Se van quedando atrás cientos de nombres y de caras. Siguen existiendo, pero ya no están presentes, no están en los espacios que frecuentas ni pasan por tus rutas. Ya no los oyes aunque ellos sigan hablando, riendo o llorando. No los tocas aunque continúen ocupando espacio. Ni los sientes respirar aunque respiren. Ya quedan lejos de ti, fuera de tus caminos, cada vez más débiles en el recuerdo: son como imágenes proyectadas que poco a poco se van desdibujando y diluyendo, cada día más débiles en color, borrosos sus contornos y sus formas. Se va dañando el recuerdo.
Pero un día de viento frío te llega volando un papel y una de esas voces que ya no escuchas te dice cosas de nuevo, con una caligrafía que reconoces bien. Las palabras son mágicas y tienen la cualidad de hablarte al oído y contarte que ha pasado un año, pero sigue alguien respirando y caminando por donde solía. Y te recuerda. Te acarician las palabras para contarte que eres tú quien se ha marchado; es tu imagen la que se desvanece entre los días que pasan sin piedad ni misericordia. Tu imagen se diluye en la laguna de sus memorias, pero todavía un instante renacen los colores y las formas y con sus sencillas palabras te aseguran que aún no te han olvidado. Qué grato es sentirse recuerdo de aquellos que te conocieron.
Qué pequeña victoria sobre el tiempo, que te acaba de restar otro año. Las palabras pueden vencer por un instante al tiempo.
lunes, 9 de marzo de 2009
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