Si un día nos cobran por respirar sé muy bien que pagaréis, es más, os convenceréis de que hay que invertir una buena suma de dinero en una parcela que dice no sé quién que proporciona el aire más limpio y que además te da un estatus diferente al de tu vecino, mucho más prestigioso y elegante tú, dónde va a parar. Os pasarán una cuota mensual por el aire consumido y religiosamente pagaréis.
Luego se organizará una huelga, concentraciones de protesta, pero no iréis porque no tenéis ganas de moveros de vuestro salón, eso sí, tejeréis toda una red de discursos que os valgan de excusa, "han llegado tarde los sindicatos, no me fío de ellos, solo buscan su interés... ¿y si hacemos una protesta original y pagamos más impuestos voluntariamente, como "a la japonesa"? así no dirán que es que somos unos tacaños." Nos dejaréis solos e iréis tragando, pagando cada año vuestras cuotas y las subidas abusivas cada 1 de enero, todo por un aire que nos pertenecía a todos.
Los ricos tendrán parcelas de aire propio, los pobres respirarán el aire de los polígonos a precio de monte, todos deberemos contribuir para no ir a la cárcel por fraude, por vuestra culpa, por no habernos seguido cuando os lo pedimos.
Cuando pase el tiempo, se recordará y transmitirá de padres a hijos con pena y nostalgia: "Recuerdo cuando el aire era de todos y era gratuito, cuando por el simple hecho de haber nacido se te otorgaba el derecho a respirar donde quisieras. Era hermoso entonces, querido hijo, nadie se moría por no haber podido pagar sus diarias respiraciones."
Leech.
miércoles, 21 de mayo de 2008
sábado, 3 de mayo de 2008
Nuestras calles.
He asistido atónito estos días a varios acontecimientos que han provocado que mi ánimo oscile entre la melancolía y el pesimismo; la indignación y la furia, también la esperanza, con minúscula, no nos equivoquemos. Se están conmemorando los 200 años del 2 de mayo madrileño y solo se oye habar de libertad y nación, como si España no fuese ya una nación en 1807 y como si los madrileños de aquel día lucharan por la libertad y no por el desgaste y mil motivos que los historiadores nos podrían alumbrar si se les prestara más espacio en las televisiones y las radios. En efecto, resulta que estos días han opinado sobre las causas y motivos de aquella revuelta políticos, tertulianos, periodistas, hasta escritores que se están forrando a costa del asunto y que parecen ser los únicos expertos en la materia, sí, Grice, sí, Reverte no ha hecho otra cosa desde hace meses y ha incluído en su haber besos y peloteo a la desvergonzada Aguirre, mala y puta como ninguna. Él, que en su cháchara dominical nos bombardea con insultos a los políticos y presume de independencia y verdad, resulta que no ha dudado en halagar a la mala pécora en una hermosa rueda de prensa conjunta: nación, heroísmo, España y blablabla, su hilo nunca termina, siempre con lo mismo: patria, orgullo y libertad. Yo nunca me cuadraré ante la bandera de España, no me importan los símbolos, me importan las personas, los ciudadanos que sufren y se alegran como yo, que respiran y son acosados y humillados y ninguneados por los listos que diseñan las proclamas y reivindican las banderas para engañar y manipular a la gente. ¿Por qué nadie dice que los madrileños también mataron para defender a sus hijas y mujeres, a sus vecinos? ¿Por qué nadie escucha a los que dicen que los precios habían aumentado por la mayor demanda y eso perjudicaba seriamente las economías? ¿Por qué nadie piensa que sin el dos de mayo a lo mejor España se habría librado de muchos lastres, como los curas, por ejemplo? ¿Por qué no se presta la debida atención a los que aseguran que la lucha trajo como consecuencia a un rey estúpido y arbitrario? No soy historiador, no voy a explicar yo la historia, pero sí tengo juicio para percatarme de la manipulación y la tergiversación de los hechos: interesaba repintar los bordes rojos y el interior amarillo y buscar un momento en el que volver a gritar ¡una grande y libre!, pero con otras palabras que hiciesen de disfraz, que disimulasen el fondo. Querido Grice, me cago en mi patria y en los encantadores de serpientes que con sus músicas duermen al pueblo y lo embelesan y arrullan.
