación y su predisposición al trabajo no iban a tener ningún problema. Les fueron embaucando con cuentos, les vendieron el paraíso, les invitaron a un solomillo por navidad y a unas copas de ron en verano y con estos agasajos les fueron convenciendo y les fueron llevando al huerto. Pero mira por dónde llegó la crisis y al primer síntoma de debilidad les pusieron de patitas en la calle.
Seremos recordados como los payasos que vendieron su trabajo a cambio de nada. Ahora viene Bolonia para hacer oficial el gran timo. Y hoy es necesario quitarle el ropaje al lenguaje para llamar hijos de puta a todos estos empresarios que están ninguneando a jóvenes talentosos y valiosos. El problema mayor es que esta amplia y rica formación ha dejado de lado otras cosas no menos importantes, siendo la más importante de todas la formación de un espíritu crítico y exigente, capaz de ir reflexionando y cuestionando la realidad que nos rodea. Desde los ámbitos de poder e influencia se ha ido lanzando el mensaje de la competitividad y el consumo como nuevos dioses a los que dedicar todos nuestros empeños. Todo lo que se desvíe de estas líneas maestras y transite por los bordes de esta senda diseñada en las mejores escuelas del engaño y la falacia es una pérdida de tiempo. Dejamos de leer, de discutir, de creer, y entonces justificamos el trabajo gratis como algo necesario por lo que otros pasaron antes para estar donde están. Y entonces alargamos nuestra jornada laboral hasta la noche porque es el primer paso para poder ganar algún día las mismas fortunas que los que nos mandan. Y entonces el que se queja y desconfía se convierte en un charlatán y un iluso, un cantamañanas.
Lástima en lo que se están convirtiendo las vidas de parte de mis allegados, cómo los explotan y los queman. Pronto serán rescoldos, cubierto por la ceniza de la desilusión. No habrán necesitado trabajar media vida para llegar al desengaño. Lástima Leech, lástima, que "la cuna del hombre la mecen con cuentos".
sábado, 15 de noviembre de 2008
Pequeñas ensoñaciones.
¿Alguna vez has pensado, querido Leech, en cambiar el rumbo de las cosas? No me estoy refieriendo a cambiar el mundo, resolver los grandes conflictos, paliar el hambre...esos menesteres ya los va a encarar y a resolver Obama. Me refiero a cambiar el rumbo de los pequeños acontecimientos que jalonan tu diario existir. Vas en el metro a las 7 de la mañana, llega tu parada, has de bajarte para hacer el transbordo y seguir un día más tu particular descenso a los infiernos del trabajo -pan, sudor y frentes, maldito dios con minúscula- pero ese día vas a cambiar el rumbo, vas a romper tus invisibles, pero eficaces ataduras. Así que te quedas sentado donde estás, no cierras el libro y prosigues. LLegarás a Chamartín y te comprarás un billete a cualquier ciudad de Galicia o Asturias, una vez allí te bañarás en el Cantábrico, sintiendo cómo el agua te resbala por la cara y el sol dora tu palidez monacal. No es nada especial, bañarse en el mar se puede hacer cualquier fin de semana, solo son necesarios unos euros en el blsillo. Pero debías estar haciendo lo mismo de todos los días, la mecánica de horarios, saludos, cafés, conflictos... y no es así, has roto las ligaduras del deber y has dado rienda suelta al deseo, la libertad de sólamente guiarte por el gusto y el instinto. Que te despidan, que no te paguen, que te injurien, pero ese día hiciste lo que nadie pensó para ti, te saliste de la marea de zombis que recorren los túneles del metro a primera hora de la mañana, máquinas sin instinto, "mi gato tiene más voluntad" dice un insigne compañero de batallas.
Otro insigne compañero me ha llevado a este comentario de hoy, a estas tristes reflexiones. Decía este compañero que un día se pasaría el desvío que le lleva al trabajo y seguiría recto hasta dar con sus huesos y su volante en Valencia. Una vez allí se comería una inmensa paella frente al mar Mediterráneo. Sería la paella más sabrosa de su vida porque no estaba preparada de antemano, no entraba en la lógica de un martes laboral e invernal, un martes en el que la cementera que se ve desde las ventanas desde las que él trabaja sería sustituída por los reflejos del sol sobre ese mar siempre en calma, siempre en siesta.
Son muchas las ocasiones en las que pienso en lo hermoso y gratificante que sería dejarse de encorsetamientos y hacer sencillamente lo que a uno le pidiese el momento, sin pensar, dejándose llevar por el pulso y la adrenalina. Son tristes estas reflexiones porque forman parte de los sueños, de lo que siempre se queda en meras especulaciones. Pero el alma se alimenta de estas ensoñaciones que nos ayudan a ir pasando, a no caer antes de tiempo. Un día me paso la parada de verdad imaginando ese coche en la carretera de Valencia, bajada la ventanilla, el brazo por fuera acariciando la luz y el aire, alta la música, con un cigarro nuestro amigo colgando de sus labios, sonando en su cabeza una inmensa carcajada y el ruido de un corte de mangas. Los demás, apostados a ambos lados de la carretera, aplaudiendo y haciéndole la ola, todos identificados con su hazaña, con esa pequeña ruptura de los moldes establecidos y gritándole: "adelante, adelante".
Otro insigne compañero me ha llevado a este comentario de hoy, a estas tristes reflexiones. Decía este compañero que un día se pasaría el desvío que le lleva al trabajo y seguiría recto hasta dar con sus huesos y su volante en Valencia. Una vez allí se comería una inmensa paella frente al mar Mediterráneo. Sería la paella más sabrosa de su vida porque no estaba preparada de antemano, no entraba en la lógica de un martes laboral e invernal, un martes en el que la cementera que se ve desde las ventanas desde las que él trabaja sería sustituída por los reflejos del sol sobre ese mar siempre en calma, siempre en siesta.
Son muchas las ocasiones en las que pienso en lo hermoso y gratificante que sería dejarse de encorsetamientos y hacer sencillamente lo que a uno le pidiese el momento, sin pensar, dejándose llevar por el pulso y la adrenalina. Son tristes estas reflexiones porque forman parte de los sueños, de lo que siempre se queda en meras especulaciones. Pero el alma se alimenta de estas ensoñaciones que nos ayudan a ir pasando, a no caer antes de tiempo. Un día me paso la parada de verdad imaginando ese coche en la carretera de Valencia, bajada la ventanilla, el brazo por fuera acariciando la luz y el aire, alta la música, con un cigarro nuestro amigo colgando de sus labios, sonando en su cabeza una inmensa carcajada y el ruido de un corte de mangas. Los demás, apostados a ambos lados de la carretera, aplaudiendo y haciéndole la ola, todos identificados con su hazaña, con esa pequeña ruptura de los moldes establecidos y gritándole: "adelante, adelante".
viernes, 31 de octubre de 2008
Héroes.
Querido Leech, no cabe duda de que la mujer es muy superior en virtud al hombre, y no me limito a una mera disertación teórica sustentada solo en nuestras dudosas intuiciones y nuestros huecos razonamientos, antes al contrario, esta afirmación la puedo demostrar con un pequeño vistazo a la actualidad del mundo en el que vivimos. Así es, querido amigo, son hombres los banqueros que han estado robando con el beneplácito de presidentes hombres, como hombres son los alcaldes, constructores y concejales que se han hecho casas con helipuertos gracias a la especulación y el soborno. Hombres son los dictadores siempre, los que declaran las guerras, los que torturan y los verdugos de todas las épocas. ¿Quién maltrata todos los días, asesina y castiga, hiere y golpea, sino los hombres? ¿De qué se componen las mafias y las organizaciones del crimen? ¿Quién conduce a 180 con veinte copas de más? Son también del sexo masculino los que no comprenden que haya otros de su misma especie que tengan otros pensamientos y que vean el mundo de diferente manera.
Claro que hay excepciones siempre y que hay un cierto tipo de mujer que está cayendo en el error y el disparate de quererse parecer al maldito hombre. Pero no solo son las excepciones en ese sentido, también lo son en el contrario, hay hombres con una nobleza y valentía fuera de lo común y son muchos, seguro, aunque no los podamos ver bien por el ruido que hacen los virus que enferman nuestra especie masculina. En medio del ruido y la confusión, esta semana he asistido en primera persona a dos ejemplos que pueden servir de complemento a tu anterior opinión, porque aunque es verdad que "ellas" nos salvan y redimen, también es verdad que hay "ellos" dignos de elogio, de medallas (que nunca les serán entregadas) y de estatuas (que nunca serán erigidas en su honor).
Un maldito ladrón le roba a una señora la cartera en el metro (siempre son hombres los rateros) y aprovecha la parada en la estación de Antón Martín para salir del vagón con el jugoso botín, pero un chaval joven se abalanza sobre él, le derriba y le aprieta fuertemente el cuello hasta que el maldito parásito cede, devuelve la cartera y pide clemencia. Un hombre en su sitio, valiente, decidido, capaz de arriesgar su salud por una señora a la que no conoce, por resolver una situación que ha presenciado y que cree injusta. Un hombre que se lanza desde su apacible asiento del metro hacia la intemperie del peligro, de esa posible navaja, de ese compinche cercano y no detectado, del pasotismo de los demás, miembros de seguridad incluidos, que no dudadrán en mirar cómo el muchacho es golpeado mientras las puertas se cierran y el metro vuelve a la oscuridad de los túneles.
Golpes, sí, como los que se ha llevado un amigo mío hace dos días por tres cobardes que lo abordaron por detrás y lo empujaron, su cabeza contra la farola, luego en el suelo, ya casi sin consciencia, patadas y pisotones. Venía de tomar un café, a las 11 de la noche, y se ha encontrado con estos asesinos (lo hubieran sido si el golpe es en la sien o la patada le hunde el frontal) que lo han pateado sin ningún motivo, por el simple hecho de disfrutar con la humillación del semejante. Se curó las heridas y al día siguiente fue a trabajar, intentando seguir su vida como se sigue después de un mal sueño. Las heridas de la cara cicatrizan, pero no las del alma, hay ahí un escalofrío, una extraña sensación de pena y desconcierto, le han machacado sin razón ni motivo y se pregunta por qué. Le da miedo salir a la calle, por el capricho de tres desgraciados su vida se ha visto alterada y tiene que realizar ahora un proceso de cura, de rehabilitación, volver a recuperar la normalidad y la confianza. Pero lo hará, porque como el muchacho del metro, él es un héroe, dignifica también la especie. Héroes, querido Leech, son héroes y esta vez son "ellos".
Claro que hay excepciones siempre y que hay un cierto tipo de mujer que está cayendo en el error y el disparate de quererse parecer al maldito hombre. Pero no solo son las excepciones en ese sentido, también lo son en el contrario, hay hombres con una nobleza y valentía fuera de lo común y son muchos, seguro, aunque no los podamos ver bien por el ruido que hacen los virus que enferman nuestra especie masculina. En medio del ruido y la confusión, esta semana he asistido en primera persona a dos ejemplos que pueden servir de complemento a tu anterior opinión, porque aunque es verdad que "ellas" nos salvan y redimen, también es verdad que hay "ellos" dignos de elogio, de medallas (que nunca les serán entregadas) y de estatuas (que nunca serán erigidas en su honor).
Un maldito ladrón le roba a una señora la cartera en el metro (siempre son hombres los rateros) y aprovecha la parada en la estación de Antón Martín para salir del vagón con el jugoso botín, pero un chaval joven se abalanza sobre él, le derriba y le aprieta fuertemente el cuello hasta que el maldito parásito cede, devuelve la cartera y pide clemencia. Un hombre en su sitio, valiente, decidido, capaz de arriesgar su salud por una señora a la que no conoce, por resolver una situación que ha presenciado y que cree injusta. Un hombre que se lanza desde su apacible asiento del metro hacia la intemperie del peligro, de esa posible navaja, de ese compinche cercano y no detectado, del pasotismo de los demás, miembros de seguridad incluidos, que no dudadrán en mirar cómo el muchacho es golpeado mientras las puertas se cierran y el metro vuelve a la oscuridad de los túneles.
Golpes, sí, como los que se ha llevado un amigo mío hace dos días por tres cobardes que lo abordaron por detrás y lo empujaron, su cabeza contra la farola, luego en el suelo, ya casi sin consciencia, patadas y pisotones. Venía de tomar un café, a las 11 de la noche, y se ha encontrado con estos asesinos (lo hubieran sido si el golpe es en la sien o la patada le hunde el frontal) que lo han pateado sin ningún motivo, por el simple hecho de disfrutar con la humillación del semejante. Se curó las heridas y al día siguiente fue a trabajar, intentando seguir su vida como se sigue después de un mal sueño. Las heridas de la cara cicatrizan, pero no las del alma, hay ahí un escalofrío, una extraña sensación de pena y desconcierto, le han machacado sin razón ni motivo y se pregunta por qué. Le da miedo salir a la calle, por el capricho de tres desgraciados su vida se ha visto alterada y tiene que realizar ahora un proceso de cura, de rehabilitación, volver a recuperar la normalidad y la confianza. Pero lo hará, porque como el muchacho del metro, él es un héroe, dignifica también la especie. Héroes, querido Leech, son héroes y esta vez son "ellos".
domingo, 19 de octubre de 2008
Ellas.
Vienen con su juventud a ocupar sus asientos y a tener sus oídos atentos, porque te conceden cierta porción de conocimiento, intuyen que para estar donde estás has tenido que aprender mucho y ahora ellas quieren apropiarse de ese aprendizaje. Entran a primera hora, te saludan y te ofrecen una colección de sonrisas impropias a esas horas de la mañana, desafiando al frío, al sueño y a su propia edad, que les pide pereza, abulia, apatía. También desafían a una gran parte de la sociedad, que les dice que no son nada sin un maquillaje apropiado, unas caras zapatillas, un llamativo vestuario que les haga parecer pequeñas rebeldes furiosas, díscolas sin motivo, sin razonamiento ni criterio; a una parte de la sociedad que les grita desde los medios que no se comporten con serenidad ni sosiego, que no mediten sus acciones, que se mueran antes que ser sencillas, que llamen mucho la atención para ser "espontáneas" y que para ser las mejores se lleven por delante todo lo que sea necesario: amores, amistades, salud... que estudiar es de aburridos y tener educación y buen comportamiento provoca sospechas, "a mí no me cuadra, no hay que fiarse, es impropio de su edad" he escuchado decir, querido Grice, a voces que se suponen algo autorizadas. Pero no hacen caso. Ellas como si nada, centradas en aprender, en ser mejores cada día, en pulir su personalidad con amor y esmero, preguntando, respondiendo, asimilando, señalando en rojo los errores para intentar no volver a cometerlos. Me hacen mejor cada día también a mí.
