Muchas veces he sostenido, querido Grice, que nuestras vidas están hechas de contínuas renuncias. Nos pasamos los días renunciando a aquello que deseamos: a las simples apetencias, esos deseos nimios e intranscendentes cuya consecución produce un efímero placer que pronto se desvanece (la piruleta en el escaparate, el niño que llora, la piruleta en sus manos y apenas un segundo y ya está la piruleta sola y abandonada a su triste condición de apetencia pasajera); pero también a los anhelos profundos e intensos: aquellos que nos hacen caminar sin rumbo, abstraídos, deseosos de estar sin ocupación y solos para entregarnos a los pensamientos y elucubraciones, "podría o pudo ser así, debería o debió ser de esta manera, tan hermoso y sencillo..."
Pero sabemos que no puede ser y lo asumimos y con esa asunción vamos creciendo y fortaleciéndonos y también, por qué no, dejándole un espacio en nuestras vidas a la ensoñación y la fantasía.
Vienen también en nuestra defensa los consuelos: "mejor no tener esto o lo otro, para qué, una vez poseído habíamos de empezar a sentirlo como rutina y pronto se gastaría todo, compañías, amores, emociones... pronto dejarían de ser primicias y el tedio acabaría por abrasar lo que una vez fue deseado." Muy bien, siempre encontramos fuertes defensas, pero hay que reconocerlo, querido Grice, duele renunciar, alejarse de lo deseado, verlo todos los días ahí cerca, al alcance de la mano y la palabra y tener que decirle adiós con desconsuelo... hasta que solo sea ya recuerdo de lo que un día con febril pasión deseamos.
Leech.
jueves, 17 de diciembre de 2009
domingo, 13 de diciembre de 2009
Lluvia.
¿Por qué no vienes a llenarlo todo con tu frescor y tu música? ¿Por qué no quieres ya saber nada de nosotros? ¿Hemos de volver a las canciones: "qué llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva..."? Hartos estamos del subjuntivo ya, vieja amiga, solo queremos que vengas a anestesiarnos con tu goteo, con tu caer, con tu alimento. Vuelve, lluvia, vuelve y cálanos hasta el alma, mecenos con tus milenarias palabras, para que de nuevo podamos escuchar nuestros pensamientos. Ven a empapar a los que todo lo ensucian y corrompen, a los que nos van limando la esperanza con sus arteras mañas, que escurriendo y maldiciendo se vayan ahogando en su propio veneno. Golpea los tejados de nuevo para que podamos oirte bajo la manta en medio de una fría noche de nuevo invernal, el trabajo aún en la lejanía del día que tardará en llegar. Trae contigo el olor de las eras de la infancia, del árbol y la tierra húmedos, regálanos, generosa, el placer de los días de lluvia de nuestra bendita infancia, tumbados sobre el calor de la gloria porque siempre causaste pasmo en nuestros adultos. ¿Recuerdas cuando nos escapábamos arriesgando la cara para jugar a piratas y a pescadores entre los enormes charcos que ibas creando para nosotros? Vengan después los claros, pero quede el placer de haberte visto de nuevo por unos días cantar sobre el empedrado, sobre las marquesinas de los autobuses, los cristales del aula, la baldosa del balcón de mi casa... "Que llueva, que llueva/ la Virgen de la Cueva/ los pajaritos cantan/ las nubes se levantan..."
Grice y Leech.
Grice y Leech.
lunes, 16 de noviembre de 2009
Olvidados.
Querido y estimado Grice, hoy voy a hacer una reflexión sobre mi trabajo. La cuestión a la que le he dado ya varias vueltas desde hace días, y aún meses, es la siguiente: la mayor parte de nuestro tiempo y de nuestras energías los gastamos mis compañeros y yo en unos pocos alumnos. Y de esos pocos alumnos la gran mayoría son los que no quieren estudiar, no vienen a clase, consumen droga, molestan e incomodan a los demás -cuando no les agreden y golpean- nos faltan al respeto, no cumplen ni una sola norma, enturbian un ambiente que es inusualmente bueno... Así que tenemos que dedicar lo mejor de nuestro trabajo a localizarlos, llamar a sus casas, pelear en los pasillos, escribir interminables partes, mandarlos callar... mientras la gran mayoría de chicos esperan pacientemente, con una comprensión inmensa hacia lo arduo y amargo de nuestra tarea. Luego nos citan los psicólogos en reuniones en las que nos hablan de comprensión, diversidad, oportunidades, integración... y no estoy en contra, querido Grice, de todo eso que me cuentan, ni estoy en contra de mirar a esos chavales que molestan con la bondad y la comprensión con la que, desafortunadamente, nadie los ha mirado en sus pobres vidas; pero me pregunto si alguien conoce el nombre y los apellidos de aquellos anónimos chavales que quieren aprender, que cuidan los muebles y los materiales, te saludan cuando entras en clase, ayudan a sus compañeros, respetan a sus profesores, quieren aprender todos los días a ser mejores... Se pide a las familias que donen los libros viejos para que puedan ser usados y allí están ellos y ellas, sonrientes, al día siguiente, con sus libros; se organiza una recogida de juguetes para Navidad y son ellos los que llenan los pasillos de sus viejos y queridos juguetes; piden candidatos para organizr actividades extraescolares y allá van ellos a pintar, limpiar, recoger... No han sido nunca sancionados, no han robado ni un solo segundo de nadie que no sea sus profesores, si los llevas de excursión los guías de los museos te felicitan... Y sin embargo, ni un solo incentivo, ni una sola palabra de ánimo y cariño, ni un solo céntimo invertido en ellos. Se invita a ir a Inglaterra a aprender inglés a chicos que lo rechazan porque maldita la gana que tienen ellos de aprender nada ni de moverse de su parque y sus "colegas"; estos otros, que paguen; se subvencionan libros a chavales que al tercer día los han perdido; a estos otros, que paguen; y así un largo etcétera sin fin. El curso pasado pedí 100 euros para comprar 30 relatos clásicos de aventuras y regalárselos a estos chicos que aman la lectura (de ellas te hablé en este espacio) y me dijeron que no estaba justificado ese despilfarro, en libros, por cierto. Luego se prestan equipos de sonido para que los "desheredados" hagan "hip-hop".
Es descorazonador, mi buen amigo, ver a todo un equipo de profesionales desesperar por cuatro gamberros en vez de dar lo mejor de sí por formar y educar a jóvenes cariñosos, receptivos, inteligentes, nobles y generosos. La escuela pública se olvidó de que parte esencial de su cometido es preparar lo mejor posible a sus buenos alumnos para que tengan un futuro y sean personas plenas. Si solo seguimos mirando hacia abajo cometeremos una enorme injusticia contra esos olvidados que esperan. Pronunciemos sus nombres, hablemos de ellos, de sus virtudes, mostrémosles caminos para que los recorran sin miedo ni vergüenza... y dediquémosles de vez en cuando alguna palabra de aliento.
Leech.
