¿Alguna vez has pensado, querido Leech, en cambiar el rumbo de las cosas? No me estoy refieriendo a cambiar el mundo, resolver los grandes conflictos, paliar el hambre...esos menesteres ya los va a encarar y a resolver Obama. Me refiero a cambiar el rumbo de los pequeños acontecimientos que jalonan tu diario existir. Vas en el metro a las 7 de la mañana, llega tu parada, has de bajarte para hacer el transbordo y seguir un día más tu particular descenso a los infiernos del trabajo -pan, sudor y frentes, maldito dios con minúscula- pero ese día vas a cambiar el rumbo, vas a romper tus invisibles, pero eficaces ataduras. Así que te quedas sentado donde estás, no cierras el libro y prosigues. LLegarás a Chamartín y te comprarás un billete a cualquier ciudad de Galicia o Asturias, una vez allí te bañarás en el Cantábrico, sintiendo cómo el agua te resbala por la cara y el sol dora tu palidez monacal. No es nada especial, bañarse en el mar se puede hacer cualquier fin de semana, solo son necesarios unos euros en el blsillo. Pero debías estar haciendo lo mismo de todos los días, la mecánica de horarios, saludos, cafés, conflictos... y no es así, has roto las ligaduras del deber y has dado rienda suelta al deseo, la libertad de sólamente guiarte por el gusto y el instinto. Que te despidan, que no te paguen, que te injurien, pero ese día hiciste lo que nadie pensó para ti, te saliste de la marea de zombis que recorren los túneles del metro a primera hora de la mañana, máquinas sin instinto, "mi gato tiene más voluntad" dice un insigne compañero de batallas.
Otro insigne compañero me ha llevado a este comentario de hoy, a estas tristes reflexiones. Decía este compañero que un día se pasaría el desvío que le lleva al trabajo y seguiría recto hasta dar con sus huesos y su volante en Valencia. Una vez allí se comería una inmensa paella frente al mar Mediterráneo. Sería la paella más sabrosa de su vida porque no estaba preparada de antemano, no entraba en la lógica de un martes laboral e invernal, un martes en el que la cementera que se ve desde las ventanas desde las que él trabaja sería sustituída por los reflejos del sol sobre ese mar siempre en calma, siempre en siesta.
Son muchas las ocasiones en las que pienso en lo hermoso y gratificante que sería dejarse de encorsetamientos y hacer sencillamente lo que a uno le pidiese el momento, sin pensar, dejándose llevar por el pulso y la adrenalina. Son tristes estas reflexiones porque forman parte de los sueños, de lo que siempre se queda en meras especulaciones. Pero el alma se alimenta de estas ensoñaciones que nos ayudan a ir pasando, a no caer antes de tiempo. Un día me paso la parada de verdad imaginando ese coche en la carretera de Valencia, bajada la ventanilla, el brazo por fuera acariciando la luz y el aire, alta la música, con un cigarro nuestro amigo colgando de sus labios, sonando en su cabeza una inmensa carcajada y el ruido de un corte de mangas. Los demás, apostados a ambos lados de la carretera, aplaudiendo y haciéndole la ola, todos identificados con su hazaña, con esa pequeña ruptura de los moldes establecidos y gritándole: "adelante, adelante".
sábado, 15 de noviembre de 2008
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1 comentario:
Querido amigo:
No quiero que tenga este comentario aspecto de carta, pero no se por qué misteriosa razón me he visto reflejado en tus palabras, y quisiera dedicarte alguna más que no cabrían aquí. Porque las pequeñas ensoñaciones de las que hablas son en el fondo grandes, y requieren sin temor a dudas algo más que un comentario, o sea, una charla que me reservo para la buena intimidad ante una buena botella de vino recién descorchada. Recibe mis abrazos.
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