Porque nosotros, Grice, somos como velas, soportamos sobre los hombros llamas que nos van haciendo perder solidez, "nos queman" y nos vamos derritiendo. Y la cera derretida en la base del candelero puede ser raspada con espátula y arrojada a la basura o puede regenerarse, volver a cobrar forma de vela, que a veces ilumina y abre claros en la oscuridad, quién sabe. Ellas hacen que vuelva a hablar quien callaba y que vuelva a creer el que ya no lo hacía. Estamos salvados, Grice, no todo es desidia, no todo es grosería, no todo es pereza; hay "ellas" que le devolverán la dignidad a la especie... y áun no lo saben.
A todas ellas, por mejorar el mundo y por dejarme hacer mi trabajo.
Porque nosotros, Grice, somos como velas, soportamos sobre los hombros llamas que nos van haciendo perder solidez, "nos queman" y nos vamos derritiendo. Y la cera derretida en la base del candelero puede ser raspada con espátula y arrojada a la basura o puede regenerarse, volver a cobrar forma de vela, que a veces ilumina y abre claros en la oscuridad, quién sabe. Ellas hacen que vuelva a hablar quien callaba y que vuelva a creer el que ya no lo hacía. Estamos salvados, Grice, no todo es desidia, no todo es grosería, no todo es pereza; hay "ellas" que le devolverán la dignidad a la especie... y áun no lo saben.
A todas ellas, por mejorar el mundo y por dejarme hacer mi trabajo.
miércoles, 8 de octubre de 2008
Nos arruinan.
El que lleva la cantina donde trabajo este año es ecuatoriano. Se levanta a las 6 de la mañana, coge su tren Cercanías en Villalba y a las 7:30 aproximadamente ya está en la cantina, para que cuando todos vayamos llegando a partir de las 8 no nos falten los churros, las porras, la bollería ni el café, todos esos pequeños amigos que nos hacen más llevadero el desconsuelo del madrugón y de la nueva jornada. Cuando yo llego sobre las 8:15 ya tiene en marcha cantidades industriales de patatas en enormes sartenes, para preparar las tortillas de la media jornada.También está pelando la verdura que al medio día servirá a los chavales que se queden a comer. Su mujer lleva a sus dos hijos al colegio y poco después de las nueve aparece por allí con la furgonetilla que compraron para traer género a la cantina. Es impresionante verlos despachar cientos de bocadillos a la hambrienta chavalada a la hora del recreo sin una sola mala cara, ni una contestación a destiempo, con una amabilidad exquisita y una sonrisa siempre en la boca.
Me gusta llegar el primero a la cantina y charlar con él hasta que el resto del personal va apareciendo. El lunes le comenté que le veía cansado, los párpados barriendo el suelo, la sonrisa de foto de carnet, sin la autenticidad con que la muestra normalmente. Está cansado, los sábados y los domingos trabaja en un restaurante de Villalba, así que para él la palabra descanso solo existe como palabra. Hay una hipoteca, dos niños, los cafés cuestan 70 céntimos y los bocadillos 80. En busca de un futuro para sus hijos -es consciente de que a él solo le esperan años de duro trabajo y letras puntuales del banco- se vino hace unos años de Ecuador, como tantos otros. Una travesía llena de sacrificios hacia la prosperidad, todo con una sonrisa y un "buenos días" auténtico, de los que le despejan a uno el alma.
"Desde luego", pensaba el otro día según iba al trabajo, "tienen razón los políticos de la derecha, esta gente nos lleva a la ruina". Y luego rematé mis pensamientos mientras bajaba hacia el metro rodeado de extranjeros con mono y tartera: "Hay que joderse con la derecha".
Leech.
Me gusta llegar el primero a la cantina y charlar con él hasta que el resto del personal va apareciendo. El lunes le comenté que le veía cansado, los párpados barriendo el suelo, la sonrisa de foto de carnet, sin la autenticidad con que la muestra normalmente. Está cansado, los sábados y los domingos trabaja en un restaurante de Villalba, así que para él la palabra descanso solo existe como palabra. Hay una hipoteca, dos niños, los cafés cuestan 70 céntimos y los bocadillos 80. En busca de un futuro para sus hijos -es consciente de que a él solo le esperan años de duro trabajo y letras puntuales del banco- se vino hace unos años de Ecuador, como tantos otros. Una travesía llena de sacrificios hacia la prosperidad, todo con una sonrisa y un "buenos días" auténtico, de los que le despejan a uno el alma.
"Desde luego", pensaba el otro día según iba al trabajo, "tienen razón los políticos de la derecha, esta gente nos lleva a la ruina". Y luego rematé mis pensamientos mientras bajaba hacia el metro rodeado de extranjeros con mono y tartera: "Hay que joderse con la derecha".
Leech.
viernes, 3 de octubre de 2008
Ausentes.
Un día 26 de septiembre de hace ya muchos años nació el que era mi hermano y dejó de serlo. Me he dado cuenta de ello el otro día, sin querer, cuando estaba tumbado en el sofá de mi casa dejando pasar el tiempo, en un día de derrota -"hazme un sitio en tu montura"- y me he percatado de la fecha. Nació un 26 de septiembre, cuando yo aún no tenía consciencia. Lo hizo con el pie izquierdo, lleno de mala suerte el pobre, tanta que se fue a los tres años, cuando ya la consciencia abría huecos en mi memoria. Tengo recuerdos de un día triste, en casa de una tía, escuchando las milongas que se nos dicen de niños: "se ha ido al cielo", "se lo ha llevado un ángel". De dolores y penas yo no entendía, no conocía el significado tan vasto de ese tipo de ausencias. Se fue el día de reyes y dejó un hueco que yo he ido descubriendo y rellenando con el tiempo, despacito, como el que cultiva un huerto de delicados frutos. Se paró el tiempo para el que era mi hermano, su nombre ya no fue más que un recuerdo. Desde entonces he ido reconstruyendo con frecuencia la amistad que no pude ganarme, los paseos que nunca dimos, las palabras que no cruzamos, los latidos que aquella noche de reyes dejaron de alimentarme. Estamos hechos también de ausencias, como de renuncias, lo que pudimos ser y no fuimos ha contribuido a forjar nuestra arquitectura como los que pudieron acompañarnos y nos dejaron, sin embargo, para siempre abandonados. Qué consuelo tan pobre.
Así es, Grice, qué pena pensar en ellos.
Y qué pena que no viera nada, que no probase el sabor de la infancia, que no sufriese la adolescencia, que no luchase su juventud divina, lamentase los fracasos y celebrase los éxitos. Qué pena que se fuese de esta vida sin conocerla, sin exprimirla, y que hayamos tenido que prestarle nuestra imaginación para que se pasease cada día con nosotros de la mano por este tinglado que decimos vida. Ausentes ya para siempre, dejaremos de sentir que son herida, pero no de recordarlos ni de esperar su inmediato regreso.
Para mi amigo Samuel, que también cultiva el recuerdo de su hermano.
Así es, Grice, qué pena pensar en ellos.
Y qué pena que no viera nada, que no probase el sabor de la infancia, que no sufriese la adolescencia, que no luchase su juventud divina, lamentase los fracasos y celebrase los éxitos. Qué pena que se fuese de esta vida sin conocerla, sin exprimirla, y que hayamos tenido que prestarle nuestra imaginación para que se pasease cada día con nosotros de la mano por este tinglado que decimos vida. Ausentes ya para siempre, dejaremos de sentir que son herida, pero no de recordarlos ni de esperar su inmediato regreso.
Para mi amigo Samuel, que también cultiva el recuerdo de su hermano.
lunes, 8 de septiembre de 2008
Más ruidos.
Estimado Leech, vuelvo a escribir después de mucho tiempo, ya habrá ocasión de explicar y justificar mi prolongada ausencia. ¡Vaya con el ruido! ¡Qué gran incordio! Sin embargo, amigo mío, solo hablas del ruido que no te deja dormir, de ese machacón zumbido diario que te saca de los nervios, porque la gente es muy molesta en este país y gusta de hacerse oir: piensa un español que todos los que le rodean han de enterarse de su conversación, de si disfruta o se enfada, de si aquel futbolista es una nena o Zapatero un cabrón, de que Asturias es la patria de mis amores y yo soy español, español, español, oé. Muchos piensan que has de oirles hacer el amor en sus casas, enterarte por sus llamadas de lo que han de hacer el fin de semana, admirar su gusto musical y cinematográfico. Al fin y al cabo, piensan todos, el triste eres tú, que haces las cosas en silencio y pasas desapercibido, tío raro te dirán, mira que hablar en susurros; tío peligroso pensarán, no grita lo que piensa, ni proclama sus gustos, esconde sus emociones. De acuerdo Leech, aunque pienso que exageras no te quito bastante razón en tu último escrito, pero a mí me afecta más otro tipo de ruido que ese... digamos mundano del que tú hablas.
Porque, ¿no es peor y más nocivo y venenoso el ruido que hacen los políticos todos los días? Crisis, nación, democracia, ciudadanos, eso sí que es un ruido que daña nuestro buen gusto y nuestro buen sentido, todas las promesas y los ataques y los insultos de esta jauría de canes de razas cruzadas (son pitbul y caniche).
¿Y qué me dices de todos los futuros modelos, cantantes y estrellas que se estrellan contra la pantalla de la televisión cada día? ¿No te molestan los programas de televisión en los que se comercia con los sueños y las ilusiones de una juventud cada vez más aturdida y confundida? ¿No es ese un ruido infernal? Después de cenar te sientas en el sofá exhausto por la jornada y para llamar al sueño enciendes la televisión y entonces comienza el ruido de tertulias, concursos, realitis, series ñoñas, juventud, divino tesoro convertido en mierda manipulada por los publicistas y los estrategas que duermen las voluntades con promesas de un mundo mejor, lleno de éxito y dinero, sin esfuerzo ni trabajo. Y tragamos, porque es un ruido irresistible y no estamos hechos de la pasta de Ulises.
¿Has escuchado alguna vez, querido Leech, el ruido de los ególatras? Ese ruido que encoge la vergüenza ajena y es emitido como verdad absoluta. ¿Y el de los hipócritas? No hacen lesión en el oído, sino en el alma del que escucha. Uno se dice legal y sincero cuando no hace otra cosa que mentir y traicionar...otro se ensalza a sí mismo y vitupera todo lo que se escapa de la esfera de su soberbia. Este ruido, querido Leech, martiriza. Como el ruido de los obispos, de los alcaldes y concejales corruptos, de los ladrones de toda laya, de los que pegan a sus mujeres, o a sus hijos y de los jueces que les perdonan. El ruido de los que medran a costa de los demás, de los que ponen bombas y los que deciden contestar con más bombas, los que violan, personas o derechos de las personas, los que callan, miran, saben pero callan, los que deciden que para ser inmensamente ricos debe haber grandes masas de pobreza y los que se lo consentimos, porque estamos hechizados con tanto ruido que hay en nuestras vidas y que no viene de la calle.
Grice.
Porque, ¿no es peor y más nocivo y venenoso el ruido que hacen los políticos todos los días? Crisis, nación, democracia, ciudadanos, eso sí que es un ruido que daña nuestro buen gusto y nuestro buen sentido, todas las promesas y los ataques y los insultos de esta jauría de canes de razas cruzadas (son pitbul y caniche).
¿Y qué me dices de todos los futuros modelos, cantantes y estrellas que se estrellan contra la pantalla de la televisión cada día? ¿No te molestan los programas de televisión en los que se comercia con los sueños y las ilusiones de una juventud cada vez más aturdida y confundida? ¿No es ese un ruido infernal? Después de cenar te sientas en el sofá exhausto por la jornada y para llamar al sueño enciendes la televisión y entonces comienza el ruido de tertulias, concursos, realitis, series ñoñas, juventud, divino tesoro convertido en mierda manipulada por los publicistas y los estrategas que duermen las voluntades con promesas de un mundo mejor, lleno de éxito y dinero, sin esfuerzo ni trabajo. Y tragamos, porque es un ruido irresistible y no estamos hechos de la pasta de Ulises.
¿Has escuchado alguna vez, querido Leech, el ruido de los ególatras? Ese ruido que encoge la vergüenza ajena y es emitido como verdad absoluta. ¿Y el de los hipócritas? No hacen lesión en el oído, sino en el alma del que escucha. Uno se dice legal y sincero cuando no hace otra cosa que mentir y traicionar...otro se ensalza a sí mismo y vitupera todo lo que se escapa de la esfera de su soberbia. Este ruido, querido Leech, martiriza. Como el ruido de los obispos, de los alcaldes y concejales corruptos, de los ladrones de toda laya, de los que pegan a sus mujeres, o a sus hijos y de los jueces que les perdonan. El ruido de los que medran a costa de los demás, de los que ponen bombas y los que deciden contestar con más bombas, los que violan, personas o derechos de las personas, los que callan, miran, saben pero callan, los que deciden que para ser inmensamente ricos debe haber grandes masas de pobreza y los que se lo consentimos, porque estamos hechizados con tanto ruido que hay en nuestras vidas y que no viene de la calle.
Grice.
martes, 2 de septiembre de 2008
Ruido.
Se acaba el verano, el otoño se va dejando sentir, nos movemos desde el sur hacia el norte, querido Grice, en un viaje de ida y vuelta que esperemos sea de provecho y deje un grato recuerdo, como lo dejan los buenos viajes. Pasan las estaciones y regresamos a la calma del hogar y la comodidad del día a día de regreso de un verano que siempre es distinto y nunca deja indiferentes nuestros cuerpos ni nuestras almas. Vuelve uno al trabajo de todos los días, a la ciudad en la que vive y se encuentra lo que dejó, lo bueno y también lo malo. Y entre lo malo, querido Grice, de nuevo el ruido, el infernal ruido que sigue donde uno lo dejó, en una huida insuficiente, crees que has desconectado, que te has relajado y estás mejor preparado y predispuesto para combatir al mortal enemigo, y resulta que no es así, que el tirano sigue dispuesto a destrozar tus nervios: el vecino que habla a ritos, el perro que ladra sin descanso, la televisión de otros en la cabecera de tu cama, los bares con sus machaconas sesiones, la masa que a diario se divierte y llena las calles, los otros haciendo fiestas en la pared contigua los lunes y los martes y los miércoles...
