Querido y estimado Grice, hoy voy a hacer una reflexión sobre mi trabajo. La cuestión a la que le he dado ya varias vueltas desde hace días, y aún meses, es la siguiente: la mayor parte de nuestro tiempo y de nuestras energías los gastamos mis compañeros y yo en unos pocos alumnos. Y de esos pocos alumnos la gran mayoría son los que no quieren estudiar, no vienen a clase, consumen droga, molestan e incomodan a los demás -cuando no les agreden y golpean- nos faltan al respeto, no cumplen ni una sola norma, enturbian un ambiente que es inusualmente bueno... Así que tenemos que dedicar lo mejor de nuestro trabajo a localizarlos, llamar a sus casas, pelear en los pasillos, escribir interminables partes, mandarlos callar... mientras la gran mayoría de chicos esperan pacientemente, con una comprensión inmensa hacia lo arduo y amargo de nuestra tarea. Luego nos citan los psicólogos en reuniones en las que nos hablan de comprensión, diversidad, oportunidades, integración... y no estoy en contra, querido Grice, de todo eso que me cuentan, ni estoy en contra de mirar a esos chavales que molestan con la bondad y la comprensión con la que, desafortunadamente, nadie los ha mirado en sus pobres vidas; pero me pregunto si alguien conoce el nombre y los apellidos de aquellos anónimos chavales que quieren aprender, que cuidan los muebles y los materiales, te saludan cuando entras en clase, ayudan a sus compañeros, respetan a sus profesores, quieren aprender todos los días a ser mejores... Se pide a las familias que donen los libros viejos para que puedan ser usados y allí están ellos y ellas, sonrientes, al día siguiente, con sus libros; se organiza una recogida de juguetes para Navidad y son ellos los que llenan los pasillos de sus viejos y queridos juguetes; piden candidatos para organizr actividades extraescolares y allá van ellos a pintar, limpiar, recoger... No han sido nunca sancionados, no han robado ni un solo segundo de nadie que no sea sus profesores, si los llevas de excursión los guías de los museos te felicitan... Y sin embargo, ni un solo incentivo, ni una sola palabra de ánimo y cariño, ni un solo céntimo invertido en ellos. Se invita a ir a Inglaterra a aprender inglés a chicos que lo rechazan porque maldita la gana que tienen ellos de aprender nada ni de moverse de su parque y sus "colegas"; estos otros, que paguen; se subvencionan libros a chavales que al tercer día los han perdido; a estos otros, que paguen; y así un largo etcétera sin fin. El curso pasado pedí 100 euros para comprar 30 relatos clásicos de aventuras y regalárselos a estos chicos que aman la lectura (de ellas te hablé en este espacio) y me dijeron que no estaba justificado ese despilfarro, en libros, por cierto. Luego se prestan equipos de sonido para que los "desheredados" hagan "hip-hop".
Es descorazonador, mi buen amigo, ver a todo un equipo de profesionales desesperar por cuatro gamberros en vez de dar lo mejor de sí por formar y educar a jóvenes cariñosos, receptivos, inteligentes, nobles y generosos. La escuela pública se olvidó de que parte esencial de su cometido es preparar lo mejor posible a sus buenos alumnos para que tengan un futuro y sean personas plenas. Si solo seguimos mirando hacia abajo cometeremos una enorme injusticia contra esos olvidados que esperan. Pronunciemos sus nombres, hablemos de ellos, de sus virtudes, mostrémosles caminos para que los recorran sin miedo ni vergüenza... y dediquémosles de vez en cuando alguna palabra de aliento.
Leech.
lunes, 16 de noviembre de 2009
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