Qué triste pensar que tras tantos años de compañía, de vida compartida, aquella y aquellos que te acompañaron y te completaron puedan desaparecer dejando solo sus huellas, que implacablemente el tiempo irá menguando hasta borrarlas del todo. Qué triste que puedan irse, dejándote tan solo y entristecido que ya no quieras ni seguir viviendo. ¿Te has dado cuenta, querido Grice, cuántos ancianos y ancianas pasean solos por las calles, sin nadie que pueda ya acompañarlos en su lenta despedida de este mundo?
¿Caminaremos solos algún día, en un largo y sentido adiós, acompañados tan sólo de las sombras y de los recuerdos de los que tú has llamado nuestros compañeros de viaje? ¿Seremos los últimos en irnos, sin hacer ruido, envueltos en la bruma, en un último atardecer de domingo, mientras otros nos van sustituyendo, ocupando nuestro lugar?
sábado, 8 de diciembre de 2007
lunes, 3 de diciembre de 2007
Gente II
Querido Leech:Valga mi comentario de necesario contrapunto a una idea tan optimista como la de la amistad más allá de la muerte, una amistad eterna y que perdure. No lo veas como algo forzado, como un intercambio de ideas enfrentadas, sino como una realidad que se retroalimenta y convive en un mismo espacio que unos llaman "Wonderful world" y otros "Esta vida de mierda". La visión de las personas, por lo tanto, variará según las utilicemos: el fin (vamos pues a compartir), o los medios (éste será mi paraguas). Depende de lo que contenga tu cabeza. Para algunos la losa de la sepultura pesa demasiado (aun antes de haber salido de la cuna, casi) y para otros la idea de la muerte no es más que una metáfora desconocida, lejana y ajena. Puede parecer absurdo ligar lo humano con lo trascendente, pero ambas son caras de una misma moneda (la cara y la cruz). Ese peso te lleva a pensar que todo el mundo, al igual que tú, únicamente piensa en sí mismo, y en última instancia en que no vale la pena compartir lo que sea (esa vana materia) con los demás.De todas formas, supongo que con esa "gente compartiendo que te mejora" (prometo no volver a recurrir al sencillo recurso de lo ya escrito) te refieres a los conocidos. Bien, pues yo antes de empezar a hablar de estos, voy a hablar de los otros: de los desconocidos, para poder desgranar los cuatro trazos mentales que un día adopté como dogmas.Imagíname sentado en una estación de metro, escuchando música con un volumen que me aisle lo suficiente, como siempre estoy, viendo a la gente pasar (especialmente a las mujeres) y pensando en que ellos son solo marionetas que actúan para mi (pues yo soy yo, si fuera otro la visión cambiaría, obviamente).Mientras aquellos juegos de luces y sombras que interactúan con uno en la medida de las posibilidades que se les otorga, las personas conocidas significan algo completamente distinto. Los "amigos" son compañeros de viaje. Son el reflejo vital a través de los años, el consuelo de tontos y la idead que permanece inalterable (la ÚNICA que no se pierde). Esto es algo que escribí en una servilleta de papel una tarde de abril (es mentira pero suena poético):COMPAÑEROS DE VIAJE. Remedio filosófico para la muerte.No hay nada a lo que agarrarse. Nada imperecedero que nos defina impermeables. Sólo compañeros de viaje. Alguien que avanza con uno entre la bruma de los siglos, incapaz de ver las arrugas. Nos vemos reflejados en ellos. Vemos su tiempo y el nuestro que es el mismo.(De todas maneras y tras retorcernos bajo las sábanas buscando una tabla de salvación, la tristeza nos hunde al evocar a aquellos que un día libaron nuestro nectar, nos contaron nuestros secretos y hoy son depositarios de los nuestros, aquellos que mantuvimos su número de teléfono durante años, después de aquellos meses, aquel curso, campamento, verano en la playa, estancia en el hospital, partido de fútbol visto en un bar, un trabajo por horas (malpagadas), una reunión de vecinos, de aficionados al taror, de frikis que se lanzan sortilegios y lanzazos a través de dados... y luego nos olvidan como nosotros a ellos, difuminándose por el sitio donde llegaron: la Nada.Quiero pensar que existe una esperanza, un horizonte posible después de todo esto, de levantarse y caer. Creo que voy a ponerme "A un amigo desconocido", de Radio Futura. No dejes de escucharla. Yo no lo hago.
domingo, 2 de diciembre de 2007
Gente.
Si lo piensas con reposo y detenimiento, cosa complicada en nuestros agitados días, el mundo no es tan hostil ni tan desagradable. Hay por todos los sitios gente que te alegra cada instante compartido, que te mejora, que te hace pasar con agrado el día y con dignidad la vida.
