lunes, 10 de mayo de 2010

Palabra y pensamiento.

Qué difícil es encontrar espacios para la conversación tranquila y la reflexión profunda, querido Grice. ¿Te has fijado? Cada día es más complicado el uso de la palabra en libertad con otros y cada día menos común que alguien escuche con atención a otro y enriquezca su mundo con lo que le va aportando esa sabia escucha. Mundo de monólogos vacíos y ruidosos. Donde escuchar es perder el tiempo y donde se considera que la palabra solo sirve si es para arrojar, atacar, herir, defenderse uno mismo preventivamente de los ataques de los demás. Lo vemos todos los días. ¿Quién no se ha sentido desamparado al comprobar que no le están escuchando cuando habla y que si lo están haciendo no están sino malinterpretando sus palabras, preparando una respuesta que no guarada relación con lo que dijo y además de incoherente y no pertinente es agresiva y cargada de veneno? Ya no se comprenden los significados de las palabras porque ya no se escucha, faltan las ganas y los espacios para ello: uno no puede sentir ganas de escuchar entre tanto ruido y alboroto. Guárdate, querido Leech, de ser irónico, pues en sentido recto tomarán tus palabras; haz que el humor desaparezca de tus intervenciones; siempre sé directo y rotundo, las indirectas y alusiones ya no son comprendidas; despoja a tu lenguaje de la metáfora y el símbolo, si no quieres ser considerado un loco, no vaya a ser que si dices no encontrar el camino te indiquen su dirección exacta.

Mira Leech a esos políticos reproduciendo siempre las mismas palabras, sin libertad para decir lo que de verdad piensan, atados (no con cuerdas, he de explicarme bien) a lo que diseñan los ideólogos de sus partidos; escuchan una pregunta y responden cosas que nada tienen que ver con lo preguntado, dónde pues la norma tácita de ser coherente con el discurso y relevante con las respuestas, dónde. ¡Ay de este mundo si un día decidiéramos escuchar a los políticos! Aquel lema hermoso se reinterpretaría: "imagina que hay unas elecciones y no vamos ninguno". Dirían que ha habido "una pequeña caída en la asistencia de votantes, sin importancia". Fíjate Leech como intenta la canalla derecha prohibir el verbo libre, cómo gustan de censurar e inventar infiernos donde va aquel que se atreve a proclamar las palabras que den expresión a su pensamiento, "antidemócrtas" dicen, con ese gusto por los prefijos que niegan, oponen y enfrentan. Mira su vocabulario: "ataque", "ruptura", "ruina". Profetas del miedo que manipulan el lenguaje y llenan de ruido los espacios para que no podamos pensar. Fíjate los loros de la izquierda repitiendo los mismos vicios, disfrazando su falta de talento e ideas con retórica vana, "progreso" dicen, "libertad" proclaman, "derechos" gritan, pero nunca se atreven a ahondar en esos vocablos, llegar sin miedo ni medias tintas a su verdadero significado, ni a explicárnoslos. Son para ellos pancartas muy bien enrolladas y guardadas en un viejo almacén de donde las sacan algunas tardes primaverales y las pasean en las manifestaciones para que les de el sol que deslumbre y ciegue. Pero apenas cae la noche ya las están de nuevo enrollando, no vaya a ser que la gente empiece a hacer preguntas y a crear espacios donde discutir sobre sus múltiples acepciones. Porque la crisis, Leech, es también de palabras y significados. Los profetas de nuestro tiempo dicen cosas llenas de sentido: "Hasta que no seamos matemáticamente campeones no habremos ganado nada" dice el genio y la gente lo proclama, qué bien habla el buen Guardiola, qué sentido sus palabras; "La corrupción es consustancial a las instituciones" aclara la iluminada y la dejamos engordar en la poltrona de esas mismas instituciones.

Podríamos aprender unos de otros muchísimo si nos sentáramos a conversar más a menudo. "No tengo nada que decir" se escucha tan a menudo cuando intentas resolver un problema o aclarar un malentendido. "Tú dices mucho, pero haces poco" te increpan, sin pararse a pensar que decir es la mejor manera de empezar a hacer. Han faltado palabras, dichas y escuchadas, entre los profesores, los padres y la niña del velo. Les faltan palabras de todo tipo siempre a los violentos. No dejar que hablen los miserables, los pobres, los marginados, siempre es la estrategia de los que no están dispuestos a compartir sus fortunas ni a abrir sus fronteras. No escuchar al desconocido porque es más cómoda la sospecha como excusa para no prestarle atención. Si pudiéramos sentarnos a hablar sin prejuicios, sin miedo ni censuras, participando en todos los sentidos y con todos ellos... tranquilamente hablando, estimado amigo.

Grice.