Es descorazonador, mi buen amigo, ver a todo un equipo de profesionales desesperar por cuatro gamberros en vez de dar lo mejor de sí por formar y educar a jóvenes cariñosos, receptivos, inteligentes, nobles y generosos. La escuela pública se olvidó de que parte esencial de su cometido es preparar lo mejor posible a sus buenos alumnos para que tengan un futuro y sean personas plenas. Si solo seguimos mirando hacia abajo cometeremos una enorme injusticia contra esos olvidados que esperan. Pronunciemos sus nombres, hablemos de ellos, de sus virtudes, mostrémosles caminos para que los recorran sin miedo ni vergüenza... y dediquémosles de vez en cuando alguna palabra de aliento.
Leech.
lunes, 19 de octubre de 2009
Tierra.
Nos hemos acercado a la tierra otra vez para constatar cómo nos hemos ido alejando de ella irremisiblemente, sin marcha atrás, a no ser un fin de semana en que se unen unas pocas voluntades para salir de la vorágine gris de cemento y luz eléctrica en busca de la tierra auténtica, aquella tierra pura que aún sobrevive en pequeños parajes como este. Esa es la tierra por la que deberíamos luchar y levantar proclamas. Nunca sentí orgullo de pertenecer a ningún territorio, pero sí siento en ocasiones la nostalgia inmensa de parajes como el de la foto donde el hombre se acerca a sí mismo, vuelve a lo que fue su hogar verdadero y el silencio le deja escucharse, acariciar sus propios pensamientos, sentir que la tierra que lo vio nacer un día palpita y le llama y da la bienvenida en su retorno a la paz y al misterio.
Si ya no nos va quedando el agua porque la odiamos y nos ufanamos cuando en octubre el sol abrasa y nos deja ir a la playa -"la lluvia nos da un respiro para el puente" dice un necio periodista incapaz de prever las consecuencias que esos respiros cada vez más prolongados traerán sobre nuestras vidas-; y si el aire está corrompido y sucio, cada vez más denso y plomizo, portador del veneno que generamos para que sea a la vez nuestra vida y nuestra tumba, estúpidos seres que alimentamos a nuestro verdugo y le damos fuerza y presteza para el crimen; si el fuego, en fin, ya no nos calienta ni sirve de hogar para que charlemos tranquilamente con su complicidad y cobijo, pues ya solo lo usamos para quemar los bosques y abrir claros vacíos de vida y llenos de desconsuelo... si ya este estúpido homínido está consumando su obra destructura, ya solo nos queda entonces una porción de tierra en la que poder contemplar con lágrimas y vergüenza lo que pudo ser y no fue. Maldita esta especie incapaz de preservar todos los dones que un día le fueron concedidos.
Es el canto del pájaro, el relincho del potro libre en la inmensidad de los prados, el agua de los arroyos, el sol en la cumbre, las hayas misteriosas llenándose del otoño, los robles, las zarzas, las rocas, el cielo... es el sendero que nos conduce hacia nosotros mismos, hacia nuestro corazón, hecho de sangre y de tierra.
jueves, 17 de septiembre de 2009
"El Patillas".
LLegó un día de otoño, hace casi justo un año, con sus patillas, su sudadera y su cadena colgando del bolsillo del pantalón, se pidió el primero de una larga serie de pinchos de tortilla y empezó a comerlo él solo, sentado en una mesa. No tardó en empezar a sonreír y fue empezar para no dejar de hacerlo en todo el año. La aparición de "El Patillas" fue una de esas apariciones milagrosas y su presencia pronto fue contagiándonos a todos de una alegría que hasta ese momento se contenía atrapada en la absurda red de las buenas formas y las apariencias. "El Patillas" llegó sin prejuicios, sin complejos, con la honestidad y la sinceridad de la gente buena que levanta y construye, que va uniendo voluntades y haciendo que los que están a su lado por un momento se olviden de los cabreos y los pequeños contratiempos que tanto nos turban todos los días. Luego, pasado el tiempo, entre viajes de autobús, paseos por los pasillos y largas veladas al cobijo de las barras de los bares, fui descubriendo a una de esas personas de las que te hablé, querido Grice, en mi primera intervnción:
"Hay por todos los sitios gente que te alegra cada instante compartido, que te mejora, que te hace pasar con agrado el día y con dignidad la vida."
"Y sienta tan bien saberse rodeado de esas personas cuya calidad y hondura humanas siempre nos pasan desapercibidas, se nos escurren en la frenética actividad de nuestros días, o se pierden en la costumbre, que es aún peor."
Seguimos sumando existencias a nuestro alrededor y enriqueciéndonos gracias a su impulso y su compañía.
Ahora "El Patillas" ya no está, le han mandado a un nuevo destino que afrontará con la entereza y energía que solo él tiene. Nosotros nos hemos quedado un poco fríos y ya no nos reímos tanto. El otro día, el primero oficialmente sin su compañía, hizo un poco de frío. Entré en la cafetería y allí había tres compañeros, protestando y quejándose por las pequeñas cosas del día. Empezó a llover y Rodri, el de la cafetería, me hizo un gesto de hastío. Los dos nos sonreímos pensando en lo mismo.
A Fernando, "El Patillas", que se llevó las risas consigo.
"Hay por todos los sitios gente que te alegra cada instante compartido, que te mejora, que te hace pasar con agrado el día y con dignidad la vida."
"Y sienta tan bien saberse rodeado de esas personas cuya calidad y hondura humanas siempre nos pasan desapercibidas, se nos escurren en la frenética actividad de nuestros días, o se pierden en la costumbre, que es aún peor."
Seguimos sumando existencias a nuestro alrededor y enriqueciéndonos gracias a su impulso y su compañía.
Ahora "El Patillas" ya no está, le han mandado a un nuevo destino que afrontará con la entereza y energía que solo él tiene. Nosotros nos hemos quedado un poco fríos y ya no nos reímos tanto. El otro día, el primero oficialmente sin su compañía, hizo un poco de frío. Entré en la cafetería y allí había tres compañeros, protestando y quejándose por las pequeñas cosas del día. Empezó a llover y Rodri, el de la cafetería, me hizo un gesto de hastío. Los dos nos sonreímos pensando en lo mismo.
A Fernando, "El Patillas", que se llevó las risas consigo.
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Nos acordaremos.
Estimado Grice, ¿has visto adónde estamos llegando en este país? Ya estamos logrando que los más jóvenes ejerzan el poder que entre todos les hemos otorgado. Ahora ya expresan su dominio más allá del hogar y la escuela y lo hacen en las calles y en las comisarías. Ya no se conforman con llamar "puta" a la madre y "payaso" al profesor cuando actúan contra sus deseos; ahora ya agreden a la policía y asaltan sus comisarías cuando estos intentan atentar contra su capricho. Parece mentira en lo que estamos quedando, esclavos de una panda de desgraciados caprichosos y consentidos. Eso es España, un reino de descerebrados.