Lo pensaba ayer, viernes por la tarde, buen tiempo para la reflexión tranquila: hay una gran cantidad de gente que comparte con nosotros el tiempo y que lo llena de sabrosas conversaciones, de anécdotas, de comentarios, de chistes, de confidencias; gente que nos presta su hombro, o estaría dispuesta a hacerlo si llegara el caso, para que lloremos sobre él, o simplemente para que echemos una cabezadita. Y sienta tan bien saberse rodeado de esas personas cuya calidad y hondura humanas siempre nos pasan desapercividas, se nos escurren en la frenética actividad de nuestros días, o se pierden en la costumbre, que es aún peor. Basta un mínimo de atención, de detener el tiempo y pararnos a observar a nuestro alrededor, para darnos cuenta de este milagro inadvertido, y desaprovechado también.
Bastaría escuchar la cantidad de elogios que se nos dispensan, la mayoría ocultos por pudor en un lenguaje cotidiano que siempre esconde más de lo que dice, que exige ser tenido en cuenta, escuchado con atención; "escuchar", ese verbo olvidado; "esconder", ese vicio esparcido. No sé que piensas sobre esto, estimado Grice, pero para mí ya supone un elogio ser tenido en cuenta cada día por tantas personas que seguro que me dedican un pensamiento, aunque sea efímero y pasajero. Yo también pienso en mucha gente a lo largo del día y les tengo muy presentes, son tantos en solo 24 horas que no podría dilucidar con precisión cuántos ni quiénes. Si pienso en tantos y de tantos me acuerdo es porque con su compañía, presente o pasada, me han ido dejando una marca, una huella, que casi nunca tengo en cuenta en mis pesimistas juicios sobre lo que me rodea. Son gente sencilla y generosa, dedicada a la gran tarea diaria de mejorar, de ser un poco mejores en su casa, en su trabajo o en su descanso y recreo. Ser mejores cada instante, la tarea que les ocupa y que tan poco reconocida sienten en ocasiones.
Algún día, cuando estemos haciendo inventario de las maldades del mundo, de nuestro entorno o trozo de mundo, hagamos una pausa, amigo Grice, para recordarnos el uno al otro la lista de seres maravillosos que cada día nos hacen el regalo de su presencia. Ya sea en casa, en el trabajo, en los cafés, en la ciudad que nos vio nacer y crecer o en la que ahora generosamente nos acoge, ya sea en la noche, la tarde o la mañana, en los rigores del invierno o los placeres de la primavera, Grice, escúchame bien, sea cuando sea y donde sea, nos encontramos rodeados de gente que nos hace mejores cada día. Quede aquí nuestro homenaje.
Lo pensaba ayer, viernes por la tarde, buen tiempo para la reflexión tranquila: hay una gran cantidad de gente que comparte con nosotros el tiempo y que lo llena de sabrosas conversaciones, de anécdotas, de comentarios, de chistes, de confidencias; gente que nos presta su hombro, o estaría dispuesta a hacerlo si llegara el caso, para que lloremos sobre él, o simplemente para que echemos una cabezadita. Y sienta tan bien saberse rodeado de esas personas cuya calidad y hondura humanas siempre nos pasan desapercividas, se nos escurren en la frenética actividad de nuestros días, o se pierden en la costumbre, que es aún peor. Basta un mínimo de atención, de detener el tiempo y pararnos a observar a nuestro alrededor, para darnos cuenta de este milagro inadvertido, y desaprovechado también.
Bastaría escuchar la cantidad de elogios que se nos dispensan, la mayoría ocultos por pudor en un lenguaje cotidiano que siempre esconde más de lo que dice, que exige ser tenido en cuenta, escuchado con atención; "escuchar", ese verbo olvidado; "esconder", ese vicio esparcido. No sé que piensas sobre esto, estimado Grice, pero para mí ya supone un elogio ser tenido en cuenta cada día por tantas personas que seguro que me dedican un pensamiento, aunque sea efímero y pasajero. Yo también pienso en mucha gente a lo largo del día y les tengo muy presentes, son tantos en solo 24 horas que no podría dilucidar con precisión cuántos ni quiénes. Si pienso en tantos y de tantos me acuerdo es porque con su compañía, presente o pasada, me han ido dejando una marca, una huella, que casi nunca tengo en cuenta en mis pesimistas juicios sobre lo que me rodea. Son gente sencilla y generosa, dedicada a la gran tarea diaria de mejorar, de ser un poco mejores en su casa, en su trabajo o en su descanso y recreo. Ser mejores cada instante, la tarea que les ocupa y que tan poco reconocida sienten en ocasiones.
Algún día, cuando estemos haciendo inventario de las maldades del mundo, de nuestro entorno o trozo de mundo, hagamos una pausa, amigo Grice, para recordarnos el uno al otro la lista de seres maravillosos que cada día nos hacen el regalo de su presencia. Ya sea en casa, en el trabajo, en los cafés, en la ciudad que nos vio nacer y crecer o en la que ahora generosamente nos acoge, ya sea en la noche, la tarde o la mañana, en los rigores del invierno o los placeres de la primavera, Grice, escúchame bien, sea cuando sea y donde sea, nos encontramos rodeados de gente que nos hace mejores cada día. Quede aquí nuestro homenaje.
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