Verdaderamente esta semana me he acordado de nuestro Larra. Apenas he tenido que reunir tres requisitos, hacer un pago en el banco y fotocopiar ocho documentos para recordar aquel magnífico artículo titulado "Vuelva usted mañana" que escribió nuestro "Corzo herido de muerte". Aquel personaje desesperado ante la fría burocracia y la pereza de los que debían atenderle y resolver sus problemas, que siempre se topaba con las ventanillas o los despachos recién cerrados, ha quedado grabado en mi memoria y aunque ya hace algún tiempo que lo leí por última vez y lo tengo algo olvidado (qué frustrante es olvidar, no poderlo recordar todo sin lagunas, sin borrones) me siento identificado con aquel pobre extranjero que quería y no podía, que acabó enredado en la trampa que nos tienden poderosas fuerzas invisibles. Es como si quisieran acabar con nosotros poco a poco, en una labor de desgaste que no nos ofrece tregua.
Hoy hay nuevas trabas en el camino: la impresora no imprime; el programa desde el que debes descargar tu solicitud está "temporalmente en obras" o algo así (deleznable e irritante la jerga informártica) y es la única manera de obtener la dichosa solicitud; las oficinas cada día cierran antes -cualquiera que tenga un horario normal de trabajo no podrá nunca hacer uso de ellas- empezando por los bancos, entidades solo disponibles para quienes trabajen por la tarde, minoría sin duda... o para los parados y jubilados, que son quienes, para su desgracia, menos uso pueden hacer de tan serviciales organismos. Y siempre ese lenguaje ambigüo, laberíntico, confuso, que te hace repetir una y otra vez instancias, formularios, viajes en autobús o en metro a tal o cual edificio, siempre oculto entre los árboles o perdido en medio de la nada.
Todo conduce a la crisis nerviosa, a arrastrar la lengua, a discutir con tus jefes por dos horas de asuntos propios, a malas contestaciones de los empleados de los diferentes organismos (la sensibilidad en su entrepierna siempre), a valeriana en cápsulas para poder dormir, y, en fin, a que los que te quieren y respetan y nada han hecho tengan que aguantar tu mala cara y peor humor cuando, derrotado, llegues a casa con la última luz de la tarde.
Leech.
miércoles, 27 de febrero de 2008
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