Como un aldabonazo en las paredes de mi cerebro, resuena la palabra Obispo en mi cabeza y me causa agudas jaquecas.Querido Grice, no hice sino leer la maldita palabra en tu última disertación y ya comencé a sentir los síntomas de una misteriosa enfermedad que me invade y provoca crisis de nervios y agudos calambres por todo el cuerpo. No cabe la menor duda: los obispos son como una enfermedad.
Cuentan mi madre y mis tías que mi abuelo, cada vez que veía al cura y al sacristán del pueblo, decía: " Ahí van los grajos". Y ahora que lo pienso, qué atinada la expresión, qué precisa y qué certera, pues el grajo es un ave fea con su negro plumaje y su canto agorero tocando a difuntos en las noches heladas de los pueblos de nuestros abuelos y también de nuestros padres, pero además la propia palabra tiene una fonética escalofriante, que encoge, chirría y da dentera. Todo esto le ocurría y se le pasaba por la cabeza a mi abuelo cuando veía a esos hipócritas que vivían de contar milongas y cuentos de miedo a los habitantes del pueblo, iletrados y supersticiosos la mayoría. Su prédica asustaba, su palabra tenía el valor del dogma y de las evidencias que no necesitaban ser demostradas. Pero ahí estaban los tipos como mi abuelo para mantener la lucidez necesaria que aclarase y no confundiese y para transmitírsela a mi madre y a mis tías, y ellas a mí.
Aquellos grajos de mi abuelo ahora los veo yo en la televisión, pero son grajos con corona, anillos y cetros. Antes, los grajos de sotana pervertían desde el confesionario, influyendo en la moral de nuestras abuelas y de los que son nuestros padres y olían a una mezcla de alcanfor y cloaca (mi madre así me lo asegura).
Ahora, los grajos enjoyados dan la sensación de oler a colonia cara, usan gafas de sol, congregan a las masas y las exhortan con soflamas incendiarias desde hondas radiofónicas, micrófonos, cámaras de televisión y catedrales monstruosas. Y así van manipulando.
Que su graznido no nos confunda y haga escuchar dulces trinos, amigo Grice. Que la lucidez de mi abuelo permanezca como un legado de los que perdieron la guerra, pero no la cabeza. Sólo eso pido. Sólo en eso confío.
Leech.
domingo, 10 de febrero de 2008
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3 comentarios:
Mirad qué horas son y yo ando por aquí, de cháchara con vosotros. Y lo peor, hablando de ornitología. Menudos pájaros. Pájaros de mal agüero, pajarracos, aves de rapiña, Hitchcock.
¿Pero dónde está el debate? El problema no es que haya quien emborrone la vida democrática de una nación entera, el verdadero problema, amigos filósofos, es que no haya un auténtico debate sobre la laicidad del estado. Lo que oímos en los medios de comunicación es solo cacareo, graznidos, y no reflexión profunda sobre el papel que debe desempeñar esta bandada en la conciencia de un país, en su vida más allá de lo que debería ser un ejercicio íntimo y personal de la fe.
Y si me permitís ser sincero: me encanta que aleteen con sus púlpitos, porque eso quiere decir que en algo se erosiona los poderes del césar, esos que nunca fueron de dios.
Por lo demás... que graznen, que nosotros cabalgamos.
Y una breve postdata: hay catedrales hermosas, terriblemente hermosas, pero hermosas.
Querido Luis, las catedrales en las que yo pensaba son horribles: en una se casan princesas y desde su altar dispone el peor de los grajos; la otra, la de mi ciudad de origen, quedó sin terminar y es también bastante fea. No niego la belleza de las demás.
señores,
he tardado un tiempo en responder porque ordené ser atado durante 48 horas y alimentado únicamente con la mínima cantidad de víveres necesaria para mi subsistencia, ante el temor hacia mi propio comentario sobre el tema grajos...
Visiones nocturnas de empalamientos y hogueras incomodaban mi descanso. No me refiero a su terrible pasado, no, si no a lo que me gustaría hacer con ellos...
debo refrenarme... quizás en otro momento no me dicten mis impulsos sino mi... ¡Dios mío, todo mi ser, hasta el último pelo, se deja llevar por esos mismos impulsos! ¡estoy perdido! las llamas del averno me aguardan...
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