No puede ser, te dices, algún día acabará, tendrán que empezar a madrugar, como tú, para trabajar y ganarse el sustento, más ahora en plena crisis. Pero conforme pasan los días vas perdiendo la esperanza al observar que no es así. Me da la sensación, Grice, de que la mitad de la gente joven de esta ciudad no hace nada para subsistir, porque mientras mis conocidos están cansados y hechos polvo en su regreso a los trabajos, una gran cantidad de gente se permite el lujo de acostarse a las tantas y de disfrutar sin freno todos los días de la semana, sin escatimar en gritos, carcajadas, música y todo tipo de ruidos mientras los demás intentamos conciliar el sueño con todas las dificultades que ellos nos ponen. El problema del ruido, problema olvidado, no tenido en cuenta por autoridades, descontrolado, que causa que la población que produce y trabaja viva un auténtico infierno mientras la que nada aporta ni ofrece disfruta sin límites ni barreras. Solo dan ganas de que llueva, granice, hiele, se muera el perro, enmudezca el vecino, se vaya la luz y se arruinen los bares, el ejército barra la calle y exploten los televisores... al menos hasta mañana.
Leech.
No puede ser, te dices, algún día acabará, tendrán que empezar a madrugar, como tú, para trabajar y ganarse el sustento, más ahora en plena crisis. Pero conforme pasan los días vas perdiendo la esperanza al observar que no es así. Me da la sensación, Grice, de que la mitad de la gente joven de esta ciudad no hace nada para subsistir, porque mientras mis conocidos están cansados y hechos polvo en su regreso a los trabajos, una gran cantidad de gente se permite el lujo de acostarse a las tantas y de disfrutar sin freno todos los días de la semana, sin escatimar en gritos, carcajadas, música y todo tipo de ruidos mientras los demás intentamos conciliar el sueño con todas las dificultades que ellos nos ponen. El problema del ruido, problema olvidado, no tenido en cuenta por autoridades, descontrolado, que causa que la población que produce y trabaja viva un auténtico infierno mientras la que nada aporta ni ofrece disfruta sin límites ni barreras. Solo dan ganas de que llueva, granice, hiele, se muera el perro, enmudezca el vecino, se vaya la luz y se arruinen los bares, el ejército barra la calle y exploten los televisores... al menos hasta mañana.
Leech.
jueves, 10 de julio de 2008
Festejos taurinos.
Acabo de ver en Caiga Quien Caiga un reportaje sobre una fiesta taurina terriblemente sangrienta y desagradable en un pueblo de Extremadura y me he acordado de este texto que escribí el verano pasado. Es un texto que escribí en Tiedra, el pueblo de mi madre, donde cada verano se emplean ingentes sumas de dinero público para traer animales a los que maltratar sin ningún sentido. Es vergonzoso, ver cómo el propio alcalde emite berridos en medio de una calle mientras acorrala a un pobre becerro, dispuesto a hacer lo mismo con cualquiera que se atreviese a proponer una reflexión sobre lo cruel de estas supuestas tradiciones, su absurdo pervivir año tras año. Y es que si quieren comprobar el talante y apostura de estas buenas gentes, capaces de torturar a un animal hasta la muerte, vayan y protesten, que les pasará como mínimo lo que a la reportera de Caiga Quien Caiga.
Este texto iba a aparecer en una revista digital el verano pasado, puede que lo haga este año, si su director lo tiene a bien. No corre prisa, pasarán los años y el texto seguirá teniendo vigencia, lamentablemente.
FESTEJOS TAURINOS.
A lo largo de los meses veraniegos se suceden sin pausa las fiestas patronales de numerosos pueblos de España. Conozco la realidad de las que se celebran en los pueblos de Castilla, baste como prueba el hecho de que estas líneas las redacto desde uno de ellos, Tiedra su nombre. Son éstos eventos muy fatuos, cutres y embrutecedores, es una pena que la gente de los pueblos, en su gran mayoría, no muestre el más mínimo deseo de refinar un poco su gusto, su paladar, que no busque la más absoluta variación a sus actividades (podría recitar de memoria sus programaciones desde que tengo uso de razón), que ninguna alternativa lúdica o cultural se ofrezca a los más jóvenes, que pronto entran a formar parte del conjunto y repiten como loros: paella, pincho, cerveza, orquesta, toros, y se dedican a beber lo que les cae sin ningún discernimiento, “hasta el agua de los floreros”, se acostumbra a decir.
Es precisamente de una de estas variables de la que quiero hablar hoy: de los toros, en sus múltiples manifestaciones, cada una más siniestra. Cada vez que coincido en este pueblo en las fechas reservadas a sus fiestas patronales, me realizo con tristeza las mismas preguntas, ¿qué les ocurre a estos seres humanos, por lo tanto racionales, por lo tanto con capacidad para pensar y con dimensión ética suficiente para distinguir lo que es el bien del mal; la violencia sin sentido como representación de este último de la concordia y convivencia entre todos y de todos con el medio que los rodea, animales y plantas que tan cercanas tienen y sienten a sus vidas, tan lejos nos quedaron ya a los que vivimos en las ciudades grandes y despersonalizadas? ¿Por qué este triste espectáculo de tortura y ensañamiento durante tres febriles días de supuesta fiesta y diversión? ¿Por qué mostrárselo a los más pequeños y, lo que es más grave, iniciarlos en este acto repugnante, que nada aporta, en nada educa, ni divierte tampoco?
El primer tercio, por usar el léxico de tan distinguido “arte”, se da el sábado por la tarde (incluso las fechas y horarios son desesperadamente inamovibles desde que tengo uso de razón) con un precioso encierro por las calles del pueblo, un poco al estilo pamplonica. Digo un poco porque en los archifamosos y hasta la saciedad enaltecidos encierros de San Fermín, los toros corren detrás de los corredores (últimamente hay que decir que corren más bien los toros huyendo despavoridos de la multitud congregada, hasta el punto de que en algunos hay que buscar a los animales como a Wally en los libros, rodeados como están de la masa enardecida) y una vez finalizado el recorrido se da por concluido el encierro. En Tiedra, en cambio, y con Tiedra tantos otros pueblos castellanos, las vaquillas no reciben su descanso o recompensa una vez finalizado el recorrido, sino que se las obliga a desandar lo andado tantas veces como la plebe, ciega de furia y de ira, quiera. Furia e ira son los motores de este evento, es lo único que puede explicar los golpes con palos, patadas, piedras y salivazos, que se arrojan sobre el cansado e indefenso animal. Porque en eso consiste el famoso encierro, en tener durante al menos dos horas a las vacas dando vueltas por un circuito cerrado para golpearlas, herirlas si es posible, insultarlas, parte del público emitiendo gritos y onomatopeyas que convierten, por contraste, los mugidos de los animales en música celestial. Es algo así como “vaca”, “arggg”, vaaaaaca”, “ieh, ieh”. Tras una hora o más, se le devuelve al animal a su lujoso cajón de acero para ser empleado con tan nobles fines, al día siguiente en la plaza, o en su defecto en los encierros de alguna otra noble villa castellana.
El segundo tercio se celebra el domingo, el lunes y el martes, en la plaza portátil del pueblo. Más o menos se repite la ceremonia del primer día, con una única variación: un supuesto torero o en su caso aprendiz, torea a un novillo y luego, la mayor parte de las veces, lo martiriza a espadazos, 20 se han llegado a contar, hasta que el animal, ya casi desollado y troceado y listo para ser asado en la romería del último día, muere y cae derrotado. Justo es reconocer que también hay concurso de cortes y ahí sí, los participantes, profesionales de ello, se enfrentan inermes al animal y lo esquivan y engañan sin causarle daño alguno.
El tercer y último tercio es el encierro por el campo, de fácil narración: coches, tractores, caballos, etc., persiguen a un novillo campo a través hasta que no puede más y, exhausto, revienta. Un año hubieron de amputarle la oreja al animal para que sangrara y poderlo llevar de vuelta a los toriles del pueblo. Una vez allí lo dejaron tirado durante dos días, agonizando, reventado por dentro, sin oreja, sangrando sin parar por los hocicos, mientras las autoridades de la celebrada villa se felicitaban en la traca final por el éxito de las fiestas. Hube de verlo allí, tirado, indefenso, esperando una muerte que no llegaba nunca. Era yo muy joven, aún me arrepiento hoy de no haber actuado, de no haber denunciado.
Así es el espectáculo en los pueblos de esta zona de Castilla, en otros sitios se les prende fuego en los cuernos, se les tira al mar, se les atan sogas, lo mismo da, el caso es que la sangre y la humillación y la tortura estén presentes. Ahora que el calendario de nuevo nos trae las fiestas populares del verano, miles de animales se preparan para el sacrificio y lo más bajo y siniestro de nuestro espíritu nacional vuelve a hacer acto de presencia. De nuevo nuestra dimensión humana vuelve a ser puesta en tela de juicio.
Este texto iba a aparecer en una revista digital el verano pasado, puede que lo haga este año, si su director lo tiene a bien. No corre prisa, pasarán los años y el texto seguirá teniendo vigencia, lamentablemente.
FESTEJOS TAURINOS.
A lo largo de los meses veraniegos se suceden sin pausa las fiestas patronales de numerosos pueblos de España. Conozco la realidad de las que se celebran en los pueblos de Castilla, baste como prueba el hecho de que estas líneas las redacto desde uno de ellos, Tiedra su nombre. Son éstos eventos muy fatuos, cutres y embrutecedores, es una pena que la gente de los pueblos, en su gran mayoría, no muestre el más mínimo deseo de refinar un poco su gusto, su paladar, que no busque la más absoluta variación a sus actividades (podría recitar de memoria sus programaciones desde que tengo uso de razón), que ninguna alternativa lúdica o cultural se ofrezca a los más jóvenes, que pronto entran a formar parte del conjunto y repiten como loros: paella, pincho, cerveza, orquesta, toros, y se dedican a beber lo que les cae sin ningún discernimiento, “hasta el agua de los floreros”, se acostumbra a decir.
Es precisamente de una de estas variables de la que quiero hablar hoy: de los toros, en sus múltiples manifestaciones, cada una más siniestra. Cada vez que coincido en este pueblo en las fechas reservadas a sus fiestas patronales, me realizo con tristeza las mismas preguntas, ¿qué les ocurre a estos seres humanos, por lo tanto racionales, por lo tanto con capacidad para pensar y con dimensión ética suficiente para distinguir lo que es el bien del mal; la violencia sin sentido como representación de este último de la concordia y convivencia entre todos y de todos con el medio que los rodea, animales y plantas que tan cercanas tienen y sienten a sus vidas, tan lejos nos quedaron ya a los que vivimos en las ciudades grandes y despersonalizadas? ¿Por qué este triste espectáculo de tortura y ensañamiento durante tres febriles días de supuesta fiesta y diversión? ¿Por qué mostrárselo a los más pequeños y, lo que es más grave, iniciarlos en este acto repugnante, que nada aporta, en nada educa, ni divierte tampoco?
El primer tercio, por usar el léxico de tan distinguido “arte”, se da el sábado por la tarde (incluso las fechas y horarios son desesperadamente inamovibles desde que tengo uso de razón) con un precioso encierro por las calles del pueblo, un poco al estilo pamplonica. Digo un poco porque en los archifamosos y hasta la saciedad enaltecidos encierros de San Fermín, los toros corren detrás de los corredores (últimamente hay que decir que corren más bien los toros huyendo despavoridos de la multitud congregada, hasta el punto de que en algunos hay que buscar a los animales como a Wally en los libros, rodeados como están de la masa enardecida) y una vez finalizado el recorrido se da por concluido el encierro. En Tiedra, en cambio, y con Tiedra tantos otros pueblos castellanos, las vaquillas no reciben su descanso o recompensa una vez finalizado el recorrido, sino que se las obliga a desandar lo andado tantas veces como la plebe, ciega de furia y de ira, quiera. Furia e ira son los motores de este evento, es lo único que puede explicar los golpes con palos, patadas, piedras y salivazos, que se arrojan sobre el cansado e indefenso animal. Porque en eso consiste el famoso encierro, en tener durante al menos dos horas a las vacas dando vueltas por un circuito cerrado para golpearlas, herirlas si es posible, insultarlas, parte del público emitiendo gritos y onomatopeyas que convierten, por contraste, los mugidos de los animales en música celestial. Es algo así como “vaca”, “arggg”, vaaaaaca”, “ieh, ieh”. Tras una hora o más, se le devuelve al animal a su lujoso cajón de acero para ser empleado con tan nobles fines, al día siguiente en la plaza, o en su defecto en los encierros de alguna otra noble villa castellana.
El segundo tercio se celebra el domingo, el lunes y el martes, en la plaza portátil del pueblo. Más o menos se repite la ceremonia del primer día, con una única variación: un supuesto torero o en su caso aprendiz, torea a un novillo y luego, la mayor parte de las veces, lo martiriza a espadazos, 20 se han llegado a contar, hasta que el animal, ya casi desollado y troceado y listo para ser asado en la romería del último día, muere y cae derrotado. Justo es reconocer que también hay concurso de cortes y ahí sí, los participantes, profesionales de ello, se enfrentan inermes al animal y lo esquivan y engañan sin causarle daño alguno.
El tercer y último tercio es el encierro por el campo, de fácil narración: coches, tractores, caballos, etc., persiguen a un novillo campo a través hasta que no puede más y, exhausto, revienta. Un año hubieron de amputarle la oreja al animal para que sangrara y poderlo llevar de vuelta a los toriles del pueblo. Una vez allí lo dejaron tirado durante dos días, agonizando, reventado por dentro, sin oreja, sangrando sin parar por los hocicos, mientras las autoridades de la celebrada villa se felicitaban en la traca final por el éxito de las fiestas. Hube de verlo allí, tirado, indefenso, esperando una muerte que no llegaba nunca. Era yo muy joven, aún me arrepiento hoy de no haber actuado, de no haber denunciado.
Así es el espectáculo en los pueblos de esta zona de Castilla, en otros sitios se les prende fuego en los cuernos, se les tira al mar, se les atan sogas, lo mismo da, el caso es que la sangre y la humillación y la tortura estén presentes. Ahora que el calendario de nuevo nos trae las fiestas populares del verano, miles de animales se preparan para el sacrificio y lo más bajo y siniestro de nuestro espíritu nacional vuelve a hacer acto de presencia. De nuevo nuestra dimensión humana vuelve a ser puesta en tela de juicio.
viernes, 4 de julio de 2008
El descanso del guerrero II.
jueves, 3 de julio de 2008
El descanso del guerrero.