Un reino de descerebrados llenos de alcohol que beben en la calle sin sentido los fines de semana -en Madrid ya también los martes y los miércoles y los jueves- vomitan, mean, se pelean, agreden salvajemente, ensucian, gritan... los observo algunas noches desde mi balcón y han conseguido que mi pena se fuese convirtiendo en piedad y compasión, que es lo que me producen las pobres almas descarriadas sin un norte claro hacia el que dirigirse. Después de varios litros de wisky ingeridos tranquilamente en la acera comienza el extraño ritual de los sonidos. Las pocas palabras que aún les quedan en sus huecas cabezas desaparecen y se convierten en gritos, mugidos, cacareos, relinchos... es digno de ver, Grice, porque a continuación comienzan a chocar las cabezas y a agredirse mientras salivan sin control. La policía, a la que siempre llamo, a veces viene, a veces no. Pero a estos desgraciados a los que rió la gracia papá en su primera salida de tono, las autoridades ahora por omisión les está aplaudiendo y dando palmadas en el hombro. No queremos darnos cuenta de la gravedad de este fenómeno de miles de chavales bebiendo en la calle y aniquilándolo todo, sobre todo a ellos mismos. Cuando un ciudadano cualquiera denuncia lo que ocurre todos los viernes y los sábados en muchas calles de su maltratada ciudad, las autoridades miran para otro lado ignorando a esos pesados a los que todo les molesta. Cuando en un pueblo rico cientos de jóvenes acaban asaltando una comisaría, todo son preocupaciones y planes urgentes de choque. No te alarmes, querido Grice, pronto se calmarán las aguas y volverá la indiferencia, y todo serán de nuevo Olimpiadas. Ya ha dicho hoy la delegada del gobierno que lo de hace dos días es un hecho aislado, como si lo que vemos todos los fines de semana fuese un producto de nuestra imaginación. Sigan mirando padres y autoridades para otro lado, cuando ya no se pueda hacer nada contra la dictadura de estos jóvenes botelloneros nos acordaremos de todas las gracias que les reímos.
Leech.
Un reino de descerebrados llenos de alcohol que beben en la calle sin sentido los fines de semana -en Madrid ya también los martes y los miércoles y los jueves- vomitan, mean, se pelean, agreden salvajemente, ensucian, gritan... los observo algunas noches desde mi balcón y han conseguido que mi pena se fuese convirtiendo en piedad y compasión, que es lo que me producen las pobres almas descarriadas sin un norte claro hacia el que dirigirse. Después de varios litros de wisky ingeridos tranquilamente en la acera comienza el extraño ritual de los sonidos. Las pocas palabras que aún les quedan en sus huecas cabezas desaparecen y se convierten en gritos, mugidos, cacareos, relinchos... es digno de ver, Grice, porque a continuación comienzan a chocar las cabezas y a agredirse mientras salivan sin control. La policía, a la que siempre llamo, a veces viene, a veces no. Pero a estos desgraciados a los que rió la gracia papá en su primera salida de tono, las autoridades ahora por omisión les está aplaudiendo y dando palmadas en el hombro. No queremos darnos cuenta de la gravedad de este fenómeno de miles de chavales bebiendo en la calle y aniquilándolo todo, sobre todo a ellos mismos. Cuando un ciudadano cualquiera denuncia lo que ocurre todos los viernes y los sábados en muchas calles de su maltratada ciudad, las autoridades miran para otro lado ignorando a esos pesados a los que todo les molesta. Cuando en un pueblo rico cientos de jóvenes acaban asaltando una comisaría, todo son preocupaciones y planes urgentes de choque. No te alarmes, querido Grice, pronto se calmarán las aguas y volverá la indiferencia, y todo serán de nuevo Olimpiadas. Ya ha dicho hoy la delegada del gobierno que lo de hace dos días es un hecho aislado, como si lo que vemos todos los fines de semana fuese un producto de nuestra imaginación. Sigan mirando padres y autoridades para otro lado, cuando ya no se pueda hacer nada contra la dictadura de estos jóvenes botelloneros nos acordaremos de todas las gracias que les reímos.
Leech.
viernes, 10 de julio de 2009
Pequeño milagro.
Hoy he presenciado un pequeño milagro. Son los milagros así, los que suceden sin hacer ruido, sin ser previstos ni intuidos ni anuncados previamente, los que mejor gusto dejan. Ocurren de pronto, en cualquier lugar y a cualquier hora y si eres afortunado y pasas por allí lo único que puedes hacer es parar, postponer aquello que tuvieses pensado y dejarte deslumbrar y seducir por las maravillas que esconde el mundo bajo su dura y áspera apariencia.
Basta que un día como hoy, en los que Madrid parece un horno a máxima potencia y no encuentras el consuelo de una leve brisa o pequeña fuente por más que buscas (solo grúas, martillos, polvo) de pronto, en ese espacio hermoso del que esta ciudad cateta no sabe presumir, a la Plaza de Oriente me refiero, basta pues que en ese espacio como por arte de magia aparezca una orquesta clásica y se ponga a interpretar piezas de autores clásicos. Basta ese pequeño acto insignificante para que, milagro pequeño, pero insólito y bendito, más de un millar de madrileños se callen por fin, guarden silencio y escuchen. ¡Créetelo, Leech, se hizo un silencio prolongado para escuchar música clásica en el centro del infierno!
Atónito ante el prodigio me detuve y estuve escuchando, dando vuelo al pensamiento y a las emociones. Pero a mitad del concierto juzgué sensato marcharme, no fuese a venir alguien a estropearlo todo. Por lo menos así me he asegurado el buen recuerdo y puedo contarlo, a falta de evangelistas que lo hagan mejor y más duradero.
Grice.
Basta que un día como hoy, en los que Madrid parece un horno a máxima potencia y no encuentras el consuelo de una leve brisa o pequeña fuente por más que buscas (solo grúas, martillos, polvo) de pronto, en ese espacio hermoso del que esta ciudad cateta no sabe presumir, a la Plaza de Oriente me refiero, basta pues que en ese espacio como por arte de magia aparezca una orquesta clásica y se ponga a interpretar piezas de autores clásicos. Basta ese pequeño acto insignificante para que, milagro pequeño, pero insólito y bendito, más de un millar de madrileños se callen por fin, guarden silencio y escuchen. ¡Créetelo, Leech, se hizo un silencio prolongado para escuchar música clásica en el centro del infierno!
Atónito ante el prodigio me detuve y estuve escuchando, dando vuelo al pensamiento y a las emociones. Pero a mitad del concierto juzgué sensato marcharme, no fuese a venir alguien a estropearlo todo. Por lo menos así me he asegurado el buen recuerdo y puedo contarlo, a falta de evangelistas que lo hagan mejor y más duradero.
Grice.
lunes, 11 de mayo de 2009
Los adioses.
Mi querido amigo, nobles quehaceres me van apartando de estas conversaciones tranquilas, comprenderé sin pesar tu enfado por la tardanza de mis respuestas, pero también te pido un voto de confianza, debes creerme cuando te digo que las circunstancias mandan y me alejan del sosiego y la calma que se necesitan para la charla tranquila.
Te has dado cuenta, amigo Leech, que nuestra vida está llena de adioses. Lo pienso porque en el próximo mes tendré que despedirme de varias personas y varias cosas con las que he pasado tanto tiempo durante el último año, que han sido como fieles centinelas que me han ido acompañando en una nueva etapa de esta carrera de final seguro, pero desconocido, tú ya me entiendes.