Pero este exordio no es furia gratuita, sucede que estos días el gran Gallardón ha tirado de presupuesto y ha montado una enorme parafernalia con luces y sonido por la ciudad y que la gente se ha quedado con la boca abierta: sí, nadie comprendía el significado de tales plataformas y ruidos raros, pero no queda bien decirlo, así que todo el mundo abría los ojos y la boca con asombro y juraban ver el traje del emperador: "que yo soy moderno y leído y comprendo estos conceptismos y abstraciones nuevas". Pero muy poca gente sabe que en mi barrio hemos intentado recuperar las calles por unos días para bailar y beber un trago y disfrutar de las fiestas, a la llana, sin florituras. Esos grandes montajes gallardonianos persiguen que la gente esté parada y apelotonada las suficientes horas como para luego no tener ganas sino de sentarse en terrazas y restaurantes, o irse a la cama como mejor opción. Pero la fiesta es alegría, es calle compartida, música y juegos para los niños, para las vecinas ancianas y los jóvenes que hacen que el barrio viva y tenga futuro. Se han planteado por parte de héroes ciudadanos fiestas y actividades en la calle y este déspota con maneras ilustradas las ha prohibido de nuevo. No le gusta que los vecinos se organicen porque tiene miedo de que puedan escuchar e informarse. Hace tiempo que mi barrio está tomado por un ejército de policías agresivos y violentos que disfrutan con su papel de agentes del orden. Pero es curioso que nunca están para reprimir a los chicos y chicas de otros barrios que tocan guitarras, beben sin sentido y mean en la calle. No se entiende, pues, el despliegue de tropas.Casi ningún vecino sensato de estas calles (siempre habrá algún descerebrado) meará o beberá o quemará, pues bien es sabido que nadie tira piedras contra su propio tejado. Y sin embargo somos los vecinos los que sufrimos a este ejército invasor que ayer, sin ir más lejos, ¡quiso suspender con intimidaciones una marcha de bicicletas porque entorpecían el tráfico! ¿Qué argumentaban, que más de tres bicicletas juntas son una asociación indebida? Pero no acaba aquí la perfidia: se prohibe la verbena, se prohibe la marcha del May Day por Lavapiés, se organizan actos de todo tipo en Chamberí o Barrio de Salamanca mientran se prohiben y vetan en Malasaña, se hace la vista gorda ante el trpicheo y venta de droga en la parte baja de Corredera de San Pablo, no se habilita ni un solo espacio verde o de ocio, se dejan calles sin limpiar sistemáticamente, cada noche sufrimos el ruido de motos, borrachos, empleados públicos del ayuntamiento dando gritos y cantando a las tres de la mañana, inseguridad, robos... ¿Qué le hemos hecho a este sinvergüenza? No me cabe duda, oscuros intereses hay detrás de todo.
Pero se hizo el May Day por Lavapiés, se hizo la verbena en Malasaña, hubo bailes, paellas gratis para todos, los pequeños disfrutaron con juegos y pinturas, las señoras ancianas del barrio tomaron el sol en sus sillas, se tiró la basura en cubos, nadie meó en la calle, no hubo ni vómitos, ni peleas, ni robos ni broncas. Sí hubo, por contra, respeto, felicidad y la inmensa alegría de sentir que por un día pudimos recuperar nuestras calles, sentarnos en ellas, charlar y reír, porque son nuestras aunque nos las están quitando mientras miramos absortos y embobados el megamontaje de la Fura dels Baus y zarandajas de este tipo.
La fiesta terminó a las nueve. Entonces me di cuenta de que a las dos había dejado mi chaqueta en un banco en la otra punta de la plaza de Juan Puyol. Te lo puedes creer, Grice, cuando fui, allí estaba.
Deberíamos reflexionar sobre nustras formas de vida, impuestas sin que lo sepamos por las campañas de publicdad y las estrategias de mercado. Deberíamos reunirnos en los barrios más de lo que lo hacemos, acudir en masa a las asociaciones vecinales y desde ellas y con la fuerza que da la unión, reconquistar los espacios y hacer de las calles lugares de encuentro, no de paso apresurado. Deberíamos cuidarnos un poco más entre todos y olvidarnos de banderas, de proclamas, de naciones y de patrias, porque siempre estarán los Fernandos VII y los Gallardones dispuestos a quitárnoslo todo.
Leech.