Descansa el guerrero agazapado en su escondite, exhausto de pelear en una batalla que ya antes había ganado. ¿Será una pesadilla? Volver a luchar contra lo que un día vio caer a sus pies, un extraño enemigo sin rostro y sin nombre que incomprensiblemente vuelve a aparecer dos años después -¡qué mal perder!- y se resiste a darse por vencido -¡qué mala uva!- Y así está el guerrero, descorazonado, pensando que quizás sus manos se tengan que volver a manchar de sangre cuando lo único que desean es reposar, labrar la tierra hasta donde le dejen, levantar su hogar y vivir en él, solo o en compañía, aportando lo que pueda a su comunidad.
Pero aún suenan en su mente los sonidos de la batalla, el roce de los metales, el grito de los caídos, la triste letanía de los que se retiraron antes de tiempo porque no pudieron soportarlo. ¿Volver a pasar por esto cuando ya estaba superado? ¿De nuevo batirse bajo los calores del comienzo del verano cuando ya se daba por vencido al enemigo? ¿Qué clase de tortura es esta?
Agazapado y sin fuerzas reposa el guerrero y sabe que inevitablemente volverá a levantarse y a empuñar las armas de nuevo si así se lo exigen, si aún no están convencidos de su valor y entereza aquellos que ni rostro ni nombre poseen. Volverá a transitar la senda que cada dos años transita, todo tan conocido, tan repetitivo. Volverá a encontrarse con altos muros que escalar, anchos ríos que cruzar, espesos bosques que atravesar, amigos fieles que le acompañen y enemigos obstinados y llenos de veneno que le vayan poniendo a prueba. Combatir, derribar, doblegar... volverá a pelear y a vencer, quizás por última vez, quién sabe lo caprichoso que se puede mostrar de nuevo el azar con nuestro pobre guerrero. Dejémosle entre tanto que duerma y disfrute.
Para Fran, que volverá a aprobar, esperemos que para siempre.
Pero aún suenan en su mente los sonidos de la batalla, el roce de los metales, el grito de los caídos, la triste letanía de los que se retiraron antes de tiempo porque no pudieron soportarlo. ¿Volver a pasar por esto cuando ya estaba superado? ¿De nuevo batirse bajo los calores del comienzo del verano cuando ya se daba por vencido al enemigo? ¿Qué clase de tortura es esta?
Agazapado y sin fuerzas reposa el guerrero y sabe que inevitablemente volverá a levantarse y a empuñar las armas de nuevo si así se lo exigen, si aún no están convencidos de su valor y entereza aquellos que ni rostro ni nombre poseen. Volverá a transitar la senda que cada dos años transita, todo tan conocido, tan repetitivo. Volverá a encontrarse con altos muros que escalar, anchos ríos que cruzar, espesos bosques que atravesar, amigos fieles que le acompañen y enemigos obstinados y llenos de veneno que le vayan poniendo a prueba. Combatir, derribar, doblegar... volverá a pelear y a vencer, quizás por última vez, quién sabe lo caprichoso que se puede mostrar de nuevo el azar con nuestro pobre guerrero. Dejémosle entre tanto que duerma y disfrute.
Para Fran, que volverá a aprobar, esperemos que para siempre.
miércoles, 21 de mayo de 2008
Privatización del aire.
Si un día nos cobran por respirar sé muy bien que pagaréis, es más, os convenceréis de que hay que invertir una buena suma de dinero en una parcela que dice no sé quién que proporciona el aire más limpio y que además te da un estatus diferente al de tu vecino, mucho más prestigioso y elegante tú, dónde va a parar. Os pasarán una cuota mensual por el aire consumido y religiosamente pagaréis.
Luego se organizará una huelga, concentraciones de protesta, pero no iréis porque no tenéis ganas de moveros de vuestro salón, eso sí, tejeréis toda una red de discursos que os valgan de excusa, "han llegado tarde los sindicatos, no me fío de ellos, solo buscan su interés... ¿y si hacemos una protesta original y pagamos más impuestos voluntariamente, como "a la japonesa"? así no dirán que es que somos unos tacaños." Nos dejaréis solos e iréis tragando, pagando cada año vuestras cuotas y las subidas abusivas cada 1 de enero, todo por un aire que nos pertenecía a todos.
Los ricos tendrán parcelas de aire propio, los pobres respirarán el aire de los polígonos a precio de monte, todos deberemos contribuir para no ir a la cárcel por fraude, por vuestra culpa, por no habernos seguido cuando os lo pedimos.
Cuando pase el tiempo, se recordará y transmitirá de padres a hijos con pena y nostalgia: "Recuerdo cuando el aire era de todos y era gratuito, cuando por el simple hecho de haber nacido se te otorgaba el derecho a respirar donde quisieras. Era hermoso entonces, querido hijo, nadie se moría por no haber podido pagar sus diarias respiraciones."
Leech.
Luego se organizará una huelga, concentraciones de protesta, pero no iréis porque no tenéis ganas de moveros de vuestro salón, eso sí, tejeréis toda una red de discursos que os valgan de excusa, "han llegado tarde los sindicatos, no me fío de ellos, solo buscan su interés... ¿y si hacemos una protesta original y pagamos más impuestos voluntariamente, como "a la japonesa"? así no dirán que es que somos unos tacaños." Nos dejaréis solos e iréis tragando, pagando cada año vuestras cuotas y las subidas abusivas cada 1 de enero, todo por un aire que nos pertenecía a todos.
Los ricos tendrán parcelas de aire propio, los pobres respirarán el aire de los polígonos a precio de monte, todos deberemos contribuir para no ir a la cárcel por fraude, por vuestra culpa, por no habernos seguido cuando os lo pedimos.
Cuando pase el tiempo, se recordará y transmitirá de padres a hijos con pena y nostalgia: "Recuerdo cuando el aire era de todos y era gratuito, cuando por el simple hecho de haber nacido se te otorgaba el derecho a respirar donde quisieras. Era hermoso entonces, querido hijo, nadie se moría por no haber podido pagar sus diarias respiraciones."
Leech.
sábado, 3 de mayo de 2008
Nuestras calles.
He asistido atónito estos días a varios acontecimientos que han provocado que mi ánimo oscile entre la melancolía y el pesimismo; la indignación y la furia, también la esperanza, con minúscula, no nos equivoquemos. Se están conmemorando los 200 años del 2 de mayo madrileño y solo se oye habar de libertad y nación, como si España no fuese ya una nación en 1807 y como si los madrileños de aquel día lucharan por la libertad y no por el desgaste y mil motivos que los historiadores nos podrían alumbrar si se les prestara más espacio en las televisiones y las radios. En efecto, resulta que estos días han opinado sobre las causas y motivos de aquella revuelta políticos, tertulianos, periodistas, hasta escritores que se están forrando a costa del asunto y que parecen ser los únicos expertos en la materia, sí, Grice, sí, Reverte no ha hecho otra cosa desde hace meses y ha incluído en su haber besos y peloteo a la desvergonzada Aguirre, mala y puta como ninguna. Él, que en su cháchara dominical nos bombardea con insultos a los políticos y presume de independencia y verdad, resulta que no ha dudado en halagar a la mala pécora en una hermosa rueda de prensa conjunta: nación, heroísmo, España y blablabla, su hilo nunca termina, siempre con lo mismo: patria, orgullo y libertad. Yo nunca me cuadraré ante la bandera de España, no me importan los símbolos, me importan las personas, los ciudadanos que sufren y se alegran como yo, que respiran y son acosados y humillados y ninguneados por los listos que diseñan las proclamas y reivindican las banderas para engañar y manipular a la gente. ¿Por qué nadie dice que los madrileños también mataron para defender a sus hijas y mujeres, a sus vecinos? ¿Por qué nadie escucha a los que dicen que los precios habían aumentado por la mayor demanda y eso perjudicaba seriamente las economías? ¿Por qué nadie piensa que sin el dos de mayo a lo mejor España se habría librado de muchos lastres, como los curas, por ejemplo? ¿Por qué no se presta la debida atención a los que aseguran que la lucha trajo como consecuencia a un rey estúpido y arbitrario? No soy historiador, no voy a explicar yo la historia, pero sí tengo juicio para percatarme de la manipulación y la tergiversación de los hechos: interesaba repintar los bordes rojos y el interior amarillo y buscar un momento en el que volver a gritar ¡una grande y libre!, pero con otras palabras que hiciesen de disfraz, que disimulasen el fondo. Querido Grice, me cago en mi patria y en los encantadores de serpientes que con sus músicas duermen al pueblo y lo embelesan y arrullan.
Pero este exordio no es furia gratuita, sucede que estos días el gran Gallardón ha tirado de presupuesto y ha montado una enorme parafernalia con luces y sonido por la ciudad y que la gente se ha quedado con la boca abierta: sí, nadie comprendía el significado de tales plataformas y ruidos raros, pero no queda bien decirlo, así que todo el mundo abría los ojos y la boca con asombro y juraban ver el traje del emperador: "que yo soy moderno y leído y comprendo estos conceptismos y abstraciones nuevas". Pero muy poca gente sabe que en mi barrio hemos intentado recuperar las calles por unos días para bailar y beber un trago y disfrutar de las fiestas, a la llana, sin florituras. Esos grandes montajes gallardonianos persiguen que la gente esté parada y apelotonada las suficientes horas como para luego no tener ganas sino de sentarse en terrazas y restaurantes, o irse a la cama como mejor opción. Pero la fiesta es alegría, es calle compartida, música y juegos para los niños, para las vecinas ancianas y los jóvenes que hacen que el barrio viva y tenga futuro. Se han planteado por parte de héroes ciudadanos fiestas y actividades en la calle y este déspota con maneras ilustradas las ha prohibido de nuevo. No le gusta que los vecinos se organicen porque tiene miedo de que puedan escuchar e informarse. Hace tiempo que mi barrio está tomado por un ejército de policías agresivos y violentos que disfrutan con su papel de agentes del orden. Pero es curioso que nunca están para reprimir a los chicos y chicas de otros barrios que tocan guitarras, beben sin sentido y mean en la calle. No se entiende, pues, el despliegue de tropas.Casi ningún vecino sensato de estas calles (siempre habrá algún descerebrado) meará o beberá o quemará, pues bien es sabido que nadie tira piedras contra su propio tejado. Y sin embargo somos los vecinos los que sufrimos a este ejército invasor que ayer, sin ir más lejos, ¡quiso suspender con intimidaciones una marcha de bicicletas porque entorpecían el tráfico! ¿Qué argumentaban, que más de tres bicicletas juntas son una asociación indebida? Pero no acaba aquí la perfidia: se prohibe la verbena, se prohibe la marcha del May Day por Lavapiés, se organizan actos de todo tipo en Chamberí o Barrio de Salamanca mientran se prohiben y vetan en Malasaña, se hace la vista gorda ante el trpicheo y venta de droga en la parte baja de Corredera de San Pablo, no se habilita ni un solo espacio verde o de ocio, se dejan calles sin limpiar sistemáticamente, cada noche sufrimos el ruido de motos, borrachos, empleados públicos del ayuntamiento dando gritos y cantando a las tres de la mañana, inseguridad, robos... ¿Qué le hemos hecho a este sinvergüenza? No me cabe duda, oscuros intereses hay detrás de todo.
Pero se hizo el May Day por Lavapiés, se hizo la verbena en Malasaña, hubo bailes, paellas gratis para todos, los pequeños disfrutaron con juegos y pinturas, las señoras ancianas del barrio tomaron el sol en sus sillas, se tiró la basura en cubos, nadie meó en la calle, no hubo ni vómitos, ni peleas, ni robos ni broncas. Sí hubo, por contra, respeto, felicidad y la inmensa alegría de sentir que por un día pudimos recuperar nuestras calles, sentarnos en ellas, charlar y reír, porque son nuestras aunque nos las están quitando mientras miramos absortos y embobados el megamontaje de la Fura dels Baus y zarandajas de este tipo.
La fiesta terminó a las nueve. Entonces me di cuenta de que a las dos había dejado mi chaqueta en un banco en la otra punta de la plaza de Juan Puyol. Te lo puedes creer, Grice, cuando fui, allí estaba.
Deberíamos reflexionar sobre nustras formas de vida, impuestas sin que lo sepamos por las campañas de publicdad y las estrategias de mercado. Deberíamos reunirnos en los barrios más de lo que lo hacemos, acudir en masa a las asociaciones vecinales y desde ellas y con la fuerza que da la unión, reconquistar los espacios y hacer de las calles lugares de encuentro, no de paso apresurado. Deberíamos cuidarnos un poco más entre todos y olvidarnos de banderas, de proclamas, de naciones y de patrias, porque siempre estarán los Fernandos VII y los Gallardones dispuestos a quitárnoslo todo.
Leech.
