Querido Leech, no cabe duda de que la mujer es muy superior en virtud al hombre, y no me limito a una mera disertación teórica sustentada solo en nuestras dudosas intuiciones y nuestros huecos razonamientos, antes al contrario, esta afirmación la puedo demostrar con un pequeño vistazo a la actualidad del mundo en el que vivimos. Así es, querido amigo, son hombres los banqueros que han estado robando con el beneplácito de presidentes hombres, como hombres son los alcaldes, constructores y concejales que se han hecho casas con helipuertos gracias a la especulación y el soborno. Hombres son los dictadores siempre, los que declaran las guerras, los que torturan y los verdugos de todas las épocas. ¿Quién maltrata todos los días, asesina y castiga, hiere y golpea, sino los hombres? ¿De qué se componen las mafias y las organizaciones del crimen? ¿Quién conduce a 180 con veinte copas de más? Son también del sexo masculino los que no comprenden que haya otros de su misma especie que tengan otros pensamientos y que vean el mundo de diferente manera.
Claro que hay excepciones siempre y que hay un cierto tipo de mujer que está cayendo en el error y el disparate de quererse parecer al maldito hombre. Pero no solo son las excepciones en ese sentido, también lo son en el contrario, hay hombres con una nobleza y valentía fuera de lo común y son muchos, seguro, aunque no los podamos ver bien por el ruido que hacen los virus que enferman nuestra especie masculina. En medio del ruido y la confusión, esta semana he asistido en primera persona a dos ejemplos que pueden servir de complemento a tu anterior opinión, porque aunque es verdad que "ellas" nos salvan y redimen, también es verdad que hay "ellos" dignos de elogio, de medallas (que nunca les serán entregadas) y de estatuas (que nunca serán erigidas en su honor).
Un maldito ladrón le roba a una señora la cartera en el metro (siempre son hombres los rateros) y aprovecha la parada en la estación de Antón Martín para salir del vagón con el jugoso botín, pero un chaval joven se abalanza sobre él, le derriba y le aprieta fuertemente el cuello hasta que el maldito parásito cede, devuelve la cartera y pide clemencia. Un hombre en su sitio, valiente, decidido, capaz de arriesgar su salud por una señora a la que no conoce, por resolver una situación que ha presenciado y que cree injusta. Un hombre que se lanza desde su apacible asiento del metro hacia la intemperie del peligro, de esa posible navaja, de ese compinche cercano y no detectado, del pasotismo de los demás, miembros de seguridad incluidos, que no dudadrán en mirar cómo el muchacho es golpeado mientras las puertas se cierran y el metro vuelve a la oscuridad de los túneles.
Golpes, sí, como los que se ha llevado un amigo mío hace dos días por tres cobardes que lo abordaron por detrás y lo empujaron, su cabeza contra la farola, luego en el suelo, ya casi sin consciencia, patadas y pisotones. Venía de tomar un café, a las 11 de la noche, y se ha encontrado con estos asesinos (lo hubieran sido si el golpe es en la sien o la patada le hunde el frontal) que lo han pateado sin ningún motivo, por el simple hecho de disfrutar con la humillación del semejante. Se curó las heridas y al día siguiente fue a trabajar, intentando seguir su vida como se sigue después de un mal sueño. Las heridas de la cara cicatrizan, pero no las del alma, hay ahí un escalofrío, una extraña sensación de pena y desconcierto, le han machacado sin razón ni motivo y se pregunta por qué. Le da miedo salir a la calle, por el capricho de tres desgraciados su vida se ha visto alterada y tiene que realizar ahora un proceso de cura, de rehabilitación, volver a recuperar la normalidad y la confianza. Pero lo hará, porque como el muchacho del metro, él es un héroe, dignifica también la especie. Héroes, querido Leech, son héroes y esta vez son "ellos".
viernes, 31 de octubre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Qué triste lo que cuentas. Y, ¿después? Siempre me hago la pregunta. Este es el mundo que estamos construyendo y que dejaremos a los hijos de otros (a mí me resulta un suplicio pensar que puedo dejar esto en herencia a alguien). Qué raza esta, la nuestra (no hablo de negros ni de chinos, sino de nuestra propia estirpe). Hay que joderse, y lamentarse. Qué impunidad con que se premia a esta gentuza y cuánta la indiferencia de nuestras autoridades y de nuestras conciencias. Qué fácil es abandonar a los indefensos, mientras los banqueros piden más dinero para seguir especulando. Bonito verbo este (especular) cuyo origen es el mismo que el de nuestro "espejo", o sea speculo, es decir, un buen espejo en el que mirarnos, porque lo que han hecho estos ladrones con tu amigo, es lo mismo que lo que otros hacen desde sus despachos. Espejo, pues, de lo que somos, tal vez más los hombres que las mujeres.
Un abrazo y hasta el miércoles.
Publicar un comentario