Digo "cosas" y digo bien, porque los objetos y la realidad inerte e inanimada a veces parecen cobrar vida, respirar, observarnos en abnegado silencio y atención permanentes. Convivimos con un número elevado de objetos a los que sin querer asignamos cualidades de seres vivos, y es por eso que este reloj que llevo en la muñeca desde el día de mi primera comunión respira conmigo y siente conmigo y además no necesita nunca ser reemplazado, sería una traición substituirlo por otro; se traiciona a los objetos como a las personas y sufren en silencio apilados en los vertederos y almacenes del olvido y la desmemoria. Algunos viajan a otras manos y otros hogares que les den el cariño que dejó de tenerlos su anterior dueño, me gusta pensar que cuando compro algo de segunda mano estoy dando una segunda oportunidad, ya ves que sensiblerías más tontas me dan. ¿Quién no ha sentido unas inmensas ganas de llorar cuando hubo de desprenderse de ese coche que tan buenos servicios le dio, o de ese abrigo que tan bien nos resguardó del frío? ¿Y ese compás que nos vio trazar circunferencias en nuestra más tierna adolescencia, o la mochila firmada por los amigos de la infancia, que son los que siempre perdurarán en el secreto mundo de nuestros sueños?
Me toca cambiar de casa en breve, amigo mío, y ya voy anticipando un escalofrío que me morderá cuando tenga que cerrar por última vez la puerta que cientos de veces abrí en el último año. Parece que nos acostumbramos a las casas y ellas a nosotros y por eso nos da pena separarnos, marchar traicioneramente en busca de más metros o menos renta o vete a saber qué, nunca podremos los seres humanos dar explicaciones muy exactas de nuestras motivaciones. Aunque en este caso quizás sí, me voy obligado por la incomprensión y la falta de educación de mis vecinos. Me echan su manía de tener las ventanas abiertas las veinticuatro horas del día; su obsesión por hacer de sus miserias algo público, conocido y compartido; sus músicas a cualquier hora y en cualquier volumen; sus peleas; sus guisos, sus ollas y sus lavadoras a las dos de la madrugada; su fidelidad, en definitiva, a la nueva moda: compórtate como un adolescente gritón a los treinta, sé tú mismo en potencia, libérate, rompe como si fuesen papel sucio los principios de cortesía y no te guardes de exhibirte porque eres el hombre o la mujer nueva que los tiempos reclaman. Tú sabes bien de qué hablo, querido Leech, pues tú aún crees en la validez de las formas y de las maneras.
Es el tiempo de los adioses a los objetos y a las personas. En tu profesión el calendario manda ir diciendo adiós en mayo y junio, es el final de un nuevo año académico y sujeto como estás a los misteriosos caminos del papeleo oficial -tan caprichoso siempre como el mismo azar que nos castiga o nos bendice cada día- ya te vas mentalizando de la despedida. Quedan unas decenas de vidas con las que has compartido el tiempo -la lluvia, la niebla y el sol- y a las que posiblemente ya no vuelvas a ver, sino a unas pocas con las que ese misterioso azar te cruce, y aún así quién sabe si las reconocerás llegado el momento, pues el polvo que se acumula con el pasar del tiempo a todos nos hace irreconocibles. Es un adiós que tienes manía de anticipar y por eso te preguntan que cómo estás, que si te pasa algo, que te ven muy serio; no saben, querido Leech, que te estás despidiendo, que ya llegó para ti el tiempo de los adioses.
Grice.
Te has dado cuenta, amigo Leech, que nuestra vida está llena de adioses. Lo pienso porque en el próximo mes tendré que despedirme de varias personas y varias cosas con las que he pasado tanto tiempo durante el último año, que han sido como fieles centinelas que me han ido acompañando en una nueva etapa de esta carrera de final seguro, pero desconocido, tú ya me entiendes.
Digo "cosas" y digo bien, porque los objetos y la realidad inerte e inanimada a veces parecen cobrar vida, respirar, observarnos en abnegado silencio y atención permanentes. Convivimos con un número elevado de objetos a los que sin querer asignamos cualidades de seres vivos, y es por eso que este reloj que llevo en la muñeca desde el día de mi primera comunión respira conmigo y siente conmigo y además no necesita nunca ser reemplazado, sería una traición substituirlo por otro; se traiciona a los objetos como a las personas y sufren en silencio apilados en los vertederos y almacenes del olvido y la desmemoria. Algunos viajan a otras manos y otros hogares que les den el cariño que dejó de tenerlos su anterior dueño, me gusta pensar que cuando compro algo de segunda mano estoy dando una segunda oportunidad, ya ves que sensiblerías más tontas me dan. ¿Quién no ha sentido unas inmensas ganas de llorar cuando hubo de desprenderse de ese coche que tan buenos servicios le dio, o de ese abrigo que tan bien nos resguardó del frío? ¿Y ese compás que nos vio trazar circunferencias en nuestra más tierna adolescencia, o la mochila firmada por los amigos de la infancia, que son los que siempre perdurarán en el secreto mundo de nuestros sueños?
Me toca cambiar de casa en breve, amigo mío, y ya voy anticipando un escalofrío que me morderá cuando tenga que cerrar por última vez la puerta que cientos de veces abrí en el último año. Parece que nos acostumbramos a las casas y ellas a nosotros y por eso nos da pena separarnos, marchar traicioneramente en busca de más metros o menos renta o vete a saber qué, nunca podremos los seres humanos dar explicaciones muy exactas de nuestras motivaciones. Aunque en este caso quizás sí, me voy obligado por la incomprensión y la falta de educación de mis vecinos. Me echan su manía de tener las ventanas abiertas las veinticuatro horas del día; su obsesión por hacer de sus miserias algo público, conocido y compartido; sus músicas a cualquier hora y en cualquier volumen; sus peleas; sus guisos, sus ollas y sus lavadoras a las dos de la madrugada; su fidelidad, en definitiva, a la nueva moda: compórtate como un adolescente gritón a los treinta, sé tú mismo en potencia, libérate, rompe como si fuesen papel sucio los principios de cortesía y no te guardes de exhibirte porque eres el hombre o la mujer nueva que los tiempos reclaman. Tú sabes bien de qué hablo, querido Leech, pues tú aún crees en la validez de las formas y de las maneras.
Es el tiempo de los adioses a los objetos y a las personas. En tu profesión el calendario manda ir diciendo adiós en mayo y junio, es el final de un nuevo año académico y sujeto como estás a los misteriosos caminos del papeleo oficial -tan caprichoso siempre como el mismo azar que nos castiga o nos bendice cada día- ya te vas mentalizando de la despedida. Quedan unas decenas de vidas con las que has compartido el tiempo -la lluvia, la niebla y el sol- y a las que posiblemente ya no vuelvas a ver, sino a unas pocas con las que ese misterioso azar te cruce, y aún así quién sabe si las reconocerás llegado el momento, pues el polvo que se acumula con el pasar del tiempo a todos nos hace irreconocibles. Es un adiós que tienes manía de anticipar y por eso te preguntan que cómo estás, que si te pasa algo, que te ven muy serio; no saben, querido Leech, que te estás despidiendo, que ya llegó para ti el tiempo de los adioses.
Grice.
viernes, 3 de abril de 2009
Periplo.