Pero este exordio no es furia gratuita, sucede que estos días el gran Gallardón ha tirado de presupuesto y ha montado una enorme parafernalia con luces y sonido por la ciudad y que la gente se ha quedado con la boca abierta: sí, nadie comprendía el significado de tales plataformas y ruidos raros, pero no queda bien decirlo, así que todo el mundo abría los ojos y la boca con asombro y juraban ver el traje del emperador: "que yo soy moderno y leído y comprendo estos conceptismos y abstraciones nuevas". Pero muy poca gente sabe que en mi barrio hemos intentado recuperar las calles por unos días para bailar y beber un trago y disfrutar de las fiestas, a la llana, sin florituras. Esos grandes montajes gallardonianos persiguen que la gente esté parada y apelotonada las suficientes horas como para luego no tener ganas sino de sentarse en terrazas y restaurantes, o irse a la cama como mejor opción. Pero la fiesta es alegría, es calle compartida, música y juegos para los niños, para las vecinas ancianas y los jóvenes que hacen que el barrio viva y tenga futuro. Se han planteado por parte de héroes ciudadanos fiestas y actividades en la calle y este déspota con maneras ilustradas las ha prohibido de nuevo. No le gusta que los vecinos se organicen porque tiene miedo de que puedan escuchar e informarse. Hace tiempo que mi barrio está tomado por un ejército de policías agresivos y violentos que disfrutan con su papel de agentes del orden. Pero es curioso que nunca están para reprimir a los chicos y chicas de otros barrios que tocan guitarras, beben sin sentido y mean en la calle. No se entiende, pues, el despliegue de tropas.Casi ningún vecino sensato de estas calles (siempre habrá algún descerebrado) meará o beberá o quemará, pues bien es sabido que nadie tira piedras contra su propio tejado. Y sin embargo somos los vecinos los que sufrimos a este ejército invasor que ayer, sin ir más lejos, ¡quiso suspender con intimidaciones una marcha de bicicletas porque entorpecían el tráfico! ¿Qué argumentaban, que más de tres bicicletas juntas son una asociación indebida? Pero no acaba aquí la perfidia: se prohibe la verbena, se prohibe la marcha del May Day por Lavapiés, se organizan actos de todo tipo en Chamberí o Barrio de Salamanca mientran se prohiben y vetan en Malasaña, se hace la vista gorda ante el trpicheo y venta de droga en la parte baja de Corredera de San Pablo, no se habilita ni un solo espacio verde o de ocio, se dejan calles sin limpiar sistemáticamente, cada noche sufrimos el ruido de motos, borrachos, empleados públicos del ayuntamiento dando gritos y cantando a las tres de la mañana, inseguridad, robos... ¿Qué le hemos hecho a este sinvergüenza? No me cabe duda, oscuros intereses hay detrás de todo.
Pero se hizo el May Day por Lavapiés, se hizo la verbena en Malasaña, hubo bailes, paellas gratis para todos, los pequeños disfrutaron con juegos y pinturas, las señoras ancianas del barrio tomaron el sol en sus sillas, se tiró la basura en cubos, nadie meó en la calle, no hubo ni vómitos, ni peleas, ni robos ni broncas. Sí hubo, por contra, respeto, felicidad y la inmensa alegría de sentir que por un día pudimos recuperar nuestras calles, sentarnos en ellas, charlar y reír, porque son nuestras aunque nos las están quitando mientras miramos absortos y embobados el megamontaje de la Fura dels Baus y zarandajas de este tipo.
La fiesta terminó a las nueve. Entonces me di cuenta de que a las dos había dejado mi chaqueta en un banco en la otra punta de la plaza de Juan Puyol. Te lo puedes creer, Grice, cuando fui, allí estaba.
Deberíamos reflexionar sobre nustras formas de vida, impuestas sin que lo sepamos por las campañas de publicdad y las estrategias de mercado. Deberíamos reunirnos en los barrios más de lo que lo hacemos, acudir en masa a las asociaciones vecinales y desde ellas y con la fuerza que da la unión, reconquistar los espacios y hacer de las calles lugares de encuentro, no de paso apresurado. Deberíamos cuidarnos un poco más entre todos y olvidarnos de banderas, de proclamas, de naciones y de patrias, porque siempre estarán los Fernandos VII y los Gallardones dispuestos a quitárnoslo todo.
Leech.
sábado, 12 de abril de 2008
Retornos.
Me estoy leyendo "Retornos de lo vivo lejano", emocionante poemario en el que Alberti vuelve a su infancia y a su juventud, con sus hermanos, su madre, sus amigos, sus amores, sus paisajes... todo lo recuerda desde la lejanía del espacio y del tiempo con gran nostalgia. La lectura me ha llevado a pensar en las pérdidas que vamos acumulando cada día que pasa, aquellos trozos de vida que van fluyendo sin detenerse a esperarnos. Ya no somos partícipes de aquellos sucesos ni de aquellas existencias de las que un día fuimos testigos privilegiados. Los que nos pidieron consejo o solicitaron nuestro apoyo ya ni nos llaman, la fuerza de nuetras ausencias hizo que dejaran de tenernos tanto en cuenta. Y de esta forma se van espaciando los encuentros con los amigos con los que antes convivías a diario, las veladas con tus primos se cuentan con los dedos de las manos, los locales donde fumabas y bebías y charlabas sin descanso ahora atienden a otras clientelas y ni tu sombra parece ser la misma, ya no reconoces tu perfil en las paredes cuando vuelves a casa.
Una diáspora sin motivos políticos, económicos ni raciales es lo que ocurre en nuetras vidas, querido Grice, una dispersión absurda que te lleva a pensar que no es tan raro el sentimiento de Alberti, querer volver, aunque sea en espíritu, a formar parte de aquel mundo que era el tuyo y se dividió, cuando cada una de sus partes decidió seguir su propia corriente en diferentes direcciones sin tu participación. Solo las palabras, una vez más y como siempre, amigo, nos traen el consuelo en otra noche fría de recuerdos.
"...¡Qué consuelo sin nombre no perder la memoria,
tener llenos los ojos de los tiempos pasados,
de las noches aquellas en que el amor ardía
como el único dios que habitaba los bosques!"
Esperamos tu retorno a estas tranquilas charlas, estimado Grice.
Leech.
Una diáspora sin motivos políticos, económicos ni raciales es lo que ocurre en nuetras vidas, querido Grice, una dispersión absurda que te lleva a pensar que no es tan raro el sentimiento de Alberti, querer volver, aunque sea en espíritu, a formar parte de aquel mundo que era el tuyo y se dividió, cuando cada una de sus partes decidió seguir su propia corriente en diferentes direcciones sin tu participación. Solo las palabras, una vez más y como siempre, amigo, nos traen el consuelo en otra noche fría de recuerdos.
"...¡Qué consuelo sin nombre no perder la memoria,
tener llenos los ojos de los tiempos pasados,
de las noches aquellas en que el amor ardía
como el único dios que habitaba los bosques!"
Esperamos tu retorno a estas tranquilas charlas, estimado Grice.
Leech.
sábado, 22 de marzo de 2008
Nuestros padres.
Las primeras vacaciones que recuerdo fuera de mi pueblo son en Málaga, cuando aún era muy pequeño y vi el mar por primera vez. Por aquel entonces mi padre tenía una furgoneta mercedes color aceituna, con capacidad para dos personas, de aquellas en las que el motor venía cubierto por una carcasa de plástico que parecía un forúnculo inoportuno o un apéndice inflamado y que ocupaba el centro de la cabina sin ningún oficio ni utilidad. Cabían solo dos, pero viajamos cinco: mi madre con el bebé en brazos (antes no era necesario cinturón, ni silla homologada, ni tanta seguridad; aquellos vehículos casi no pasaban de 80 y sus conductores aún no habían perdido el juicio) mi hermana, pobre, sentada sobre la carcasa del motor, sin respaldo y aguantando las vibraciones y el calor que desprendía la maquinaria, mi padre al volante -toda la vida al volante, sin descanso ni tregua- y yo en el hueco entre los dos asientos, el motor y la palanca de cambios, sobre un cajón de madera que mi padre se inventó y encajó a presión. Cada vez que había que cambiar de marcha tenía que variar la posición de mis rodillas, así que los mejores momentos eran en plena travesía, con la cuarta velocidad metida y sin variaciones bruscas. Y así fuimos hasta Málaga, 12 horas, quizá 13, quién sabe, a 80, sin autovías y de noche. Íbamos a Málaga, también lo recuerdo, porque allí vivía y vive mi tío y aprovechando el viaje -siempre aprovechando- le llevábamos una antigua sillería de terciopelo -siempre los favores-.
Eran los años 80, todo era muy distinto, se podía atravesar España en verano sin aire acondicionado, sin altas velocidades y resolviendo los amagos de rebeldía de los más pequeños con un buen cachete. Aquella larga noche mi hermana y yo recivimos varios, ella acabó en la parte de atrás durmiendo entre las patas de la sillería y yo leyendo un tebeo que me habían comprado para la ocasión, iluminándome con una linterna pequeña que aún conservo. En efecto, un tebeo era un gran tesoro, aquel de Asteríx, tapas duras, regalo exclusivo para el viaje, como premio por las buenas notas del curso. Era entonces un Asteríx o un Tintín un enorme sacrificio económico, si no recuerdo mal 600 pesetas, por lo menos. Ni pequeñas videoconsolas, ni móviles de última generación, ni un MP3 de los que cansarse a los 20 minutos de viaje -no dan para más-. Un tebeo en su lugar, Asteríx y Cleopatra, que me leí dos veces, fascinado por la fuerza de esos bárbaros irredentos. Y a ratos el "veo, veo, ¿qué ves?..." o alguna canción o la radio de la furgoneta con las noticias o los deportes. También recuerdo muy bien que mi hermana, siempre inquieta y traviesa, se mareó en Despeñaperros y hubo que parar para que recuperase el color de una cara que ya anunciaba la mujer hermosa que ahora es.
No voy a hacer una alabanza de los tiempos pasados, ni a denostar los presentes, no, no es ese mi propósito. No es mi intención señalar a aquellos hombres y mujeres que actuaban dentro de sus posibilidades, con tesón y sacrificios hoy desconocidos y casi inexistentes; que no podían permitirse un coche, pero sí tenían los arrestos de viajar en furgoneta atravesando la noche para enseñarnos por primera vez el mar; que no estudiaron, pero nos compraban tebeos y libros para que leyésemos, rebuscando monedas en el fondo de sus monederos; que no eran frívolos ni caprichosos y nos enseñaron a ser sobrios y respetuosos; que iban a ver a los maestros, a escucharlos y a creerlos y a tenerlos en cuenta; que nos reprendían si jugábamos con la comida o si molestábamos a la gente en un lugar público con nuestras impertinencias; que nos llevaban al cine cuando podían, a la feria cuando tocaba, a las casas de los amigos en sus cumpleaños; que nos educaban, en fin, con su ejemplo, con cariño y dulzura, pero también con seriedad y mano firme cuando nos lo merecíamos (y aquí estamos, sin traumas ni transtornos) siempre con devoción y una maestría innata, no aprendida.
Como te decía, no es esa mi intención. Es solo que estaba hoy, bien entrada la noche, "en soledad amena" y me he acordado de aquella otra noche de hace ya muchos años. Después de aquel viaje vinieron otros, dejé los tebeos y comenzaron las novelas, luego la inevitable adolescencia cruel y antipática, la carrera... Y casi sin querer la despedida. Te cambias de ciudad y tu casa ya no es tu casa y tus padres y tu hermana son, la mayor parte del tiempo un pensamiento, porque es pensamiento lo que no ves, en el pasado o en el presente o en el futuro. Y es sobrecogedor pensar que todo el tiempo que has pasado con ellos, que lo veías tan presente, largo y duradero en su momento, ahora lo contemplas como algo breve, lejano e insuficiente.
Leech.
Eran los años 80, todo era muy distinto, se podía atravesar España en verano sin aire acondicionado, sin altas velocidades y resolviendo los amagos de rebeldía de los más pequeños con un buen cachete. Aquella larga noche mi hermana y yo recivimos varios, ella acabó en la parte de atrás durmiendo entre las patas de la sillería y yo leyendo un tebeo que me habían comprado para la ocasión, iluminándome con una linterna pequeña que aún conservo. En efecto, un tebeo era un gran tesoro, aquel de Asteríx, tapas duras, regalo exclusivo para el viaje, como premio por las buenas notas del curso. Era entonces un Asteríx o un Tintín un enorme sacrificio económico, si no recuerdo mal 600 pesetas, por lo menos. Ni pequeñas videoconsolas, ni móviles de última generación, ni un MP3 de los que cansarse a los 20 minutos de viaje -no dan para más-. Un tebeo en su lugar, Asteríx y Cleopatra, que me leí dos veces, fascinado por la fuerza de esos bárbaros irredentos. Y a ratos el "veo, veo, ¿qué ves?..." o alguna canción o la radio de la furgoneta con las noticias o los deportes. También recuerdo muy bien que mi hermana, siempre inquieta y traviesa, se mareó en Despeñaperros y hubo que parar para que recuperase el color de una cara que ya anunciaba la mujer hermosa que ahora es.
No voy a hacer una alabanza de los tiempos pasados, ni a denostar los presentes, no, no es ese mi propósito. No es mi intención señalar a aquellos hombres y mujeres que actuaban dentro de sus posibilidades, con tesón y sacrificios hoy desconocidos y casi inexistentes; que no podían permitirse un coche, pero sí tenían los arrestos de viajar en furgoneta atravesando la noche para enseñarnos por primera vez el mar; que no estudiaron, pero nos compraban tebeos y libros para que leyésemos, rebuscando monedas en el fondo de sus monederos; que no eran frívolos ni caprichosos y nos enseñaron a ser sobrios y respetuosos; que iban a ver a los maestros, a escucharlos y a creerlos y a tenerlos en cuenta; que nos reprendían si jugábamos con la comida o si molestábamos a la gente en un lugar público con nuestras impertinencias; que nos llevaban al cine cuando podían, a la feria cuando tocaba, a las casas de los amigos en sus cumpleaños; que nos educaban, en fin, con su ejemplo, con cariño y dulzura, pero también con seriedad y mano firme cuando nos lo merecíamos (y aquí estamos, sin traumas ni transtornos) siempre con devoción y una maestría innata, no aprendida.
Como te decía, no es esa mi intención. Es solo que estaba hoy, bien entrada la noche, "en soledad amena" y me he acordado de aquella otra noche de hace ya muchos años. Después de aquel viaje vinieron otros, dejé los tebeos y comenzaron las novelas, luego la inevitable adolescencia cruel y antipática, la carrera... Y casi sin querer la despedida. Te cambias de ciudad y tu casa ya no es tu casa y tus padres y tu hermana son, la mayor parte del tiempo un pensamiento, porque es pensamiento lo que no ves, en el pasado o en el presente o en el futuro. Y es sobrecogedor pensar que todo el tiempo que has pasado con ellos, que lo veías tan presente, largo y duradero en su momento, ahora lo contemplas como algo breve, lejano e insuficiente.
Leech.
martes, 11 de marzo de 2008
Feliz cumpleaños.
"hoy se está yendo sin parar un punto"
Tradicionalmete felicitamos a una persona cuando es su cumpleaños. Qué necios somos, pues celebramos que nuestros seres queridos, conocidos al menos, se acercan un poco más a la consumación, a su fecha señalada, a su acabamiento definitivo. Y así ocurre que felicitamos sin sentido a un individuo porque haya llegado un año más al cuadro del almanaque (hoy volví a escuchar esta palabra, aún no olvidada) que hace ya tiempo (cada vez más y más) le vio nacer y le dio la bienvenida. Pobres ignorantes, lo que deberíamos hacer es compadecerle y sentir lástima por su envejecimiento, su prematuro ir muriendo, ya expresó Quevedo este sentido y no habrá manera de hacerlo mejor ni más claro.
