martes, 2 de septiembre de 2008

Ruido.

Se acaba el verano, el otoño se va dejando sentir, nos movemos desde el sur hacia el norte, querido Grice, en un viaje de ida y vuelta que esperemos sea de provecho y deje un grato recuerdo, como lo dejan los buenos viajes. Pasan las estaciones y regresamos a la calma del hogar y la comodidad del día a día de regreso de un verano que siempre es distinto y nunca deja indiferentes nuestros cuerpos ni nuestras almas. Vuelve uno al trabajo de todos los días, a la ciudad en la que vive y se encuentra lo que dejó, lo bueno y también lo malo. Y entre lo malo, querido Grice, de nuevo el ruido, el infernal ruido que sigue donde uno lo dejó, en una huida insuficiente, crees que has desconectado, que te has relajado y estás mejor preparado y predispuesto para combatir al mortal enemigo, y resulta que no es así, que el tirano sigue dispuesto a destrozar tus nervios: el vecino que habla a ritos, el perro que ladra sin descanso, la televisión de otros en la cabecera de tu cama, los bares con sus machaconas sesiones, la masa que a diario se divierte y llena las calles, los otros haciendo fiestas en la pared contigua los lunes y los martes y los miércoles...
No puede ser, te dices, algún día acabará, tendrán que empezar a madrugar, como tú, para trabajar y ganarse el sustento, más ahora en plena crisis. Pero conforme pasan los días vas perdiendo la esperanza al observar que no es así. Me da la sensación, Grice, de que la mitad de la gente joven de esta ciudad no hace nada para subsistir, porque mientras mis conocidos están cansados y hechos polvo en su regreso a los trabajos, una gran cantidad de gente se permite el lujo de acostarse a las tantas y de disfrutar sin freno todos los días de la semana, sin escatimar en gritos, carcajadas, música y todo tipo de ruidos mientras los demás intentamos conciliar el sueño con todas las dificultades que ellos nos ponen. El problema del ruido, problema olvidado, no tenido en cuenta por autoridades, descontrolado, que causa que la población que produce y trabaja viva un auténtico infierno mientras la que nada aporta ni ofrece disfruta sin límites ni barreras. Solo dan ganas de que llueva, granice, hiele, se muera el perro, enmudezca el vecino, se vaya la luz y se arruinen los bares, el ejército barra la calle y exploten los televisores... al menos hasta mañana.

Leech.

5 comentarios:

Luis Quiñones Cervantes dijo...

Qué verdad es lo que dices. Mírame, disfrutando un poco del silencio de la noche de un martes o madrugada de un miércoles (qué se yo). Ya lo ves. Es la única forma de estar en silencio en este Madrid mileurista y derrochador.

Nada puedo añadir a lo que dices (yo tengo una vecina que saca a sus tres perros a las cuatro y cuarto).

Me voy a poner orintal, pero creo que el silencio es una virtud. Y si no se me ha hecho correoso este regreso al trabajo, es porque todavía el griterío maleducado de los pasillos espera metido en su insonorizada pausa veraniega.

Salud.

MGS dijo...

Me recuerda un artículo que leí no sé cuando (aquí en el fin del mundo he perdido la noción de tiempo y espacio) de Javier Marías. Creo que te gustaría. A ver si lo encuentro por internet. Yo también voy del sur al norte. Y del invierno al invierno.
Besos.

Prudencio Salces dijo...

Bueno, desconsolado Leech, eso es lo que menos me gusta de Lavapiés cuando voy por Madrid: el ruido nocturno y los malos olores de la calle Primavera. Pero he aquí que esquina a esta calle con Ave María está el Café Balbieri, que es justamente lo que más me gusta de este barrio. Y me ha parecido ver una concomitancia ensoñadora de vuestra descripción bajo los datos personales de Tranquilamente hablando con con la que inicié mi Derivadario de Talbania junto a otros dos colegas y en presencia de Arundhati Roy. Espero que estés, o esteis, de acuerdo, así como también espero que Luis nos invite en ese antro decimonónico, o más lejano, a una rica cerveza, aunque tras conocernos no tengamos nada que hablar y nos pongamos a mirar los desconchones de las paredes o la falta de empavono de los grandes espejos.

Salud

Grice y Leech. dijo...

Estimado Pruden, razón tienes sin duda, las calles del Centro de esta ciudad huelen a la dejadez de sus autoridades y a la mala educaión y falta de higiene de los que las visitan. Algunos creemos en nuestros barrios del Centro como lugares donde vivir, otros los visitan como parque temático donde todo está permitido, es una lástima que se maltraten tanto calles con tanta historia, al final nos van a desmoralizar a los que hemos decidido darles aliento, pulso, emociones.

El Barbieri... no está gestado este blog en sus mesas, pero bien podría. Esos viejos y evocadores cafés están un poco huérfanos y necesitados de palabras como las que cada día nos descubres, ¿dónde escondes ese tesoro léxico? Leyendo tus intervenciones en tu propio blog y en el de otros me doy cuenta de que atesoras el más preciado don: el don de palabra. Palbras en vez de ruido, cafés y cervezas bien tiradas en vez de orines y otros desechos, eso necesitamos.

Gracias por tu respuesta.

Grice y Leech. dijo...

Mgs, qué bueno que vuelvas al norte. Javier Marías ha escrito diversos artículos contra el ruido, efectivamente, de hecho creo que tienen montada una plataforma él y más vecinos del Centro de Madrid...o debo decir penitentes.
Esperemos verte pronto por aquí para que te pagues una.