Querido y estimado Grice. Es el periplo un viaje que regresa, como casi todos los que hacemos, también el de la vida. Pero es también un recorrido espiritual en el que nos vamos auscultando emocionalmente para descubrir eso oculto que no se nos muestra ni hace visible en medio del ruido de nuestros monótonos días de trabajo y ocupaciones. Es necesario irse para desconectar de todo lo habitual y que así nuestra alma se nos manifieste. Por eso el regreso es tan duro, abres la puerta de tu casa y alguien te recuerda que hay que ingresar dinero en la cuenta para pagar el recibo de la luz o del agua, lo mismo da. E incluso en periplos complejos, con dificultades que surgen cada minuto y pocas, muy pocas horas de sueño, hasta entrar en ese estado de confusión y mareo en el que la realidad oscila y se muestra como algo inseguro e inexacto, incluso en esos periplos difíciles y esforzados el regreso tiene un poso denso de tristeza pura, porque pura es esa tristeza cuyas causas no sabes explicar.
Sin querer fue acercándose la hora de partir hacia Grecia, la vieja madre de todos nosotros. Fue sin querer, el vértigo y la velocidad del mes de marzo no me dejaron proyectar este viaje: la maleta antes de acostarse, la sensación de olvidarlo todo, la incertidumbre de conducir a 51 personas y organizarlas cuando nunca has logrado organizarte a ti mismo... Pero ya a los cinco minutos de haber montado en el autobús que nos llevaba al aereopuerto dejé de ser quien soy todos los días. Parece que hasta tu cara es distinta, como si los espejos de otros países te revelaran un rostro que no conocías, pero que tienes y solo espera a ser descubierto algún día. Y con el paso de las horas y de los días vas tejiendo redes nuevas, conversaciones distintas que se van reiterando hasta la costumbre, nombres y caras nuevas que estaban ahí a tu lado desde septiembre, pero que no habías sabido mirar hasta entonces: también en eso nos hace distintos el periplo, nos obliga a mirar a las personas que lo comparten con nosotros, a escucharlas, a tocarlas y sentirlas como son de verdad, con su cara amable, pero también con la terrible. Y al ritmo que los bancos se seguían fusionando y los gobiernos preparaban nuevas cumbres con las que engañarnos, nosotros íbamos recorriendo las tierras mágicas donde héroes y hombres ganaban coronas, guerras, amores, juicios, disputas, gloria y fama. Te olvidas de tu casa y de tu coche y de tus rutas y de todo. Solo tienes ojos para las puestas de sol, los valles, los mares, los ríos y los 51 chavales a los que custodias.
Son ruidosos, inestables, desordenados, pasotas, despistados y soberbios; pasan de la risa al llanto y de la fortaleza a la debilidad en apenas segundos; odian y aman sin lógica, se pierden y lo pierden todo, pero se acercan, te miran, preguntan, escuchan, ruegan... se va formando una cuerda invisible que te une a ellos, te acerca y te aleja, te aprieta y te afloja. Vas viendo sus movimientos, conociendo sus manías, sus inquietudes, sus deseos; vas asistiendo a sus incoherencias y sus errores y te recuerdan tanto a ti hace unos años que te emocionas viéndoles disfrutar y sufres viendo cómo te fallan y decepcionan, cómo traicionan tu confianza. Porque son lo que tú aún sientes que eres, te estás reconociendo en cada uno de sus movimientos y en cada una de sus emociones. Este periplo es distinto a otros porque ellos te acompañan y van haciendo de coro y es entonces cuando estás en el teatro de Epidauro sentado cuando descubres en el tono de sus voces cantando en el escenario el tono de la tuya propia, el tono que ya habías olvidado.
Pero no se completaría este recorrido espiritual sin esas dos presencias enigmáticas, como toda mujer lo es, que te han acompañado, o a las que has acompañado en el periplo. Discutir cada movimiento, acercar nuestros puntos de vista para acordar cada decisión, escucharlas hablar, reir, sufrir... Sentir el privilegio de ir acompañado por personas que mejoran cuanto tocan, hacen del mundo un lugar deseable. Son sirenas cuyos cantos merece la pena escuchar y dejarse llevar por ellos porque más que la ruina del hombre lo que provocan es su redención definitiva, su salvación.
Casi tan sin querer como empezó, terminó la aventura sobre el mirador de Marte viendo Atenas de noche y cenando en una terraza bajo la abrumadora presencia de la Acrópolis. Un perro de los que custodian la ciudad, verdadera reencarnación de aquellos hombres sabios que nos lo dieron todo, nos acompañó hasta la plaza de Monastiraki donde reunimos por última vez a un grupo de seres humanos que a partir de ahora ya nunca más serán anónimos y desconocidos: tendrán un nombre, una cara, un espacio en nuestra memoria. Y yo me he vuelto a mirar en el espejo de mi casa para descubrir con alivio y sorpresa que ya no reconozco al que se fue, que soy después de todo un hombre nuevo.
Dedicado a los 51 alumnos con los que he viajado, por todo lo que me han enseñado; y por supuesto a Irache y a Cristina, porque con su belleza y su inteligencia todo lo han hecho hermoso y sencillo.
Leech.
Sin querer fue acercándose la hora de partir hacia Grecia, la vieja madre de todos nosotros. Fue sin querer, el vértigo y la velocidad del mes de marzo no me dejaron proyectar este viaje: la maleta antes de acostarse, la sensación de olvidarlo todo, la incertidumbre de conducir a 51 personas y organizarlas cuando nunca has logrado organizarte a ti mismo... Pero ya a los cinco minutos de haber montado en el autobús que nos llevaba al aereopuerto dejé de ser quien soy todos los días. Parece que hasta tu cara es distinta, como si los espejos de otros países te revelaran un rostro que no conocías, pero que tienes y solo espera a ser descubierto algún día. Y con el paso de las horas y de los días vas tejiendo redes nuevas, conversaciones distintas que se van reiterando hasta la costumbre, nombres y caras nuevas que estaban ahí a tu lado desde septiembre, pero que no habías sabido mirar hasta entonces: también en eso nos hace distintos el periplo, nos obliga a mirar a las personas que lo comparten con nosotros, a escucharlas, a tocarlas y sentirlas como son de verdad, con su cara amable, pero también con la terrible. Y al ritmo que los bancos se seguían fusionando y los gobiernos preparaban nuevas cumbres con las que engañarnos, nosotros íbamos recorriendo las tierras mágicas donde héroes y hombres ganaban coronas, guerras, amores, juicios, disputas, gloria y fama. Te olvidas de tu casa y de tu coche y de tus rutas y de todo. Solo tienes ojos para las puestas de sol, los valles, los mares, los ríos y los 51 chavales a los que custodias.
Son ruidosos, inestables, desordenados, pasotas, despistados y soberbios; pasan de la risa al llanto y de la fortaleza a la debilidad en apenas segundos; odian y aman sin lógica, se pierden y lo pierden todo, pero se acercan, te miran, preguntan, escuchan, ruegan... se va formando una cuerda invisible que te une a ellos, te acerca y te aleja, te aprieta y te afloja. Vas viendo sus movimientos, conociendo sus manías, sus inquietudes, sus deseos; vas asistiendo a sus incoherencias y sus errores y te recuerdan tanto a ti hace unos años que te emocionas viéndoles disfrutar y sufres viendo cómo te fallan y decepcionan, cómo traicionan tu confianza. Porque son lo que tú aún sientes que eres, te estás reconociendo en cada uno de sus movimientos y en cada una de sus emociones. Este periplo es distinto a otros porque ellos te acompañan y van haciendo de coro y es entonces cuando estás en el teatro de Epidauro sentado cuando descubres en el tono de sus voces cantando en el escenario el tono de la tuya propia, el tono que ya habías olvidado.