Hace unos días -tú lo sabes, querido Grice, nuestra amistad va siendo cuento largo- fue mi cumpleaños y realicé, uno tras otro, todos los ritos y usos sociales establecidos: me puse al teléfono (curiosa expresión, qué ambigüo el lenguaje) di las gracias a quienes de la fecha se acordaron, invité a café, sonreí ante las bromas que sobre la edad se hacían e incluso sostuve con dignidad y rostro firme algún "cumpleaños feliz" y tirón de orejas.
Qué absurdo todo, qué absurdo. Si ya he quemado unas cuantas naves que nunca podré volver a tripular. Si ya no me acuerdo de qué sentía cuando me daban los primeros besos. Si ya hay gente que se ha marchado, siempre sin despedirse, sin decir "adiós", siempre necesarios, inolvidables mientras no se nos prive del recuerdo, como a ellos ya se les ha privado. Si ya hay sueños destrozados y amores que se fueron y no volverán jamás, deseos incumplidos y renuncias asumidas. Si ya acumulamos muchas cuentas pendientes y deudas con nuestra conciencia y nuestro pasado, largo ya, inabarcable. Si todo pasa tan deprisa y se deshace según pasa, ¿por qué me felicitáis, insensatos?
Y todo irá avanzando y cambiando cada año, con cada cumpleaños feliz: mi padre anciano, mi espejo blanco y ajado, mi casa ya demasiado vista.Cada día estaremos más cerca del final de los que nos rodean, del nuestro también. Lo que creíamos y aún creemos largo, extenso, vasto, se irá volviendo corto, breve, vago, un suspiro, un ahogado suspiro condenado a no volver a ser notado jamás, expulsado para siempre.
Digan los locos que no es tan amargo crecer, que cada edad tiene sus ventajas, sus frutos, digan que todo se va aceptando y reciviendo sin trauma, que yo no les creeré. Crecer es nuestro castigo, la contradictoria condición del ser humano; vivir para ir muriendo, su siniestra maldición.
Leech.
Tradicionalmete felicitamos a una persona cuando es su cumpleaños. Qué necios somos, pues celebramos que nuestros seres queridos, conocidos al menos, se acercan un poco más a la consumación, a su fecha señalada, a su acabamiento definitivo. Y así ocurre que felicitamos sin sentido a un individuo porque haya llegado un año más al cuadro del almanaque (hoy volví a escuchar esta palabra, aún no olvidada) que hace ya tiempo (cada vez más y más) le vio nacer y le dio la bienvenida. Pobres ignorantes, lo que deberíamos hacer es compadecerle y sentir lástima por su envejecimiento, su prematuro ir muriendo, ya expresó Quevedo este sentido y no habrá manera de hacerlo mejor ni más claro.
Hace unos días -tú lo sabes, querido Grice, nuestra amistad va siendo cuento largo- fue mi cumpleaños y realicé, uno tras otro, todos los ritos y usos sociales establecidos: me puse al teléfono (curiosa expresión, qué ambigüo el lenguaje) di las gracias a quienes de la fecha se acordaron, invité a café, sonreí ante las bromas que sobre la edad se hacían e incluso sostuve con dignidad y rostro firme algún "cumpleaños feliz" y tirón de orejas.
Qué absurdo todo, qué absurdo. Si ya he quemado unas cuantas naves que nunca podré volver a tripular. Si ya no me acuerdo de qué sentía cuando me daban los primeros besos. Si ya hay gente que se ha marchado, siempre sin despedirse, sin decir "adiós", siempre necesarios, inolvidables mientras no se nos prive del recuerdo, como a ellos ya se les ha privado. Si ya hay sueños destrozados y amores que se fueron y no volverán jamás, deseos incumplidos y renuncias asumidas. Si ya acumulamos muchas cuentas pendientes y deudas con nuestra conciencia y nuestro pasado, largo ya, inabarcable. Si todo pasa tan deprisa y se deshace según pasa, ¿por qué me felicitáis, insensatos?
Y todo irá avanzando y cambiando cada año, con cada cumpleaños feliz: mi padre anciano, mi espejo blanco y ajado, mi casa ya demasiado vista.Cada día estaremos más cerca del final de los que nos rodean, del nuestro también. Lo que creíamos y aún creemos largo, extenso, vasto, se irá volviendo corto, breve, vago, un suspiro, un ahogado suspiro condenado a no volver a ser notado jamás, expulsado para siempre.
Digan los locos que no es tan amargo crecer, que cada edad tiene sus ventajas, sus frutos, digan que todo se va aceptando y reciviendo sin trauma, que yo no les creeré. Crecer es nuestro castigo, la contradictoria condición del ser humano; vivir para ir muriendo, su siniestra maldición.
Leech.
viernes, 29 de febrero de 2008
Falsos e incompetentes.
Hay una legión de ineficaces que llenan todos los ámbitos de la vida, que no solo provocan con su ineptitud y torpeza colapsos y funcionamientos deficientes, problemas y trabas -casi siempre donde no las había- sino que además se van jactando de su buen hacer, de su eficacia y de su valía. Es curioso, abundan y crecen sin medida estas personas porque unas a otras se van alimentando y así procrean y se multiplican con sus mutuos apoyos y su solidaridad. A veces pienso que son bien conscientes de su inutilidad y es por eso que se adulan unos a otros y se montan su sistema de compadreo, ayuda, protección y defensa a ultranza ante cualquier voz crítica que ose interponerse en su camino. Incluso organizan la inoperancia y malas artes en documentos, proyectos, conferencias, clases, cursos... que nos imponen y hacen perder el tiempo; así de claro y tajante soy, pérdida de tiempo es todo lo que montan e inventan. Estos son los que siguen los consejos de Gracián: "Aúgmentase la simulación al ver alcanzado su artificio, y pretende engañar con la misma verdad: muda de juego por mudar de treta, ya hace artificio del no artificio, fundando su astucia en la mayor candidez."
Por contra, hay un ejército refugiado en las trincheras de inmensa valía, que indaga, profundiza y busca llegar al fondo de los asuntos, que resuelve y aclara aquello que entre su mano cae. Pero, curioso asunto este, viven enclaustrados, cercados por la inoperancia de tantos que les recriminan su seriedad, exigencia y rigor. Son personas que observo todos los días, que no regalan falsas sonrisas, que no engañan y lo que está mal lo sancionan como tal, sin pintar bellos paraísos que no existen. No los pintan porque no tienen intereses particulares, no necesitan de ese "locus amoenus" inventado, bregados como están en los campos de barro y lluvia, donde podrían sobrevivir por sus inmensas e inacabables virtudes. Los otros, querido Grice, al primer paso quedarían atrapados en el fango, sin recursos, poco acostumbrados a salir de las dificultades con mano firme e inteligencia.
Los rosales son fáciles de regar, pero pinchan en el tallo, no se olvide.
Y yo me pregunto, estimado amigo, ¿qué ocurre para que esas personas virtuosas vuelvan llenas de zozobra y amargura a casa los viernes, mientras los otros sonríen, ajenos al destrozo que van perpetrando cada día, encantados de haber sostenido una semana más sus castillos de arena? Y una semana más se saben vencedores, otra vez han acusado, han reprendido, han ninguneado y mirado con desprecio a los que se han hecho preguntas; una semana más se han colgado sus medallas; una semana más nos han complicando la existencia con su gran incompetencia.
Hoy, querido Grice, este escrito lleva dedicatoria: a mis compañeros de departamento.
Por contra, hay un ejército refugiado en las trincheras de inmensa valía, que indaga, profundiza y busca llegar al fondo de los asuntos, que resuelve y aclara aquello que entre su mano cae. Pero, curioso asunto este, viven enclaustrados, cercados por la inoperancia de tantos que les recriminan su seriedad, exigencia y rigor. Son personas que observo todos los días, que no regalan falsas sonrisas, que no engañan y lo que está mal lo sancionan como tal, sin pintar bellos paraísos que no existen. No los pintan porque no tienen intereses particulares, no necesitan de ese "locus amoenus" inventado, bregados como están en los campos de barro y lluvia, donde podrían sobrevivir por sus inmensas e inacabables virtudes. Los otros, querido Grice, al primer paso quedarían atrapados en el fango, sin recursos, poco acostumbrados a salir de las dificultades con mano firme e inteligencia.
Los rosales son fáciles de regar, pero pinchan en el tallo, no se olvide.
Y yo me pregunto, estimado amigo, ¿qué ocurre para que esas personas virtuosas vuelvan llenas de zozobra y amargura a casa los viernes, mientras los otros sonríen, ajenos al destrozo que van perpetrando cada día, encantados de haber sostenido una semana más sus castillos de arena? Y una semana más se saben vencedores, otra vez han acusado, han reprendido, han ninguneado y mirado con desprecio a los que se han hecho preguntas; una semana más se han colgado sus medallas; una semana más nos han complicando la existencia con su gran incompetencia.
Hoy, querido Grice, este escrito lleva dedicatoria: a mis compañeros de departamento.
miércoles, 27 de febrero de 2008
Vuelva usted mañana.
Verdaderamente esta semana me he acordado de nuestro Larra. Apenas he tenido que reunir tres requisitos, hacer un pago en el banco y fotocopiar ocho documentos para recordar aquel magnífico artículo titulado "Vuelva usted mañana" que escribió nuestro "Corzo herido de muerte". Aquel personaje desesperado ante la fría burocracia y la pereza de los que debían atenderle y resolver sus problemas, que siempre se topaba con las ventanillas o los despachos recién cerrados, ha quedado grabado en mi memoria y aunque ya hace algún tiempo que lo leí por última vez y lo tengo algo olvidado (qué frustrante es olvidar, no poderlo recordar todo sin lagunas, sin borrones) me siento identificado con aquel pobre extranjero que quería y no podía, que acabó enredado en la trampa que nos tienden poderosas fuerzas invisibles. Es como si quisieran acabar con nosotros poco a poco, en una labor de desgaste que no nos ofrece tregua.
Hoy hay nuevas trabas en el camino: la impresora no imprime; el programa desde el que debes descargar tu solicitud está "temporalmente en obras" o algo así (deleznable e irritante la jerga informártica) y es la única manera de obtener la dichosa solicitud; las oficinas cada día cierran antes -cualquiera que tenga un horario normal de trabajo no podrá nunca hacer uso de ellas- empezando por los bancos, entidades solo disponibles para quienes trabajen por la tarde, minoría sin duda... o para los parados y jubilados, que son quienes, para su desgracia, menos uso pueden hacer de tan serviciales organismos. Y siempre ese lenguaje ambigüo, laberíntico, confuso, que te hace repetir una y otra vez instancias, formularios, viajes en autobús o en metro a tal o cual edificio, siempre oculto entre los árboles o perdido en medio de la nada.
Todo conduce a la crisis nerviosa, a arrastrar la lengua, a discutir con tus jefes por dos horas de asuntos propios, a malas contestaciones de los empleados de los diferentes organismos (la sensibilidad en su entrepierna siempre), a valeriana en cápsulas para poder dormir, y, en fin, a que los que te quieren y respetan y nada han hecho tengan que aguantar tu mala cara y peor humor cuando, derrotado, llegues a casa con la última luz de la tarde.
Leech.
Hoy hay nuevas trabas en el camino: la impresora no imprime; el programa desde el que debes descargar tu solicitud está "temporalmente en obras" o algo así (deleznable e irritante la jerga informártica) y es la única manera de obtener la dichosa solicitud; las oficinas cada día cierran antes -cualquiera que tenga un horario normal de trabajo no podrá nunca hacer uso de ellas- empezando por los bancos, entidades solo disponibles para quienes trabajen por la tarde, minoría sin duda... o para los parados y jubilados, que son quienes, para su desgracia, menos uso pueden hacer de tan serviciales organismos. Y siempre ese lenguaje ambigüo, laberíntico, confuso, que te hace repetir una y otra vez instancias, formularios, viajes en autobús o en metro a tal o cual edificio, siempre oculto entre los árboles o perdido en medio de la nada.
Todo conduce a la crisis nerviosa, a arrastrar la lengua, a discutir con tus jefes por dos horas de asuntos propios, a malas contestaciones de los empleados de los diferentes organismos (la sensibilidad en su entrepierna siempre), a valeriana en cápsulas para poder dormir, y, en fin, a que los que te quieren y respetan y nada han hecho tengan que aguantar tu mala cara y peor humor cuando, derrotado, llegues a casa con la última luz de la tarde.
Leech.
domingo, 17 de febrero de 2008
Súbditos contentos
El otro día, querido Grice, en una conversación de sobremesa, escuchando a una compañera, caí en la cuenta de que estamos totalmente derrotados, de que hemos pasado de ser ciudadanos libres a ser súbditos. Sostenía esta compañera que le parecía bien tener que pagar por aparcar, que era normal y necesario para castigarnos el vicio de usar el coche. No sé si tenía razón (parte al menos) o no, pero mi pensamiento voló mucho más lejos, no se detuvo en la anécdota. Lo que me desazonó terriblemente fue su aceptación, tan sumisa y carente de protesta, de enfado, de indignación. Es como si nos hubieran vacunado y ahora acatásemos las cosas más abusivas como normales y lógicas, como si los políticos hubiesen planificado una campaña secreta y les hubiese salido perfecta. De tal manera que vemos como normal que haya que pagar por un acto tan simple como dejar nuestro coche en la calle, culpa nuestra por no usar un transporte público que, recordémoslo, también pagamos, cada año más caro, por cierto.