Pero este exordio no es furia gratuita, sucede que estos días el gran Gallardón ha tirado de presupuesto y ha montado una enorme parafernalia con luces y sonido por la ciudad y que la gente se ha quedado con la boca abierta: sí, nadie comprendía el significado de tales plataformas y ruidos raros, pero no queda bien decirlo, así que todo el mundo abría los ojos y la boca con asombro y juraban ver el traje del emperador: "que yo soy moderno y leído y comprendo estos conceptismos y abstraciones nuevas". Pero muy poca gente sabe que en mi barrio hemos intentado recuperar las calles por unos días para bailar y beber un trago y disfrutar de las fiestas, a la llana, sin florituras. Esos grandes montajes gallardonianos persiguen que la gente esté parada y apelotonada las suficientes horas como para luego no tener ganas sino de sentarse en terrazas y restaurantes, o irse a la cama como mejor opción. Pero la fiesta es alegría, es calle compartida, música y juegos para los niños, para las vecinas ancianas y los jóvenes que hacen que el barrio viva y tenga futuro. Se han planteado por parte de héroes ciudadanos fiestas y actividades en la calle y este déspota con maneras ilustradas las ha prohibido de nuevo. No le gusta que los vecinos se organicen porque tiene miedo de que puedan escuchar e informarse. Hace tiempo que mi barrio está tomado por un ejército de policías agresivos y violentos que disfrutan con su papel de agentes del orden. Pero es curioso que nunca están para reprimir a los chicos y chicas de otros barrios que tocan guitarras, beben sin sentido y mean en la calle. No se entiende, pues, el despliegue de tropas.Casi ningún vecino sensato de estas calles (siempre habrá algún descerebrado) meará o beberá o quemará, pues bien es sabido que nadie tira piedras contra su propio tejado. Y sin embargo somos los vecinos los que sufrimos a este ejército invasor que ayer, sin ir más lejos, ¡quiso suspender con intimidaciones una marcha de bicicletas porque entorpecían el tráfico! ¿Qué argumentaban, que más de tres bicicletas juntas son una asociación indebida? Pero no acaba aquí la perfidia: se prohibe la verbena, se prohibe la marcha del May Day por Lavapiés, se organizan actos de todo tipo en Chamberí o Barrio de Salamanca mientran se prohiben y vetan en Malasaña, se hace la vista gorda ante el trpicheo y venta de droga en la parte baja de Corredera de San Pablo, no se habilita ni un solo espacio verde o de ocio, se dejan calles sin limpiar sistemáticamente, cada noche sufrimos el ruido de motos, borrachos, empleados públicos del ayuntamiento dando gritos y cantando a las tres de la mañana, inseguridad, robos... ¿Qué le hemos hecho a este sinvergüenza? No me cabe duda, oscuros intereses hay detrás de todo.
Pero se hizo el May Day por Lavapiés, se hizo la verbena en Malasaña, hubo bailes, paellas gratis para todos, los pequeños disfrutaron con juegos y pinturas, las señoras ancianas del barrio tomaron el sol en sus sillas, se tiró la basura en cubos, nadie meó en la calle, no hubo ni vómitos, ni peleas, ni robos ni broncas. Sí hubo, por contra, respeto, felicidad y la inmensa alegría de sentir que por un día pudimos recuperar nuestras calles, sentarnos en ellas, charlar y reír, porque son nuestras aunque nos las están quitando mientras miramos absortos y embobados el megamontaje de la Fura dels Baus y zarandajas de este tipo.
La fiesta terminó a las nueve. Entonces me di cuenta de que a las dos había dejado mi chaqueta en un banco en la otra punta de la plaza de Juan Puyol. Te lo puedes creer, Grice, cuando fui, allí estaba.
Deberíamos reflexionar sobre nustras formas de vida, impuestas sin que lo sepamos por las campañas de publicdad y las estrategias de mercado. Deberíamos reunirnos en los barrios más de lo que lo hacemos, acudir en masa a las asociaciones vecinales y desde ellas y con la fuerza que da la unión, reconquistar los espacios y hacer de las calles lugares de encuentro, no de paso apresurado. Deberíamos cuidarnos un poco más entre todos y olvidarnos de banderas, de proclamas, de naciones y de patrias, porque siempre estarán los Fernandos VII y los Gallardones dispuestos a quitárnoslo todo.
Leech.
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