Pero no se completaría este recorrido espiritual sin esas dos presencias enigmáticas, como toda mujer lo es, que te han acompañado, o a las que has acompañado en el periplo. Discutir cada movimiento, acercar nuestros puntos de vista para acordar cada decisión, escucharlas hablar, reir, sufrir... Sentir el privilegio de ir acompañado por personas que mejoran cuanto tocan, hacen del mundo un lugar deseable. Son sirenas cuyos cantos merece la pena escuchar y dejarse llevar por ellos porque más que la ruina del hombre lo que provocan es su redención definitiva, su salvación.
Casi tan sin querer como empezó, terminó la aventura sobre el mirador de Marte viendo Atenas de noche y cenando en una terraza bajo la abrumadora presencia de la Acrópolis. Un perro de los que custodian la ciudad, verdadera reencarnación de aquellos hombres sabios que nos lo dieron todo, nos acompañó hasta la plaza de Monastiraki donde reunimos por última vez a un grupo de seres humanos que a partir de ahora ya nunca más serán anónimos y desconocidos: tendrán un nombre, una cara, un espacio en nuestra memoria. Y yo me he vuelto a mirar en el espejo de mi casa para descubrir con alivio y sorpresa que ya no reconozco al que se fue, que soy después de todo un hombre nuevo.
Dedicado a los 51 alumnos con los que he viajado, por todo lo que me han enseñado; y por supuesto a Irache y a Cristina, porque con su belleza y su inteligencia todo lo han hecho hermoso y sencillo.
Leech.
lunes, 9 de marzo de 2009
Vencer al tiempo.
Se van quedando atrás cientos de nombres y de caras. Siguen existiendo, pero ya no están presentes, no están en los espacios que frecuentas ni pasan por tus rutas. Ya no los oyes aunque ellos sigan hablando, riendo o llorando. No los tocas aunque continúen ocupando espacio. Ni los sientes respirar aunque respiren. Ya quedan lejos de ti, fuera de tus caminos, cada vez más débiles en el recuerdo: son como imágenes proyectadas que poco a poco se van desdibujando y diluyendo, cada día más débiles en color, borrosos sus contornos y sus formas. Se va dañando el recuerdo.
Pero un día de viento frío te llega volando un papel y una de esas voces que ya no escuchas te dice cosas de nuevo, con una caligrafía que reconoces bien. Las palabras son mágicas y tienen la cualidad de hablarte al oído y contarte que ha pasado un año, pero sigue alguien respirando y caminando por donde solía. Y te recuerda. Te acarician las palabras para contarte que eres tú quien se ha marchado; es tu imagen la que se desvanece entre los días que pasan sin piedad ni misericordia. Tu imagen se diluye en la laguna de sus memorias, pero todavía un instante renacen los colores y las formas y con sus sencillas palabras te aseguran que aún no te han olvidado. Qué grato es sentirse recuerdo de aquellos que te conocieron.
Qué pequeña victoria sobre el tiempo, que te acaba de restar otro año. Las palabras pueden vencer por un instante al tiempo.
Pero un día de viento frío te llega volando un papel y una de esas voces que ya no escuchas te dice cosas de nuevo, con una caligrafía que reconoces bien. Las palabras son mágicas y tienen la cualidad de hablarte al oído y contarte que ha pasado un año, pero sigue alguien respirando y caminando por donde solía. Y te recuerda. Te acarician las palabras para contarte que eres tú quien se ha marchado; es tu imagen la que se desvanece entre los días que pasan sin piedad ni misericordia. Tu imagen se diluye en la laguna de sus memorias, pero todavía un instante renacen los colores y las formas y con sus sencillas palabras te aseguran que aún no te han olvidado. Qué grato es sentirse recuerdo de aquellos que te conocieron.
Qué pequeña victoria sobre el tiempo, que te acaba de restar otro año. Las palabras pueden vencer por un instante al tiempo.
martes, 24 de febrero de 2009
En prosa.
Mi querido amigo, y sin embargo todo está escrito en prosa. No me refiero a nuestras tranquilas conversaciones. Me refiero a todos esos párrafos tediosos, pero llenos de maldad, que están logrando que nos desmoralicemos. No hemos de caer, no, porque nunca podremos abandonar el verso. Pero esta prosa pesa y es muy gris y es como plomo sobre nuestras almas.
No nos abandones pensamiento, eres lo único que nos queda. Pues ya también flojea la esperanza.
Grice.
No nos abandones pensamiento, eres lo único que nos queda. Pues ya también flojea la esperanza.
Grice.
sábado, 7 de febrero de 2009
Poesía.
Últimamente dedico mis mañanas a intentar explicar qué es la poesía, a diseccionar los poemas como si de una pobre rana se tratasen en medio de un laboratorio que tiene palabras en vez de bisturís; y las palabras no matan aunque sí es cierto que pueden cortar y hacer mucho daño como el bisturí. Digo, querido Grice, que me he pasado las mañanas de la última semana hablando del ritmo, la repetición, la medida, la pausa, la metáfora, la personificación... ya sabes, exponiendo técnicamente las partes de las que se compone un poema, la estructura a través de la cual se va desarrollando el tema del poema, el vocabulario que usa el poeta, agrupado en redes isotópicas... ¡Qué frío! No puedo evitar estremecerme cuando ya he acabado de soltar la perorata. Es necesario, no cabe duda, nunca me bajaré de esa burra: para aprender hay que llenar la cabeza de datos, nada cae del cielo sino la lluvia, la nieve, el pedrisco... Es necesario, pero cuando llega la tarde y me siento a escuchar a un hombre serio con corbata y maletín hablarme de "procedimientos administrativos", de "órganos colegiados" y "estructura vertebradora integradora", no puedo sustraerme a una reflexión que, esta sí caída del cielo, me lleva a la conclusión de que la poesía es más, es algo esencial que está oculto por muchos rincones y aparece de pronto, inesperadamente, basta con saber mirar para que te sorprenda, mirar el mundo con los ojos del niño que posa su mirada con la emoción del decubrimiento.
Además, estimado colega, vivimos en unos tiempos pintados tan de gris oscuro (no esperes hoy un Leech alegre y optimista) en los que solo se nos quiere enseñar a pelear contra los otros, ser más y mejor que ellos en una carrera loca hacia la amargura y la angina de pecho, que la poesía se impone como antídoto o medicina, obra redentora capaz de darnos consuelo y satisfacción. La poesía, pues, no solo es ritmo, no solo es lenguaje, también es vida entre los escombros que nos están dejando. Y ahora que hay que hacer un máster, 500 horas de prácticas sin remunerar en empresas, hablar tres idiomas y ser dominado por las máquinas sin desesperar, ahora, ahora más que nunca, poesía. Ahora que quieren que pensemos que hay que diseñar el proyecto que hemos de empezar cuando logremos alcanzar el final del que nos traemos entre manos, ahora que esto ocurre, poesía. Me decía hace poco un ser lleno de poesía que "somos proyectos de proyectos que no nos paramos a pensar que el verdadero proyecto es el amor". Y han conseguido que nos olvidemos de ello. Nos han apartado de la poesía.