Pero no sólo eso, hoy aceptamos casi cualquier abuso sin ningún asomo de crítica. Un policía se puede sobrepasar, porque es necesario para mantener el orden; un conductor de autobús decidirá si para o no en la parada donde le espero; un guardia de seguridad me zarandeará sin problemas; un empleado puede ser grosero y antipático, incluso negarse a atenderme, cuando soy yo el que le paga; un taxista puede decidir si me lleva o no al aereopuerto; el portero de un bar puede impedirme el paso porque no le gustan mis zapatillas; un guardia puede exigirme lo que se le antoje sin ninguna impunidad; un miembro de selección de personal de una empresa me hará preguntas personales, querrá saber mi tendencia sexual, estado civil, aficiones, etc., y yo aceptaré responderle, encantado de la oportunidad que me brinda de trabajar en su empresa; alguien decidirá que debo quedarme a trabajar unas horas más, sin cobrarlas, pero bueno, es así en todos los sitios, no hay motivo para quejarse, peor podría estar...; el alcalde de mi ciudad decidirá construir un túnel muy grande que pase por debajo de la casa que me he comprado y tendré que soportar cuatro años de ruidos, polvo, humo... pero es normal, para poder usar el coche en buenas condiciones y rodar tranquilo, claro que por rodar también pagaré, como por aparcar... Son miles los ejemplos, querido Grice, seguro que se te ocurren miles. Pero ¿sucede algo? ¿La gente estalla y se rebela? ¿Decide protestar, asociarse y unirse ante la infamia, el abuso, el choteo? No. Aceptamos cuanto nos viene como un peaje diario y eterno que tenemos que pagar para poder sobrevivir. Lo que no sabemos es que con cada nuevo inclinarse de hinojos damos fuerza y brío a los que se benefician de todo ello y menoscabamos un poco más nuestra condición de ciudadanos libres.
Un día vino a mi trabajo una emisaria de las jerarquías municipales que desgobiernan este trocito de tierra en el que nos permiten vivir. La emisaria tenía el encargo de hablar a un grupo de adolescentes (algún día te hablaré de los adolescentes, Grice, no te impacientes) sobre la contaminación acústica. Al final de la exposición la emisaria llegó a la conclusión de que el impuesto por aparcar en las calles tiene el noble objetivo de proteger nuestros oídos del ruido de los motores. Si se cobra, la gente deja de conducir y los peatones no sufren la contaminación acústica. "¿Estáis de acuerdo?", preguntó la emisaria. "Sí", respondieron los infelices reos (ya te hablaré, ya) en una afirmación conjunta que refleja la modorra en la que hemos entrado desde hace tiempo.
Leech.
Pero no sólo eso, hoy aceptamos casi cualquier abuso sin ningún asomo de crítica. Un policía se puede sobrepasar, porque es necesario para mantener el orden; un conductor de autobús decidirá si para o no en la parada donde le espero; un guardia de seguridad me zarandeará sin problemas; un empleado puede ser grosero y antipático, incluso negarse a atenderme, cuando soy yo el que le paga; un taxista puede decidir si me lleva o no al aereopuerto; el portero de un bar puede impedirme el paso porque no le gustan mis zapatillas; un guardia puede exigirme lo que se le antoje sin ninguna impunidad; un miembro de selección de personal de una empresa me hará preguntas personales, querrá saber mi tendencia sexual, estado civil, aficiones, etc., y yo aceptaré responderle, encantado de la oportunidad que me brinda de trabajar en su empresa; alguien decidirá que debo quedarme a trabajar unas horas más, sin cobrarlas, pero bueno, es así en todos los sitios, no hay motivo para quejarse, peor podría estar...; el alcalde de mi ciudad decidirá construir un túnel muy grande que pase por debajo de la casa que me he comprado y tendré que soportar cuatro años de ruidos, polvo, humo... pero es normal, para poder usar el coche en buenas condiciones y rodar tranquilo, claro que por rodar también pagaré, como por aparcar... Son miles los ejemplos, querido Grice, seguro que se te ocurren miles. Pero ¿sucede algo? ¿La gente estalla y se rebela? ¿Decide protestar, asociarse y unirse ante la infamia, el abuso, el choteo? No. Aceptamos cuanto nos viene como un peaje diario y eterno que tenemos que pagar para poder sobrevivir. Lo que no sabemos es que con cada nuevo inclinarse de hinojos damos fuerza y brío a los que se benefician de todo ello y menoscabamos un poco más nuestra condición de ciudadanos libres.
Un día vino a mi trabajo una emisaria de las jerarquías municipales que desgobiernan este trocito de tierra en el que nos permiten vivir. La emisaria tenía el encargo de hablar a un grupo de adolescentes (algún día te hablaré de los adolescentes, Grice, no te impacientes) sobre la contaminación acústica. Al final de la exposición la emisaria llegó a la conclusión de que el impuesto por aparcar en las calles tiene el noble objetivo de proteger nuestros oídos del ruido de los motores. Si se cobra, la gente deja de conducir y los peatones no sufren la contaminación acústica. "¿Estáis de acuerdo?", preguntó la emisaria. "Sí", respondieron los infelices reos (ya te hablaré, ya) en una afirmación conjunta que refleja la modorra en la que hemos entrado desde hace tiempo.
Leech.
domingo, 10 de febrero de 2008
Los grajos.
Como un aldabonazo en las paredes de mi cerebro, resuena la palabra Obispo en mi cabeza y me causa agudas jaquecas.Querido Grice, no hice sino leer la maldita palabra en tu última disertación y ya comencé a sentir los síntomas de una misteriosa enfermedad que me invade y provoca crisis de nervios y agudos calambres por todo el cuerpo. No cabe la menor duda: los obispos son como una enfermedad.
Cuentan mi madre y mis tías que mi abuelo, cada vez que veía al cura y al sacristán del pueblo, decía: " Ahí van los grajos". Y ahora que lo pienso, qué atinada la expresión, qué precisa y qué certera, pues el grajo es un ave fea con su negro plumaje y su canto agorero tocando a difuntos en las noches heladas de los pueblos de nuestros abuelos y también de nuestros padres, pero además la propia palabra tiene una fonética escalofriante, que encoge, chirría y da dentera. Todo esto le ocurría y se le pasaba por la cabeza a mi abuelo cuando veía a esos hipócritas que vivían de contar milongas y cuentos de miedo a los habitantes del pueblo, iletrados y supersticiosos la mayoría. Su prédica asustaba, su palabra tenía el valor del dogma y de las evidencias que no necesitaban ser demostradas. Pero ahí estaban los tipos como mi abuelo para mantener la lucidez necesaria que aclarase y no confundiese y para transmitírsela a mi madre y a mis tías, y ellas a mí.
Aquellos grajos de mi abuelo ahora los veo yo en la televisión, pero son grajos con corona, anillos y cetros. Antes, los grajos de sotana pervertían desde el confesionario, influyendo en la moral de nuestras abuelas y de los que son nuestros padres y olían a una mezcla de alcanfor y cloaca (mi madre así me lo asegura).
Ahora, los grajos enjoyados dan la sensación de oler a colonia cara, usan gafas de sol, congregan a las masas y las exhortan con soflamas incendiarias desde hondas radiofónicas, micrófonos, cámaras de televisión y catedrales monstruosas. Y así van manipulando.
Que su graznido no nos confunda y haga escuchar dulces trinos, amigo Grice. Que la lucidez de mi abuelo permanezca como un legado de los que perdieron la guerra, pero no la cabeza. Sólo eso pido. Sólo en eso confío.
Leech.
Cuentan mi madre y mis tías que mi abuelo, cada vez que veía al cura y al sacristán del pueblo, decía: " Ahí van los grajos". Y ahora que lo pienso, qué atinada la expresión, qué precisa y qué certera, pues el grajo es un ave fea con su negro plumaje y su canto agorero tocando a difuntos en las noches heladas de los pueblos de nuestros abuelos y también de nuestros padres, pero además la propia palabra tiene una fonética escalofriante, que encoge, chirría y da dentera. Todo esto le ocurría y se le pasaba por la cabeza a mi abuelo cuando veía a esos hipócritas que vivían de contar milongas y cuentos de miedo a los habitantes del pueblo, iletrados y supersticiosos la mayoría. Su prédica asustaba, su palabra tenía el valor del dogma y de las evidencias que no necesitaban ser demostradas. Pero ahí estaban los tipos como mi abuelo para mantener la lucidez necesaria que aclarase y no confundiese y para transmitírsela a mi madre y a mis tías, y ellas a mí.
Aquellos grajos de mi abuelo ahora los veo yo en la televisión, pero son grajos con corona, anillos y cetros. Antes, los grajos de sotana pervertían desde el confesionario, influyendo en la moral de nuestras abuelas y de los que son nuestros padres y olían a una mezcla de alcanfor y cloaca (mi madre así me lo asegura).
Ahora, los grajos enjoyados dan la sensación de oler a colonia cara, usan gafas de sol, congregan a las masas y las exhortan con soflamas incendiarias desde hondas radiofónicas, micrófonos, cámaras de televisión y catedrales monstruosas. Y así van manipulando.
Que su graznido no nos confunda y haga escuchar dulces trinos, amigo Grice. Que la lucidez de mi abuelo permanezca como un legado de los que perdieron la guerra, pero no la cabeza. Sólo eso pido. Sólo en eso confío.
Leech.
viernes, 8 de febrero de 2008
Más Allá del Bien y del Mal
Querido Leech, ayer me preocupaste cuando te decías abandonado a tu suerte, robada tu ilusión por los que nunca tuvieron nada semejante. No fue fácil discernir entre semilla y broza para así llegar a la conclusión de que el mundo hoy te había jugado una mala pasada dialéctica, metafórica, no como aquella vez en que las llamadas a tu costa llegaron a Camerún, Madagascar y Burkina Faso. Eso por lo menos tuvo algo de poético (sobre todo para los que fuimos meros espectadores con la sonrisa puesta de soslayo).
Me gustaría hacer una breve reflexión circunvalando el mismo tema que abordamos en cada uno de nuestros comentarios: el sentido de la vida.
Esta vez acerca del Bien y del Mal. La batalla de la que se han alimentado los contadores de historias de todos los tiempos, desde los griegos (aunque su ética y la nuestra distan mucho) hasta las creaciones de Hollywood de toda la vida. Es, por lo tanto, un tema inherente al ser humano. ¿Hasta dónde vamos a llegar con el bien? ¿podremos conseguir lo que deseemos sólo con el bien? En este punto liamos toda la cultura occidental en una madeja, religión incluida (pues no sólo se aprovecha de la moral y la ética de nuestros ancestros, sino que las tergiversa a su antojo), y la tiramos por el váter.
Lo cierto es que a lo largo de la historia se han repetido episodios curiosos de luchas entre el bien y el mal que hoy vemos como enfrentamientos antagónicos. Obviamente, es muy recurrido pensar en la guerra civil española, con la Fuerza de la Oscuridad, el Imperio de las Tinieblas con los cinco jinetes del apocalipsis cabalgando a la cabeza (el Anticristo, la Guerra, la Enfermedad, la Pobreza y Franco), que derrocarían a la República, con lo que eso iba a conllevar: tiranía, imposición, represión de igual a igual... ¿en qué cabeza cabe? ¿cómo nadie hizo nada por evitarlo? ¿y cómo hoy no se hace nada por evitar episodios similares en otros puntos del globo?
Otro ejemplo sería el surgimiento de los fascismos, por xenófobos y racistas principalmente, pues van contra la razón y la ética. Sería la imposición de un nuevo modo de vida. No la supremacía del virtuoso, sino la del fuerte o, mejor dicho, la del MALO. Supremacía del hombre al que no le tiembla el pulso al apretar el gatillo contra su hermano. No todo el mundo puede hacer tal cosa. La mayoría somos seres compasivos, como decía Pío Baroja, nuestro mejor autor de narrativa moderna, y por ello estamos destinados a sufrir la tiranía de los que no conocen tal sentimiento y disponen a su gusto de las cosas que les rodean, sin pensar en daños colaterales.
Más ejemplos de nuestra historia se me vienen a la cabeza, como el de los Comuneros, que se levantaron para defender lo que creían justo. Hoy pensamos que defendían sus valores, familias, trabajos, tierras, etc. aunque también es cierto que Garcilaso sirvió en el ejército Imperial y eso, por lo menos para mí, es indicio de que en aquel bando no carecían en absoluto de virtudes... Relativo es todo, amigo Leech, y ¡tan relativo! Por ejemplo, cómo juzgar desde nuestra perspectiva moderna, occidental, hispánica, castellana... los hechos del descubrimiento de América. ¿Acaso los malos eran ellos? Descartando esta posibilidad (pues por muchos sacrificios al sol que hicieran, en este tema sí que la ética occidental no pinta nada), únicamente nos queda la excusa de revestir la ambición por tiranizar un continente como afán por conocer, ignorancia sobre las gentes que se iba a encontrar, el indudable hecho de que las costumbres pertenecen a otros tiempos... En definitiva, nos volvemos a encontrar con lo relativo de los hechos, y esto es algo que deberíamos evitar si queremos llegar a algún punto de claridad sobre el tema elegido hoy.
El bien siempre será el bien, y el mal será la carencia de éste. Creo que la enfermedad mental llega a producir una negación de los hechos, al igual que la incultura. Es más fácil ser malo que bueno, de eso no hay duda. Es más fácil vivir sin normas que atenerse a ellas. Más fácil matar y robar (sin cargo de conciencia) que trabajar para conseguir una centésima parte en el mismo tiempo.
Por lo tanto, los que hemos nacido compasivos debemos ser conocedores de nuestras debilidades y no caer en el error de vernos inferiores o creer que nunca venceremos a un tramposo en una carrera. Debemos afrontarlo de otra manera, ir por la línea recta y que no nos tiemble la mano a la hora de hacer callar de una sonora bofetada al que se lo merezca. Me llamarás loco pero, conociendo las consecuencias y presentando el ejemplo como lo fue el precedente, si nos volvieran a llamar a las armas, yo no dudaría en ser el primero en disparar; y dispararía al Obispo, a cualquiera de los Zaplanas que trístemente campan por las ondas de la actualidad, al que siempre cree tener la razón, al que hiere con la palabra y con la fuerza, a los que miran por encima del hombro porque llevan un coche caro y ropa de marca, al que hace trampas y se cuela en la sala de espera de un hospital, al que juega con el futuro de la gente por pereza, hastío vital o desinterés, al que rompe los diálogos porque cree tener la razón, al que prejuzga, y sobre todo al que vuelve la cara para no ver esto.
¡Compañeros compasivos del mundo, unámonos o estaremos perdidos!
¡Viva la República! ¡Justicia o muerte!
jueves, 7 de febrero de 2008
Míos enemigos malos.
Querido y estimado Grice:
Permíteme que por una vez este espacio de palabras que vamos construyendo me sirva de terapia y desahogo.
Lo cierto es que uno cree que está haciendo lo que debe, sin causar daño ni perjuicios a nadie, pero de pronto se ve asaltado por la infamia de los mestureros que a sus espaldas, inesperadamente, tramaban la infamia, la calumnia.
