jueves, 17 de septiembre de 2009

"El Patillas".

LLegó un día de otoño, hace casi justo un año, con sus patillas, su sudadera y su cadena colgando del bolsillo del pantalón, se pidió el primero de una larga serie de pinchos de tortilla y empezó a comerlo él solo, sentado en una mesa. No tardó en empezar a sonreír y fue empezar para no dejar de hacerlo en todo el año. La aparición de "El Patillas" fue una de esas apariciones milagrosas y su presencia pronto fue contagiándonos a todos de una alegría que hasta ese momento se contenía atrapada en la absurda red de las buenas formas y las apariencias. "El Patillas" llegó sin prejuicios, sin complejos, con la honestidad y la sinceridad de la gente buena que levanta y construye, que va uniendo voluntades y haciendo que los que están a su lado por un momento se olviden de los cabreos y los pequeños contratiempos que tanto nos turban todos los días. Luego, pasado el tiempo, entre viajes de autobús, paseos por los pasillos y largas veladas al cobijo de las barras de los bares, fui descubriendo a una de esas personas de las que te hablé, querido Grice, en mi primera intervnción:

"Hay por todos los sitios gente que te alegra cada instante compartido, que te mejora, que te hace pasar con agrado el día y con dignidad la vida."

"Y sienta tan bien saberse rodeado de esas personas cuya calidad y hondura humanas siempre nos pasan desapercibidas, se nos escurren en la frenética actividad de nuestros días, o se pierden en la costumbre, que es aún peor."

Seguimos sumando existencias a nuestro alrededor y enriqueciéndonos gracias a su impulso y su compañía.

Ahora "El Patillas" ya no está, le han mandado a un nuevo destino que afrontará con la entereza y energía que solo él tiene. Nosotros nos hemos quedado un poco fríos y ya no nos reímos tanto. El otro día, el primero oficialmente sin su compañía, hizo un poco de frío. Entré en la cafetería y allí había tres compañeros, protestando y quejándose por las pequeñas cosas del día. Empezó a llover y Rodri, el de la cafetería, me hizo un gesto de hastío. Los dos nos sonreímos pensando en lo mismo.

A Fernando, "El Patillas", que se llevó las risas consigo.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Nos acordaremos.

Estimado Grice, ¿has visto adónde estamos llegando en este país? Ya estamos logrando que los más jóvenes ejerzan el poder que entre todos les hemos otorgado. Ahora ya expresan su dominio más allá del hogar y la escuela y lo hacen en las calles y en las comisarías. Ya no se conforman con llamar "puta" a la madre y "payaso" al profesor cuando actúan contra sus deseos; ahora ya agreden a la policía y asaltan sus comisarías cuando estos intentan atentar contra su capricho. Parece mentira en lo que estamos quedando, esclavos de una panda de desgraciados caprichosos y consentidos. Eso es España, un reino de descerebrados.

Un reino de descerebrados llenos de alcohol que beben en la calle sin sentido los fines de semana -en Madrid ya también los martes y los miércoles y los jueves- vomitan, mean, se pelean, agreden salvajemente, ensucian, gritan... los observo algunas noches desde mi balcón y han conseguido que mi pena se fuese convirtiendo en piedad y compasión, que es lo que me producen las pobres almas descarriadas sin un norte claro hacia el que dirigirse. Después de varios litros de wisky ingeridos tranquilamente en la acera comienza el extraño ritual de los sonidos. Las pocas palabras que aún les quedan en sus huecas cabezas desaparecen y se convierten en gritos, mugidos, cacareos, relinchos... es digno de ver, Grice, porque a continuación comienzan a chocar las cabezas y a agredirse mientras salivan sin control. La policía, a la que siempre llamo, a veces viene, a veces no. Pero a estos desgraciados a los que rió la gracia papá en su primera salida de tono, las autoridades ahora por omisión les está aplaudiendo y dando palmadas en el hombro. No queremos darnos cuenta de la gravedad de este fenómeno de miles de chavales bebiendo en la calle y aniquilándolo todo, sobre todo a ellos mismos. Cuando un ciudadano cualquiera denuncia lo que ocurre todos los viernes y los sábados en muchas calles de su maltratada ciudad, las autoridades miran para otro lado ignorando a esos pesados a los que todo les molesta. Cuando en un pueblo rico cientos de jóvenes acaban asaltando una comisaría, todo son preocupaciones y planes urgentes de choque. No te alarmes, querido Grice, pronto se calmarán las aguas y volverá la indiferencia, y todo serán de nuevo Olimpiadas. Ya ha dicho hoy la delegada del gobierno que lo de hace dos días es un hecho aislado, como si lo que vemos todos los fines de semana fuese un producto de nuestra imaginación. Sigan mirando padres y autoridades para otro lado, cuando ya no se pueda hacer nada contra la dictadura de estos jóvenes botelloneros nos acordaremos de todas las gracias que les reímos.

Leech.