Ya nos han hablado esos hombres de corbata y maletín de cómo debemos aspirar a la cima de la pirámide, cómo puede ennoblecer nuestra carrera profesional esa alta y noble aspiración. Para qué leer versos y amar a los demás y a las cosas que nos acompañan si podemos llegar a la dirección, aumentar los méritos, grapar más folios al currículum, amansar una gran fortuna que nunca tendremos tiempo de gastar. Para qué la poesía, piensan. Y nos miran mal si no asentimos, con extrañeza e incomprensión.
Nos produce mal humor el despertador cuando debería ser un motivo de inmenso júbilo poético despertar otra mañana sano y entero. Nos amarga la nieve porque cala y produce retrasos en vez de maravillarnos el melodioso caer de los copos y las toneladas de agua que nos van a dejar bajo tierra; ¿se acuerda alguien que "año de nieves año de bienes"? Nos irrita tener que esperar al autobús cuando es una oportunidad que el destino nos ha dado para poder abrir de nuevo el libro y empezar a leer o a escribir otro nuevo poema. Nos molestan tantas cosas que deberían ser un regalo. Y esto nos ocurre porque nos hemos olvidado de la poesía, de ese mirar las cosas desde dentro del alma y buscar su significado oculto, nuevo, personal y libre. Porque solo los que se sienten libres pueden conocer este milagro de que las palabras te vayan acompañando todo el tiempo y te susurren.
Y ahora que el frío persiste y el tiempo languidece entre jornadas de cháchara interminable, he empezado la lectura de un nuevo libro de poesía: El Mesto de Las Rosas. Es de un autor cordobés, Prudencio Salces, que algún día se ha dejado caer por nuestras conversacioines y ha pagado el café como un caballero con sus sabias intervenciones. Me preguntaba el otro día un chaval curioso que cómo respondería yo a la pregunta ¿qué es poesía? Se había leído el poema de Bécquer y se preguntaba en un afán muy poético cómo respondería él y cómo lo haría yo. Lo pienso y no sé muy bien lo que es poesía, pero la busco todos los días detrás de cada palabra leída y escuchada, hago como cuando era niño y levantaba las piedras en busca de esos gusanos que vivían ocultos en el reverso, atrapados, creía yo que a la espera de que alguien solidario les librase del peso de la piedra y les mostrase la luz del sol. Así los poemas viven entre las cosas ocultos y esperan que los corazones sensibles les liberen y saquen a la luz, aunque sea por un instante. No sé lo que es la poesía, pero sí sé que debemos seguir buscándola, como hace este poeta cordobés (igual que tantos otros) que está convirtiendo las esperas en los atascos bajo la nieve de los últimos días en algo tremendamente hermoso. Leí el viernes en una de sus páginas la petición que hace el poeta a los más jóvenes. Nos pide que no olvidemos un tiempo por el que pasó él y pasaron nuestros padres, un tiempo de prosa densa y dolorosa "aquí en España". Nos pide que guardemos la memoria. Y nos lo pide así: "No olvidadlo en la penumbra feliz de vuestros besos". Ya sé lo que le voy a responder el lunes al chaval curioso.
Gracias por los poemas Pruden y perdona la libertad que me he tomado de reproducir aquí tus buenas palabras.
Leech.
Además, estimado colega, vivimos en unos tiempos pintados tan de gris oscuro (no esperes hoy un Leech alegre y optimista) en los que solo se nos quiere enseñar a pelear contra los otros, ser más y mejor que ellos en una carrera loca hacia la amargura y la angina de pecho, que la poesía se impone como antídoto o medicina, obra redentora capaz de darnos consuelo y satisfacción. La poesía, pues, no solo es ritmo, no solo es lenguaje, también es vida entre los escombros que nos están dejando. Y ahora que hay que hacer un máster, 500 horas de prácticas sin remunerar en empresas, hablar tres idiomas y ser dominado por las máquinas sin desesperar, ahora, ahora más que nunca, poesía. Ahora que quieren que pensemos que hay que diseñar el proyecto que hemos de empezar cuando logremos alcanzar el final del que nos traemos entre manos, ahora que esto ocurre, poesía. Me decía hace poco un ser lleno de poesía que "somos proyectos de proyectos que no nos paramos a pensar que el verdadero proyecto es el amor". Y han conseguido que nos olvidemos de ello. Nos han apartado de la poesía.
Ya nos han hablado esos hombres de corbata y maletín de cómo debemos aspirar a la cima de la pirámide, cómo puede ennoblecer nuestra carrera profesional esa alta y noble aspiración. Para qué leer versos y amar a los demás y a las cosas que nos acompañan si podemos llegar a la dirección, aumentar los méritos, grapar más folios al currículum, amansar una gran fortuna que nunca tendremos tiempo de gastar. Para qué la poesía, piensan. Y nos miran mal si no asentimos, con extrañeza e incomprensión.
Nos produce mal humor el despertador cuando debería ser un motivo de inmenso júbilo poético despertar otra mañana sano y entero. Nos amarga la nieve porque cala y produce retrasos en vez de maravillarnos el melodioso caer de los copos y las toneladas de agua que nos van a dejar bajo tierra; ¿se acuerda alguien que "año de nieves año de bienes"? Nos irrita tener que esperar al autobús cuando es una oportunidad que el destino nos ha dado para poder abrir de nuevo el libro y empezar a leer o a escribir otro nuevo poema. Nos molestan tantas cosas que deberían ser un regalo. Y esto nos ocurre porque nos hemos olvidado de la poesía, de ese mirar las cosas desde dentro del alma y buscar su significado oculto, nuevo, personal y libre. Porque solo los que se sienten libres pueden conocer este milagro de que las palabras te vayan acompañando todo el tiempo y te susurren.
Y ahora que el frío persiste y el tiempo languidece entre jornadas de cháchara interminable, he empezado la lectura de un nuevo libro de poesía: El Mesto de Las Rosas. Es de un autor cordobés, Prudencio Salces, que algún día se ha dejado caer por nuestras conversacioines y ha pagado el café como un caballero con sus sabias intervenciones. Me preguntaba el otro día un chaval curioso que cómo respondería yo a la pregunta ¿qué es poesía? Se había leído el poema de Bécquer y se preguntaba en un afán muy poético cómo respondería él y cómo lo haría yo. Lo pienso y no sé muy bien lo que es poesía, pero la busco todos los días detrás de cada palabra leída y escuchada, hago como cuando era niño y levantaba las piedras en busca de esos gusanos que vivían ocultos en el reverso, atrapados, creía yo que a la espera de que alguien solidario les librase del peso de la piedra y les mostrase la luz del sol. Así los poemas viven entre las cosas ocultos y esperan que los corazones sensibles les liberen y saquen a la luz, aunque sea por un instante. No sé lo que es la poesía, pero sí sé que debemos seguir buscándola, como hace este poeta cordobés (igual que tantos otros) que está convirtiendo las esperas en los atascos bajo la nieve de los últimos días en algo tremendamente hermoso. Leí el viernes en una de sus páginas la petición que hace el poeta a los más jóvenes. Nos pide que no olvidemos un tiempo por el que pasó él y pasaron nuestros padres, un tiempo de prosa densa y dolorosa "aquí en España". Nos pide que guardemos la memoria. Y nos lo pide así: "No olvidadlo en la penumbra feliz de vuestros besos". Ya sé lo que le voy a responder el lunes al chaval curioso.