Es terrible verse asaltado por tan venenosas criaturas sin haberlo merecido o provocado. Uno se levanta, se asea, hace el recorrido para ir al trabajo con ilusión y energía y se encuentra que las hienas lo están esperando para morderlo y hacer de su sangre un tranpolín hacia la tribuna de los poderosos. Entonces todo: ilusión, energías, propósitos, se derrumba, se viene abajo, sobre todo porque no te lo esperabas, nada habías hecho, no estabas en guardia, presta la espada para el combate. Crees estar en paz con el mundo pero el mundo te mira con recelo, eres el elegido para el sacrificio mañanero. Tú, que huyes del poder, de las alturas, que crees que el mundo se construye trabajando la tierra humildemente.
Y así, amigo Grice, toda esta panda de alimañas nos van quitando la ilusión y con su labor de desgaste empobrecen el mundo. Mañana amanecerá otra vez y es posible que de nuevo me despierte con ganas de hacer las cosas todo lo bien que pueda, hasta donde alcancen mis habilidades y pericia. Pero hoy me han derrotado, Grice, hoy me han derrotado. Gracias a la suerte, hay gente que me rodea (ya te lo conté al principio) que alegra mi existencia, la hace mejor y más plena, y hoy han sacado sus armas para defender mi honor mancillado por estos trepas (al fin la palabra: trepas) y relucían con el primer sol de la mañana. Era un espectáculo hermoso, te hubiera encantado.
Permíteme que por una vez este espacio de palabras que vamos construyendo me sirva de terapia y desahogo.
Lo cierto es que uno cree que está haciendo lo que debe, sin causar daño ni perjuicios a nadie, pero de pronto se ve asaltado por la infamia de los mestureros que a sus espaldas, inesperadamente, tramaban la infamia, la calumnia.
Es terrible verse asaltado por tan venenosas criaturas sin haberlo merecido o provocado. Uno se levanta, se asea, hace el recorrido para ir al trabajo con ilusión y energía y se encuentra que las hienas lo están esperando para morderlo y hacer de su sangre un tranpolín hacia la tribuna de los poderosos. Entonces todo: ilusión, energías, propósitos, se derrumba, se viene abajo, sobre todo porque no te lo esperabas, nada habías hecho, no estabas en guardia, presta la espada para el combate. Crees estar en paz con el mundo pero el mundo te mira con recelo, eres el elegido para el sacrificio mañanero. Tú, que huyes del poder, de las alturas, que crees que el mundo se construye trabajando la tierra humildemente.
Y así, amigo Grice, toda esta panda de alimañas nos van quitando la ilusión y con su labor de desgaste empobrecen el mundo. Mañana amanecerá otra vez y es posible que de nuevo me despierte con ganas de hacer las cosas todo lo bien que pueda, hasta donde alcancen mis habilidades y pericia. Pero hoy me han derrotado, Grice, hoy me han derrotado. Gracias a la suerte, hay gente que me rodea (ya te lo conté al principio) que alegra mi existencia, la hace mejor y más plena, y hoy han sacado sus armas para defender mi honor mancillado por estos trepas (al fin la palabra: trepas) y relucían con el primer sol de la mañana. Era un espectáculo hermoso, te hubiera encantado.
martes, 5 de febrero de 2008
El miedo.
El miedo, sentimiento aterrador, visitante inesperado, que siempre en los peores momentos aparece. El miedo se da, se inspira, se siente, se coge, se tiene, propaga, cunde... La imagen de la muerte vestida de negro y con su guadaña más que muerte representa miedo, temor, terror. El miedo, además, es inmutable a través de los tiempos: cambian los motivos y lo que antes provocaba espanto hoy parece inofensivo, inocuo; como de igual manera lo que antes se afrontaba con aplomo y sin temor hoy nos espanta y hiela la sangre. Cambian los motivos, pero permanece el miedo. No obstante, querido Grice, de un tiempo a esta parte tengo la impresión de que cada vez somos más frágiles, más asustadizos, menos dados a la valentía. Ya no nos enfrentamos a nuestros temores como los que nos han prcedido, no soportamos el sufrimiento que supone vencer aquello que nos priva del aliento. El hombre contemporáneo es una ruina.
Retomemos, por ejemplo, esa espléndida alegoría que en tu anterior respuesta tan sabiamente creaste, para darle un nuevo brillo, otra interpretación a la que tú le dabas. La imagen del guerrero que atraviesa sus propias filas desencajado por el desconcierto y el pavor, es la perfecta imagen del hombre contemporáneo, que luego se sienta a un lado del camino, muerto de miedo, incapaz de hacerse cargo de su propia vida, de tomar las riendas y ser dueño de su tiempo. Somos unos cobardes que deviamos la mirada ante las dificultades. El miedo no nos deja respirar y nuestra respuesta es la abulia, la pasividad, el disimulo, ese sentarse a esperar sin convencimiento. Ni siquiera somos capaces de arrastrar nuestra armadura, la abandonamos en mitad del campo de batalla porque pesa y supone esfuerzo cargar con ella. Hoy, en este siglo que nos ve pasar, ante cualquier circunstancia que nos sitúe ante el enemigo, sea éste del tipo que sea, cualquier situación que exija esfuerzo, sacrificio, constancia, grandeza, valor... nosotros, los hombres que creemos ser, nos damos la vuelta, huimos, atravesamos nuestras propias filas, capaces de aguantar el insulto y la deshonra, si al final encontramos nuestras queridas comodidades.
Somos, amigo Leech, unos cobardes auténticos, porque cobarde es el que abandona su grandeza humana y no se enfrenta a su propio destino.
Imagina ahora, Leech, a un hombre recio, entero, amortajando a su hijo recién fallecido, conteniendo el manantial de lágrimas que quiere brotar de sus ojos, apretando las mandíbulas hasta morderse por dentro, estoico, resignado, afrontando su suerte de pie, con su armadura bien puesta, ahogando un aullido bestial, escuchando cómo el miedo le amenaza y le propone un pacto de paz, un rodeo, desfallecerse en los brazos de alguien querido y dejar que sean los demás quienes se encarguen de la mortaja. Pero él resiste, es un hombre del pasado, no es de este tiempo, no es de hoy.
Imagina también, querido Grice, para terminar con la imagen del guerrero, a nuestro gran poeta, hábil con la espada y también con la pluma, príncipe de los poetas, abrir paso en la escala que trepa los muros que conducen a la gloria en Le Muy. Va subiendo él, maestre de campo, en primer lugar, para que sus hombres le secunden con su mismo coraje. Imagina su herida manando sangre y a su amigo Francisco de Borja contemplando su serena despedida, con el mismo valor con el que amó, escribió y luchó. De nuevo Garcilaso, Grice, de nuevo. Nunca están de más unos versos para terminar... y para vencer al miedo.
Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.
Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera
ante el brillar de su acero;
que buen caballero era.
¡Qué dulce oírle, guerrero,
al borde de su estribera!
En la mano, mi sombrero;
que buen caballero era.
Rafael Alberti.
Retomemos, por ejemplo, esa espléndida alegoría que en tu anterior respuesta tan sabiamente creaste, para darle un nuevo brillo, otra interpretación a la que tú le dabas. La imagen del guerrero que atraviesa sus propias filas desencajado por el desconcierto y el pavor, es la perfecta imagen del hombre contemporáneo, que luego se sienta a un lado del camino, muerto de miedo, incapaz de hacerse cargo de su propia vida, de tomar las riendas y ser dueño de su tiempo. Somos unos cobardes que deviamos la mirada ante las dificultades. El miedo no nos deja respirar y nuestra respuesta es la abulia, la pasividad, el disimulo, ese sentarse a esperar sin convencimiento. Ni siquiera somos capaces de arrastrar nuestra armadura, la abandonamos en mitad del campo de batalla porque pesa y supone esfuerzo cargar con ella. Hoy, en este siglo que nos ve pasar, ante cualquier circunstancia que nos sitúe ante el enemigo, sea éste del tipo que sea, cualquier situación que exija esfuerzo, sacrificio, constancia, grandeza, valor... nosotros, los hombres que creemos ser, nos damos la vuelta, huimos, atravesamos nuestras propias filas, capaces de aguantar el insulto y la deshonra, si al final encontramos nuestras queridas comodidades.
Somos, amigo Leech, unos cobardes auténticos, porque cobarde es el que abandona su grandeza humana y no se enfrenta a su propio destino.
Imagina ahora, Leech, a un hombre recio, entero, amortajando a su hijo recién fallecido, conteniendo el manantial de lágrimas que quiere brotar de sus ojos, apretando las mandíbulas hasta morderse por dentro, estoico, resignado, afrontando su suerte de pie, con su armadura bien puesta, ahogando un aullido bestial, escuchando cómo el miedo le amenaza y le propone un pacto de paz, un rodeo, desfallecerse en los brazos de alguien querido y dejar que sean los demás quienes se encarguen de la mortaja. Pero él resiste, es un hombre del pasado, no es de este tiempo, no es de hoy.
Imagina también, querido Grice, para terminar con la imagen del guerrero, a nuestro gran poeta, hábil con la espada y también con la pluma, príncipe de los poetas, abrir paso en la escala que trepa los muros que conducen a la gloria en Le Muy. Va subiendo él, maestre de campo, en primer lugar, para que sus hombres le secunden con su mismo coraje. Imagina su herida manando sangre y a su amigo Francisco de Borja contemplando su serena despedida, con el mismo valor con el que amó, escribió y luchó. De nuevo Garcilaso, Grice, de nuevo. Nunca están de más unos versos para terminar... y para vencer al miedo.
Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.
Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera
ante el brillar de su acero;
que buen caballero era.
¡Qué dulce oírle, guerrero,
al borde de su estribera!
En la mano, mi sombrero;
que buen caballero era.
Rafael Alberti.
jueves, 31 de enero de 2008
La Pena o la Nada
Leech, mi querido Geoffrey, habrás pensado, al leer el título de estas líneas, que mi prosa de sepulturero tratará de arrastrarte al lugar de donde viene (del más allá...), pero recuerda que no debes inferir prejuicios equivocados (o vendrá el dios de la pragmática a darte con una vara en el trasero -y si es del opus tratará de penetrarte-). Yo no me llamo pesimista, me llamo catárquico. Vamos pues.
Desde la distancia se ven las cosas diferentes.
No me refiero a una distancia físico-estratégico-morbosa, a la de a vista de pájaro, a la cultura lejana, a Bangkok, el Tibet o Buenos Aires, sino a la que te otorgan las sábanas durante la contemplación de unos hechos que caen como cae la bruma, impregnándolo todo, cambiándolo para siempre. Nada volverá a ser lo que era. No nos quedará París.
No hace falta irse tan lejos. Basta con apagar la luz de la mesilla de noche y recordar los acercamientos infantiles, las infantiles primeras mentiras, aquellas veleidades de la juventud que entrañan fatigas ahora impronunciables, el crecimiento y desarrollo de los hechos, maravillosas enfermedades contagiadas con terrible esfuerzo, tardes de tedio y esperanzas, después vacilación y finalmente desencuentro.
¿qué puede hacer un guerrero cuando,
momentos previos a la batalla,
descubre que ha olvidado su coraza
en la tienda de campaña?
Imaginémoslo arrastrando el aspadón, con la cara desencajada por el miedo, huyendo contracorriente, atravesando sus propias filas que lo zancadillean, insultan y amenazan con torturas. Y según avanza va notando como el calor vuelve a su pecho, que allí se forja el metal protector de la coraza y que ésta surge de la Nada. Por lo tanto, nada había olvidado, sencillamente no era la hora para el combate o el enemigo no era el indicado y la coraza se lo hacía ver de esta manera. Todo esto lo comprenderá cuando dando media vuelta para dirigirse a la batalla, la fuerza que su pecho emanaba se apaga y se convierte en mortaja.
¿Qué hace ese guerrero si no puede combatir al enemigo y sus compañeros lo buscan para colgarlo pues lo tienen por un traidor cualquiera? Nada. Se sentará a un lado del camino a ver pasar la vida, a que ella le salga al encuentro, y oirá a sus espaldas el silbido de los trenes llenos de pasajeros que le dirán adiós desde las ventanas. Si el guerrero fuera digno, si la ley samurai lo rigiese, acabaría sus días haciéndose el Hala-kiri.
Pero las cosas no son tan fáciles como atravesarse con un arma de doble filo (filo japonés, que duele más) el esternón. El mundo te empuja en la dirección equivocada (Wrong way, my broda', wrong way), y los gustos se tornan manías, los secretos obsesiones y la lógica de la razón, el consciente, cae sumisa bajo la tiranía del subconsciente, ese señor bajito que mueve los hilos.
Hace tiempo, e hilando con cierta argumentación de mi anterior comentario, una persona que por su lucidez e inteligencia me produjo gran impacto al conocerla, me comentó una teoría que tenía, que bien podría titularse "Teoría del asilo rosa/bello", "el paraíso fraterno" o "el Dorado retiro". Ésta venía a decir que mejor que acabar los días rodeado de nuevos-viejos desconocidos en un asilo sería ir preparando un lugar común mediante vínculos presentes donde habitara toda esa gente que le había acompañado a uno en vida. Una especie de asilo para colegas de infancia, juventud y vejez (un recuerdo para los compañeros de viaje).
Yo al respecto creía que el tiempo lo cura todo (mayormente matándolo) y las bajas, el alzheimer, los problemas económicos y el cambio climático, provocarían el fracaso del proyecto. Ahora entiendo que no, que el ser humano es tonto por naturaleza (ni bueno ni malo, tonto) y que desprecia por motivos subconscientes, que se separa, se segrega, quiere olvidar y ser recordado entre lamentos, se sobrevalora creyendo que hace un favor a la sociedad y renuncia a la convivencia simplemente por miedo. ¿Cómo podría llegar a buen punto proyecto semejante? Imposible.
Ahora me sobran dedos en las manos, diez son muchos, no los necesito. Me sobran ropas y tapujos, me sobran -por supuesto- esperanzas, convicciones exaltadas (de las moderadas ni hablamos), me sobran kilos de peso, de pereza y de mierda. Pero también me sobra pelo, carne y alma. No quiero nada de eso porque no los necesito. Sé lo que va a pasar, se cuál será mi transcurso vital, dónde iré a hacer lo que ya sé, cómo y cuánto me gustará aquello que vendrá en la fecha que conozco y lo que obtendré de todo ello: Nada.
Se despide cortesmente (siendo yo no puede ser de otra manera),
Grice
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