Gracias por los poemas Pruden y perdona la libertad que me he tomado de reproducir aquí tus buenas palabras.
Leech.
lunes, 19 de enero de 2009
Vacas.
¿Te has fijado Leech que han llenado Madrid de vacas? Qué certeros oye, qué mensaje tan directo, rebaños a pastar, coman mansamente lo que les vayan ofreciendo y luego, cuando sientan que les viene un vómito amargo, rumien, devuelvan la amargura a sus estómagos, que fuera nos molesta.
Completan la obra decorando con mil colores al vacuno ganado para hacer de la condición de vaca mansa algo atractivo y moderno, digno de admiración.
"-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!"
Leech.
Completan la obra decorando con mil colores al vacuno ganado para hacer de la condición de vaca mansa algo atractivo y moderno, digno de admiración.
"-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!"
Leech.
lunes, 5 de enero de 2009
Eutanasia.
Un hombre que siempre ha sido fuerte y lleno de vigor y energía de pronto se vio atrapado por la enfermedad. Pero él siguió manteniendo su valor y coraje intactos y le plantó cara sin ningún titubeo. Es posible que por las noches tiemblase y llorase y se mueriese de miedo, pero era salir el sol y levantarse alegre y confiado, dispuesto a sobrellevar otro día de pruebas y sesiones interminables en el hospital, sin una sola queja ni una mueca extraña en el gesto. Erguido siempre ante la adversidad. Nada ni nadie había podido mermar ni limar siquiera un poquito su dignidad humana, su entereza. Pero he aquí que ahora lo he visto hundido, desmoralizado, pues le tienen que poner pañales y babero, llevarlo al baño, lavarlo, peinarlo, afeitarlo, meterlo y sacarlo de la cama. Ya no trabaja, no conduce, no va al bar -nunca dejó de hacer tales cosas a pesar de la enfermedad-, no puede ni con el peso de una maldita revista. Y lo peor de todo es que nadie le asegura que vaya a ser breve el tiempo que le queda en lo que él mismo llama "los desechos de mi vida".
Querido Leech, se impone un cambio en nuestras mentalidades y en nuestras leyes con urgencia. Va siendo hora ya de que nos demos cuenta de nuestra condición de seres humanos libres y de la verdadera amplitud de las fronteras de esa libertad que nos ha sido otorgada. ¿Por qué no nos dejan morir libremente en el momento que lo decidamos?
Hay un gato que conservan unos conocidos míos atado permanentemente a una correa en el porche de su casa. Hace muchos años el gato era libre y correteaba a sus anchas por los terrenos que rodean la casa en busca de gatas y de aventuras, dos cosas estas que creo son la sustancia y la naturaleza que mueven al gato y dan sentido a su existir. El problema surgió cuando un vecino, celoso de sus posesiones -pobre, no sabe que todo será nada- no podía sufrir el ver entrar en su inmenso jardín al desventurado felino. Entonces le puso veneno y el gato estuvo a punto de morir. Ante la amenaza de nuevos intentos de homicidio los dueños decidieron atar al gato, ignorando que con ello no le prolongaban la vida, sino que daban lugar a una lenta y larga agonía. Se convirtió en un gato sin gatas ni aventuras, muriendo lentamente en un bostezo que ya dura unos cuantos años. Siempre que veo al gato tumbado en una silla, dormido, pienso que más le hubiera valido morir envenenado, pero libre y siguiendo los instintos de su naturaleza. Esa hubiese sido su voluntad, de haberla tenido algún día.
Igualmente, creo no confundirme cuando digo que este hombre habría firmado su adiós hace tiempo en un último sueño sin dolor, alejándose triunfante después de haberse despedido aún digno y con la satisfacción de dejar como recuerdo al Hércules que siempre fue. ¿De qué vale sufrir otro año los inconsolables dolores del cuerpo y del alma, que te vayan drogando para no sentir, desposeído del control de tu cuerpo y tu voluntad, asistiendo al drama que tus seres queridos van masticando día a día sin poderlo digerir? Sufra Cristo todos los años en la lectura de los evangelios si así es el deseo de quienes se ufanan y complacen asistiendo al sufrimiento de los demás, pero déjennos al resto ser libres de decidir cuándo queremos irnos y cómo queremos ser recordados. Siempre vivirá en mi cabeza la imagen de este hombre cavando la tierra, con la azada bien agarrada, parándose a beber un buen trago de agua o de vino, dueño de sí mismo en medio de la naturaleza.
Grice.
Querido Leech, se impone un cambio en nuestras mentalidades y en nuestras leyes con urgencia. Va siendo hora ya de que nos demos cuenta de nuestra condición de seres humanos libres y de la verdadera amplitud de las fronteras de esa libertad que nos ha sido otorgada. ¿Por qué no nos dejan morir libremente en el momento que lo decidamos?
Hay un gato que conservan unos conocidos míos atado permanentemente a una correa en el porche de su casa. Hace muchos años el gato era libre y correteaba a sus anchas por los terrenos que rodean la casa en busca de gatas y de aventuras, dos cosas estas que creo son la sustancia y la naturaleza que mueven al gato y dan sentido a su existir. El problema surgió cuando un vecino, celoso de sus posesiones -pobre, no sabe que todo será nada- no podía sufrir el ver entrar en su inmenso jardín al desventurado felino. Entonces le puso veneno y el gato estuvo a punto de morir. Ante la amenaza de nuevos intentos de homicidio los dueños decidieron atar al gato, ignorando que con ello no le prolongaban la vida, sino que daban lugar a una lenta y larga agonía. Se convirtió en un gato sin gatas ni aventuras, muriendo lentamente en un bostezo que ya dura unos cuantos años. Siempre que veo al gato tumbado en una silla, dormido, pienso que más le hubiera valido morir envenenado, pero libre y siguiendo los instintos de su naturaleza. Esa hubiese sido su voluntad, de haberla tenido algún día.
Igualmente, creo no confundirme cuando digo que este hombre habría firmado su adiós hace tiempo en un último sueño sin dolor, alejándose triunfante después de haberse despedido aún digno y con la satisfacción de dejar como recuerdo al Hércules que siempre fue. ¿De qué vale sufrir otro año los inconsolables dolores del cuerpo y del alma, que te vayan drogando para no sentir, desposeído del control de tu cuerpo y tu voluntad, asistiendo al drama que tus seres queridos van masticando día a día sin poderlo digerir? Sufra Cristo todos los años en la lectura de los evangelios si así es el deseo de quienes se ufanan y complacen asistiendo al sufrimiento de los demás, pero déjennos al resto ser libres de decidir cuándo queremos irnos y cómo queremos ser recordados. Siempre vivirá en mi cabeza la imagen de este hombre cavando la tierra, con la azada bien agarrada, parándose a beber un buen trago de agua o de vino, dueño de sí mismo en medio de la naturaleza.
Grice.
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